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La noche hurga como algunos insectos

 

 

Hubo un tiempo en que no me consentía faltar a la cita con no sé quien todos los miércoles. Pero empecé a incumplir y los gamberros empezaron a romper los cristales de la fábrica, y la orina y las ortigas y el olor a goma quemada empezaron a impregnarlo todo, y dio igual.

 

Ahora no ha cambiado nada. Salvo que es tan de noche, es decir, tan tarde, según las últimas estadísticas, que da igual lo que hagas. No cambiará nada. Ni mucho menos la compasión, la relación de fuerzas, el movimiento de los cuerpos, la rotación de los astros.

 

Abro Barrio perdido, de Patrick Modiano, al azar, y leo: «Falta poco para que amanezca. Me sentiré aliviado cuando el sol borre las sombras del techo». Tengo el libro abierto (por las páginas 102 y 103: he tenido que comprobarlo) sobre el pecho, apoyado contra el quicio de la mesa. En realidad es el borde de la mesa, pero ha salido quicio y ahora no quiero quitarlo. Quicio. Sigo (vuelvo a coger el libro, me cuesta retener más de una frase, y cometo errores): «Los primeros rayos se posan ya sobre los listones del parqué, sobre los libros de la biblioteca de Rocroy». Aún faltan muchas horas para que eso ocurra. En Rocroy y me temo que también aquí, en este barrio céntrico de Madrid por el que ahora no pasa… ah, ¡ni un alma! ¿Es un placer poder recurrir a un lugar común cuando todo parece propicio? «Me sosiega ver estas hileras de libros brillando con el sol. Y la pagoda, enfrente, ocre entre la bruma azul».

 

Devuelvo el libro a la derecha de la mesa, donde esperará un tiempo indefinido. Tengo algo de frío, porque estoy en magas de camisa. Pero no quiero ir a la habitación para coger un jersey. Ella está durmiendo desde hace horas. Cuando vaya será para desnudarme, para meterme en la cama, buscar su calor, dormir, al menos unas horas, antes de que la luz del sol… etcétera.

 

Ahora deberías sí buscar una fotografía, o dos, y dejar que el tiempo haga el resto, que nada cambie, porque como escribió Denise Despeyroux en una especie de diario de adviento que te entregó ayer

 

¿Cómo vivir sin querer que las cosas cambien? 

 

¿Cómo vivir sin querer cambiar nada?

 

 

La noche hurga como algunos insectos. Como si tuviera el instrumental de un cirujano plástico a su disposición. Tengo frío. Pero no me abrazo. Me acomodo. Me preparo para lo que pueda suceder. Echo otro vistazo a la fábrica de la infancia y pienso que al menos no ha pasado un mes en blanco desde la última vez que pasé por aquí. Como si eso pudiera remediar algo.

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