Uno entra en esta novela como dice la escritura de Blanca Riestra, en un espejo, un espejo múltiple, fragmentado, donde los pequeños seres que somos se cruzan sin hablarse con los seres que caminan por esta historia, seres, palabras, fantasmas de la noche, una noche multiplicada, frágil, despiadada y sin remedio.
Los personajes son vistos, desnudados, cuando creen que son invisibles, ocultos: “Duerme con la boca abierta soñando con quién sabe qué complicados vericuetos monetarios”.
Es una “novela por la que caerse, como por un embudo, una novela por la que dejarse caer”.
Porque “la mujer piensa que el mundo es un embudo”.
Una novela por la que caerse, como por un mundo.
Un mundo poderoso cruzado por incontables y débiles soledades.
“Una novela como un bosque donde las historias dibujen figuras sólo perceptibles desde arriba”.
Valle Inclán miraba la ciudad desde arriba con una lupa deformadora.
La mirada de Blanca Riestra usa una lupa desnuda y solitaria, tan desnuda y solitaria que el lugar de la lente ha sido ocupado por el aire de la noche. Los personajes perdidos en el bosque de la noche.
“La estructura traza círculos concéntricos que cercan poco a poco el sentido”.
Peatones en el embudo mundo, que casi atrapan el sentido de los actos justo antes de que se vuelva a escapar.