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Mientras tantoLa niña radiante

La niña radiante


 

A quién no le gustaba Mireia desde que apareció hace más de un lustro con su talento de estrella infantil. Shirley Temple haciendo claqué sobre el agua. Con diecisiete años ya le disputaba los tiempos a los monstruos marinos de Coventry y Rice, aunque el miedo la hundiese en piscinas inacabables. No fue así en la corta, donde siempre dio pellizcos de poderío y mostró su arte como un diestro que se gusta toreando vaquillas sin la muerte rondándole tras el capote; o acaso como si la estrechez la conectase a la época feliz e indolente de sus primeras brazadas. Uno recuerda una aprensión similar: el abismo de la pila olímpica donde más allá de los veinticinco metros hay un Triángulo de las Bermudas lleno de nadadores sin rumbo. Porque en el poyete de salida de cualquier disciplina de pronto se avistan nieblas repentinas, aquellas entre las que se escabullía el capitán Jack Aubrey y su Surprise. Uno la entrevistó en sus inicios, adolescente y niña, tímida y observadora con sus ojos de mar Caribe como si todavía chapotease en las piletas. Eso es lo que dijeron después de Pekín. Luego vino de Londres con un botín que era una promesa cuando algunos ya le habían puesto el cartel de juguete roto. Hoy incluso se lanza a las aguas oscuras para rescatar tesoros, y en su mirada se aprecia que ha visto en las profundidades el tesoro de Montecristo cuyo paradero le reveló Vergnoux durante su cautiverio, el abate Faria que ha instruido a Belmonte revelándole todos sus misterios. Lejos ya del castillo de If, dicen que ahora entrena creativamente, como si viajara con una maleta de libros rastreando influencias igual que si quisiera imponer una revolución artística en el nuevo arte de nadar: parando, templando y mandando, atreviéndose con el fondo y el medio fondo y añadiéndoles mariposas de identidad y estilos sin rodeos como si fuera Basquiat, en las plazas de Berlín o en Doha, exposiciones internacionales donde sigue triunfando, cargando las suertes igual que si quisiera seguir la tradición de un apellido al que esculpìeron estatuas y al que cantaron los poetas y los mitos, desde Valle a Hemingway, para hacerle uno de los suyos.

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