Está realizando la Filmoteca un ciclo de cine femenino, Devolver la mirada, y estoy intentando recuperar algunas cintas de algo que puedo considerar una asignatura pendiente. He visto pocas películas dirigidas por mujeres, quizá porque hasta no más de diez años la mayoría de producción estaba dominada por varones. Sería divertido ir de “aliado feminista” al reconocer esta falta, pero más que obligación por moral -todavía no soy votante de la alt-left– sentía curiosidad por recuperar realizadoras.
En las pocas películas vistas he encontrado ciertos rasgos curiosos, que se solapan, y que pueden hablar de un cine de género: abundan, así, escenas cumbre con pocos diálogos y muchos planos detalle con miradas. Son filmes perceptivos donde la psicología interior se devela a través de la observación de las protagonistas de una realidad que no se comprende: el encuentro de los amantes en Vivre ensemble de Anna Karina, la mirada a la habitación oculta de Nausicaa Bonnín en la triste Tres dies amb la familia de Mar Coll o incluso las largas escenas de tensión al desactivar un explosivo En tierra hostil de Kathryn Bigelow.
La mirada de las otras
Tenemos por tópico que las mujeres son grandes parlanchinas, este llega incluso a un libro de Pilar García Mouton, pero en las obras que confeccionan ellas los diálogos están casi ausentes: los melodramas de Sirk, los sainetes de Wilde o Lubitsch e incluso las revistas del paralelo de Almodóvar son más bien cómo los hombres las ven. Más agudo y cruel, el escritor Jorge Semprún -en su conocido “asesinato” a la novela Nada de Carmen Laforet- defenestraba este tipo de obra femínea en el Comité Central. Allí recordó que no tenía “valor alguno” al ser solo un “nuevo reflejo del proceso general ideológica del imperialismo”.
La posguerra triste de Laforet
Una obra de un “yo” melancólico, en fin, no podía emancipar a la humanidad para el Semprún comisario político. Con todo, esa memoria taciturna y gris de los cuarenta todavía resuena en nuestros oídos, en nuestras vidas, y ganó un increíble Nadal –Premio “Dedal” le llamaban los megamisóginos del Café Gijón por La Codorniz– en el apogeo del franquismo. Esa niña triste que fue Laforet todavía nos emociona , nos quita la escarcha del ensayo y la ideología, como solo pueden hacerlo las buenas piezas femeninas: