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Mientras tantoLa mítica Filmoteca de Lima

La mítica Filmoteca de Lima


Programa del mez de marzo de 1993, Filmoteca de Lima. Foto de una página de Facebook.

Cuando enseño cine mi cabeza me lleva con frecuencia hasta la Filmoteca de Lima. Triste que en una ciudad de diez millones de habitantes sólo una sala de cine ofreciera lo que ella. Pero habían tantas cosas tristes en esa ciudad, en 1992, que mejor no empecemos.

No quedaba cerca de mi casa, pero daba igual. Cuando supe lo que tenía que hacer para llegar, lo hice. Muchas veces. Tomaba la combi 51 en la vereda frente a la IBM en la Javier Prado, me bajaba en el cruce con la Vía Expresa. Las escaleras siempre olían a pichi porque habían montado ahí debajo un urinario al paso. Otra combi me llevaba hasta Grau. Pronto supe que para algunas películas tendría que salir con más tiempo. Nunca hice una cola más larga que para ver 1900 de Bertolucci. Así y todo me quedé afuera.

La Filmoteca era un templo al cine. Ella nos daba la hostia y a veces a mí me daba por comulgar a diario.

No es que faltaran salas en Lima. Los evangélicos ya habían comenzado su cruzada para expropiar los cines, pero aún había algunos. Como los que compartíamos con las ratas, con el sonido malo, como el Orrantia. También salas estrechas y oliendo a humo como el Petit Thouars, el Romeo y el Julieta. Y los enormes cines con olor a otras cosas, como el Tacna, el Alcázar, el Roma. Había también cines pequeños y bonitos, a los que sólo recuerdo haber ido de niño, como el San Antonio.

También estaban las salas que apestaban a pop corn: Real 1 y Real 2, Arenales 1 y Arenales 2.  Ahí los chiquillos se vestían a la moda que imponía Michael J.Fox. Sin embargo en las salas de cine de Lima todo era Hollywood. A la Filmoteca uno iba a ver el cine en serio: Fellini, Kurosawa, Truffaut. También Ozu, Kusturica. Algún ciclo de Mikhalkov me tocó ver.

Después de llegar, si compraba ticket y aún tenía tiempo, mataba los minutos en las escaleras que daban al Paseo Colón. Hasta que un ratero me arranchó el reloj. Entonces pasé más tiempo adentro, al lado de la cafetería. Tardes imponentes de cine.

Ya escribí acerca de Netflix y cómo los sobres rojos me ayudaron a llenar el hueco de mi ignorancia. Pero no dije aún que antes, mucho antes, en esa ciudad «en la parte central y occidental de América del Sur», dentro de ese monumento de fachada rococó en Lima, yo fui al cine sintiendo la urgencia.

Y ya que estamos en eso yo te confieso, Filmo: jamás me enamoré de otro edificio que no fueras tú.

 

 

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