La muerte es algo tan natural como la vida, o si lo preferís, la culminación de ésta.
Tengo amigos llenos de vitalidad que ya han cumplido los 92 años y supe de bebés que no llegaron a decir mamá. También conozco a gente lo más parecida a un zombie, que parecen muertos en vida, pero es pretencioso juzgarlos, ¡a saber qué pasa por su cabeza, aunque sus actos nos resulten insulsos!
Pero de lo que quería hablaros es de la muerte natural, esa que tiene como consecuencia práctica un entierro y el dolor de los allegados.
He pasado varias semanas en España y me he encontrado con lo más natural aquí, en Burkina Faso: se me han acumulado los muertos.
Cuando vives en el primer mundo con una alta esperanza de vida, casi el doble que aquí, y un sistema de Salud Pública que funciona (o funcionaba, hasta que el Gobierno del PP, con la excusa de la crisis, lo desmonte), los entierros y funerales son más escasos que los otros actos sociales: nacimientos, comuniones y bodas.
Pero en Burkina Faso no suele haber comuniones, bodas sí y nacimientos a mogollón…, lo mismo que muertes.
Así que en pocas semanas que he pasado fuera me he encontrado con unos cuantos decesos de allegados, casi a uno por semana (los de gente menos conocida he declinado las invitaciones para pasar a condolerme).
Te llaman por teléfono y te dicen que fulanito/a está malo, ¡vaya por Dios!
Al día siguiente llamas para interesarte por su salud y ver cómo sigue. En 2 casos nos dijeron que estaban mejor y que habían vuelto del hospital a casa (a saber si era por no tener que pagar otro día más de estancia hospitalaria). Y al día siguiente ya era para decirnos que había fallecido.
Lisseta, una anciana de 72 años, tía de tantie Antoinette (como la 2ª madre de Asséto, mi mujer) falleció sin tantos preámbulos, de repente. Mejor para ella, descanse en paz.
El problema es que era la única persona que se ocupaba de su marido, que está incapacitado, sin poder valerse para casi nada y aquí lo de las leyes les suena poco, excuso deciros de leyes de dependencia. No sé qué será del pobre hombre y prefiero no preguntar que lo mismo nos acaba tocando algo… (siento parecer tan desalmado, pero los problemas son infinitos y no puedo con todos).
Una semana antes había fallecido tonton Seydou, 47 años, el hermano pequeño de Amy, mi suegra.
Él siguió el protocolo tradicional de muerte: enfermó, hospital, supuesta recuperación, casa y caja.
Yo le conocía poco, no nos habríamos visto más de 3 veces desde que vivo con Asséto. Al principio me llamó la atención la pena y las lágrimas de mi mujer porque le tenía entendido que su tío era de los hombres de su familia que la repudiaron cuando se quedó embarazada sin estar casada, pero luego me aclaró que no era para tanto y que para ella era su tío, su familia, y que lo sentía mucho.
A la vuelta de España nada más aterrizar fuimos a la cour familiar a dar el pésame a su mujer y sus hijos, 3. El hijo, unos 18 años, ni siquiera nos saludó pues cuando llegó al patio discutió con su madre y se fue pitando sin dignarse mirarnos (y a mí se me ve de lejos y en lo oscuro, como blanco que soy). La cortesía, en esta tierra, es tan escasa como aparente, más entre los jóvenes.
Esta es la cour familiar otro día que fuimos cuando la muerte de Ramatou, la hija de tantie Habibou, la sacaron en esa especie de barreño grande donde la habían lavado antes de amortajarla
Mientras estábamos en el patio procedieron las mujeres a realizar unas maniobras de limpieza que me extrañaron y que me aclaró después mi mujer.
En un gran barreño se cocían unas ramas con hojas, que guardaron después, y con el agua procedieron a rociar el suelo de la case (espacio de 2 piezas) donde viven la viuda y los 3 hijos, así como la puerta y la ventana de la case.
Las hojas no me supo decir el nombre, porque las trae la mujer del Naabá de la aldea y es un secreto, pero es una operación que se repite diariamente, al atardecer, durante algunas semanas para exorcizar y calmar el espíritu del difunto y que repose tranquilo si es que quedó con alguna inquietud o tarea incumplida. Y, sobre todo, que no moleste a los vivos en su descanso y que él también descanse en paz.
Yo, por mi parte, les daría unas dormidinas para tener un sueño reparador sin fantasmas (o un tranquimazim, si hay un pelín de malas conciencias).
Por último, poco antes de llegar nos contaron que Ousmane, el ‘petit ami’ de Oumou, la señora que limpia y cocina en casa había fallecido.
Oumou está casada, tiene 2 hijos y 2 nietos, pero lleva separada del marido más de 9 años y tenía una ‘relación especial’ con el difunto Ousmane.
Lo llaman petit ami cuando quieren decir amante, porque de petit Ousmane tenía poco: casado, 45 años, 2 hijos, y más de 100 kgs de peso.
Yo le conocía, pero jamás Oumou me dio a entender que era su ‘amigo’. Aquí la gente no es discreta, pero es reservada para lo suyo.
Esta es la única foto que tengo de Ousmane, el día que vino a darme un masaje, era masseur, masajista, por una caída que me dejó baldado (y el masaje más aún)
Es ahora cuando me entero que era una relación que duraba años y que al principio la mujer de Ousmane aceptaba y tenía una buena relación con Oumou compartiendo a su hombre, pero que las malas lenguas de las malas personas (aquí son legión, no tiene otra cosas que hacer que darle al pico) acabaron por conseguir que ya no le hable.
Parece ser que Ousmane estaba intentando mediar con el marido de Oumou para que volviera con ésta, sin lograrlo.
Oumou está muy triste y desconsolada, es duro encontrarte con más de 40 años sin un hombro y un hombre en quien apoyarte. Y no es fácil volver a empezar, lo sé por experiencia.
No fuimos al duelo porque no precedía ir a la cour de la viuda, ya que sólo le conocíamos por Oumou y tampoco debíamos ir a darle el pésame a Oumou a su cour porque ahora la vergüenza exige tapar los hechos.
Demasiada hipocresía, para mi gusto.
PS.- ¿Causas de las muertes? No especificadas. Aunque en el caso de Ousmane, y dados los vómitos sangrantes comentan de un posible envenenamiento…, ¡quién sabe! Aquí no hay autopsias, ni C.S.I.
GALERÍA DE RETRATOS DE JAVIER NAVAS