No es Antanas Mokus un fenómeno político electorero o un producto del marketing del voto, fabricado en la cocinas de algun agencia especializada en manejo de redes sociales y maquillaje de candidatos. Mokus tiene miga, y mucha. Ahora se presenta como la única alternativa posible en las próximas elecciones presidenciales en Colombia (a celebrarse en mayo) que le puede hacer sombra -e, incluso derrotar- a Juan Manuel Santos, el heredero del uribismo, aunque tan diferente sea este representante de las clases altas bogotanas al mesías neofinquero paisa.
Viajé por primera vez a Bogotá a mediados de 1996. Mokus llevaba poco más de un año al frente de la alcaldía después de un triunfo inesperado y una campaña inusual. Bogotá me pareció una ciudad áspera, dura, hostil, un lugar donde ir lo menos posible. En 1999, de vuelta, algo había cambiado. Las cifras oficiales hablaban de una disminución significativa de la violencia social y de una mejora en muchos de los indicadores. Pero el cambio se podía palpar en los rostros de altura, en la incipiente amabilidad de las calles, en el vocabulario. Este filósofo y matemático implantó el concepto «cultura ciudadana» y practicó la política práctica pero, especialmente, la simbólica. Logró cambiar madrazos y pistolas en los semáforos por tarjetas verdes y rojas con las que los ciudadanos premiaban o castigaban públicamente a sus convecinos. Habló de hablar, provocó provocando, aunque algunos medios extranjeros lo vendieran como un caso más de «tropicalismo» de Otramérica por sus apariciones en elefante o por sus antecedentes bajándose pantalones en auditorios públicos o sus trajes de superhéroe barrial.
Mokus inicio un cambio en Bogotá que no ha tenido retroceso gracias a las administraciones siguientes de Enrique Peñalosa, la segunda del propio Mokus y la de Lucho Garzón (el primer alcalde perteneciente al complejo y fracasado conglomerado de izquierdas Polo Domocrático).
Mokus se equivocó cuando decidió dejar la alcaldía para lanzarse como candidato presidencial en 1998 y la opinión pública topoderosa bogotana lo castigó. Pero volvió a reinventarse, se disculpó (algo amenazante en política), le pidió a los hermanos indígenas que lo purificaran de su soberbia en un acto ritual público y aguardó hasta ahora.
¿Podría gobernar Mokus Colombia? Claro que sí. Ya es un político con experiencia en la gestión pública y tiene la madurez que proporcionan de forma gratuita los porrazos. Ya está instalando nuevos conceptos desde su campaña, porque esa es una de sus genialidades, y ha logrado que se cuestione la mal llamada «seguridad democrática» de Uribe por la «legalidad democrática», que se vuelva a hablar de moral, de cultura y de de ciudadanía como un trío indisoluble.
La experiencia lo ha hecho aceptar a Sergio Fajardo como vicepresidente y la fórmula académica tiene muchas posibilidades entre la juventud urbana y entre los desencantados del uribismo que ven como entre la publicidad del régimen y la realidad tercia un abismo de violencia, precariedad, mentiras y futuros truncados.
Las últimas encuestas apuntan a una segunda vuelta segura entre Juan Manuel Santos y Antanas Mokus. Lo impensable, un giro de 180 grados en la política de este complejo país sureamericano, vuelve a insuflar oxígeno a millones de colombianos y mantiene el atractivo sobre esta nación que ya nos ha demostrado en varias ocasiones que el realismo mágico de García Márquez solo era una versión edulcorada de la realidad. Ojalá el sueño se cumpla. Si es así, prometo abandonar mi pesimismo crónico sobre Colombia y sobre la posibilidad de la vida en esa, a veces, inabarcable realidad. Les recomiendo bajarse la publicación más acertada y, probablemente, la más independiente, que existe en Colombia, se trata de Un Pasquín, del caricaturista Vladdo. Podrán entender más, cuestionar la imagen monolítica de Colombia que los medios españoles (con fuertes intereses económicos en ese país) han querido consolidar.