En realidad la muerte es silenciosa. A veces la escenegrafía en la que acontece parece estruendosa, llamativa. Vidrios rotos y perforaciones de sangre coagulada se precipitan en las imágenes tras la línea plástica que avisa del no pasar. Rigoberta duele más cuando calla, junto a la línea. El muerto calla porque nadie lo entiende y los asesinos, siempre tan silencioso, no celebran a gritos el éxito de la operación ni sacan pecho en televisión por un trabajo bien hecho.
Pero lo que no dice la muerte lo musitamos los vivos: este profundo estado de desolación que acompaña al silencio cuando el muerto estaba hecho de más vida que el resto. Compartirán ustedes que hay muertos y… muertos, aunque todas las vidas valgan lo mismo. El valor simbólico del muertito es directamente proporcional al miedo que genera su silencio, al desierto que siembra en el alma colectiva.
En Otramérica, Facundo no era cualquiera. Tampoco presumía de ser el que más. Personaje contradictorio como la vida, su voz sí sonaba (no como el hueco callar de la muerte). Sus canciones, su manía de perseguir a Manuela, las referencias a su madre o hasta el dios que lo habitaba, callan ahora que los asesinos han cumplido con la tarea.
Qué más da si las balas llevaban su nombre o la del empresario que lo conducía. Qué importa. Escribía Ramón Lobo hace unas horas que lo que hace esta muerte es quitarle la máscara a la historia oficial, a la que dice que en Guatemala ya no pasa nada (ya se sabe: solo unos narcos revoltosos y muy malos que seguro, segurísimo, no tiene nada que ver con los poderes oligárquicos tradicionales).
Yo creo que la máscara se nos cae a nosotros cada vez que una voz fundamental se calla. Doblemente cuando es callada a la fuerza, con la violencia de ese silencio roto solo por las lágrimas y por las denuncias de los que, valientes, siguen exigiendo que los derechos humanos y las ideas son especies en peligro de extinción.
Es probable que en la vieja Europa muchos no supieran quien era Facundo y, ahora, la silenciosa muerte ha armado un escándalo de papel imprevisto para que a todos les suenen sus melodías.
Yo no tenía nada que decir en este silencio, pero… qué le vamos a hacer, habrá que seguir cantando, escribiendo, sembrando la red de palabras para sentir que la vida, a pesar de la muerte, sí hace ruido.