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Mientras tantoLa nueva anormalidad

La nueva anormalidad


De elecciones con mascarilla, arte urbano y recortes de libertades

Vídeo: manifestación de la comunidad bielorrusa en Madrid, 25.06.2020

El pasado domingo 21 estrenamos la nueva normalidad en España. Hasta donde me alcanza la memoria, nunca hice un viaje más ansiado y bizarro. A las 8:30, una fantasmagórica Estación de autobuses de San Sebastián amanecía sin más presencia humana que nosotros, diez pasajeros ansiosos por ver a la familia.

Sentados guardando la distancia social solo durante la primera mitad del viaje (a partir de Burgos, el autobús se llenó como en los tiempos previos a la pandemia), nos observábamos de reojo con la esperanza de poder asomar la nariz de cuando en cuando.

Poco a poco, se multiplicaban las paradas sin anunciar: primero Tolosa, con más ciclistas que peatones; a continuación, la cuna de la empresa CAF, Beasain, luciendo sus hermosos graffitis de Ígor Rezola, Dizebi; después Alsasua, una especie de viaje en el tiempo por calles desiertas;  saludamos luego a la señorial y verde Vitoria y por fin, la parada de rigor: un Burgos casi confinado, con bares cerrados y multitud de pasajeros y medidas de seguridad.

"La niña" de Dizebi en Zumárraga (a 11 min. de Beasain), imagen: Gonzalo Iza

Para entonces, la mitad del viaje estaba ya hecha. Dolían las orejas y nos sofocábamos con nuestro propio CO2 al detenernos en una desierta Aranda de Duero, enorme contraste con la actividad reanudada en un caótico aeropuerto de Barajas. Finalmente,  poco antes de las tres y media, llegamos jubilosos a Madrid, la ciudad donde el sol clava a más de seis millones de mascarillas.

Faltaba el aire y sobraba emoción para ver a la familia, para inaugurar encuentros y terrazas con los amigos. Algunos  comentan que es su primera salida, piden un paseo por zonas poco frecuentadas, e incluso mantener todo el tiempo el metro y medio de seguridad.

Nada que ver con Donosti, donde el confinamiento se llevó inicialmente con todo rigor, hasta al punto de alcanzar pronto la cifra mágica de cero contagios. En cambio, actualmente no se guarda la disciplina de Madrid, nadie hace deporte enmascarado, y son pocos los que observan esta medida en la calle. Solo por entrañables matrimonios mayores, los autobuses o los comercios puede repararse en que algo anormal sucede.

Pero no solo de pandemia vive el hombre. El pasado jueves 25, la oposición bielorrusa se manifestaba en la Puerta del Sol reclamando unas elecciones libres, denunciando los atropellos del régimen y el encarcelamiento de los líderes de la oposición.

La situación de Belarús es insostenible. En la cárcel se encuentra el opositor Serguei Tikhanovski, detenido cuando se disponía a presentar su candidatura bajo la consigna “aplastar a la cucaracha”.  A la vista de la situación, su valiente mujer Svetlena ha decidido tomar el relevo, mientras otro candidato a presidente, Viktar Babaryka y su hijo Eduard, siguen también entre rejas.

Los crímenes políticos de Lukashenko, el último dictador europeo, continúan impunes, mientras el coronavirus se extiende sin que se cancelen actos públicos (no ha habido un solo partido de fútbol anulado), se confine a la población ni se informe adecuadamente de los casos.

En paralelo, el mismo día que las municipales francesas, el pasado domingo se celebró en Polonia la primera ronda de las presidenciales. Simultáneamente, la numerosa comunidad polaca en nuestro país se organizaba en tiempo récord para votar. Elecciones libres, pero llenas de dificultades, prisas y ausencias clamorosas en el censo, como denuncia la plataforma PoloniaNIEmaWyboru. 

No por casualidad, ya que el resultado en España del líder de la oposición ha sido óptimo. Mejor aún que el 51,71% cosechado en Grecia, el 52,5% de Alemania o el 54,8% entre los polacos en Suiza, en sintonía con el resto de Europa. Pero es que ya en la tierra de Calderón de la Barca Rafał Trzaskowski ha arrasado, logrando el 61,16% de los votos.

Mientras, en el interior de Polonia, el presidente Andrzej Duda se impone claramente con el 43,67% de los sufragios, frente al discreto 30,34% de Trzaskowski, antiguo alcalde de Varsovia.

Siendo la polaca una da las grandes diásporas, ¿qué sucedería realmente si votar en el extranjero fuese tan sencillo como identificarse y clicar un formulario on line? De hecho, fuera del país casi solo en EEUU los resultados son buenos para el actual presidente, que sin embargo cuenta con más presupuesto y medios de comunicación afines, empezando por la televisión pública.

Duda, reforzado por una buena gestión inicial del coronavirus, moviliza al electorado mayor, católico, conservador, que consiente la homofobia y el racismo. Pero también gana voluntades a golpe de subsidio y, mientras critica a la UE, basa su éxito político en el amplio reparto de sus fondos.

Diríase casi que su gran rival electoral han sido los mineros silesianos, víctimas de un importante rebrote de COVID-19, que parece repuntar en Polonia. Aparentemente, al conjunto del país le preocupa más infectarse que la persecución a sus magistrados, los recortes a la libertad de expresión, los insultos al colectivo LGBT y a los refugiados sirios o los intentos de cercenar el aborto.  Nadie recuerda el adagio de Martin Niemöller de “primero vinieron a por los socialistas, luego vinieron a por  los judíos, luego a por los sindicalistas, pero yo no dije nada, porque no lo era (…) Luego vinieron a por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

Mientras, un dinámico Trzaskowski tiene amplio apoyo exterior, y su discurso tolerante y conciliador, aunque neoliberal, poco a poco logra acortar distancias. Este hombre de familia, de mirada optimista y que aboga por la “Nueva Solidaridad”, consigue que el electorado olvide uno de los grandes fiascos de su partido: el acoso a los inquilinos con rentas antiguas en las grandes ciudades, antaño además el principal caladero de votos de la Plataforma Cívica, para posteriormente privatizar y especular con dichas propiedades.

9.12.1990, Lech Wałęsa, líder del sindicato Solidaridad y Premio Nobel de la Paz en 1983, 
gana las primeras presidenciales en Polonia tras la caída del muro.

Por edad, Trzaskowski es una persona dinámica y ajena a la corrupción de otros colegas afines, quemados por el poder. Y cada vez más sectores de la sociedad quieren recuperar sus libertades y mirar al futuro sin los complejos del pasado.

En dos semanas se celebra la segunda y definitiva vuelta. Todo indica que Rafał Trzaskowski, el único candidato ajeno durante toda la campaña al insulto personal en un clima político polarizado y crispado que recuerda al de España, sufrirá una digna derrota. No obstante, por primera vez en los últimos seis años un político polaco socava los sólidos muros del populismo.

Poco tenían que decir sus predecesores: años de bonanza económica y de subsidios europeos han convertido los derechos humanos en un tema secundario. El ciudadano medio no es político, ni maestro, ni periodista; no es tampoco juez ni inmigrante, por citar algunos colectivos afectados por la pérdida de las libertades.

Mientras haya ayudas, mirará para otro lado con la convicción de que ya soportó mucho durante el régimen comunista.  Por no hablar de la dureza que supuso la liberalización por la vía rápida de los primeros años del capitalismo, cuando la llamada doctrina Balcerowicz. Al fin y al cabo, parecen decir diferentes países del Este, una dosis de autoritarismo y represión es inherente al poder.

Frente a esta peligrosa renuncia a los derechos, el líder de la Plataforma Cívica, que tiene gran sintonía personal con muchos políticos europeos, invita a soñar con la tolerancia, la dignificación de los colectivos marginados, el respeto al diferente independientemente de su origen, orientación sexual, ideología o religión.

Para el lema de su campaña ha utilizado al gran artista gráfico Jerzy Janiszewski, que creó el símbolo de Solidaridad. Es imposible decir a ciencia exacta qué lograría Rafał Trzaskowski si llegase al poder, pero como Martin Luther King, se ha atrevido a desafiar al statu quo y soñar con un futuro más justo y menos gris. Es obvio que el poder desgasta y condiciona, pero aún así, por hacer un símil, Obama en la presidencia no es lo mismo que Trump. Y viceversa.

El discreto avance de Trzaskowski, suavizando un clima de intolerancia, desarrollo económico y nacionalismo exaltado, me retrotrae al valle del Goierri en el interior de Guipúzcoa. Poco a poco, los años de Patria, frentismo y xenofobia van quedando en el olvido. Persiste el trauma de la violencia, pero cada vez más lejano. Conjurémoslo abriendo las miras, con respeto mutuo, arte urbano y participación ciudadana. Transformemos nuestro entorno, como hacen los graffitis de Banksy o, en este caso, del enorme Dizebi.

"Gandhi" de Dizebi, Beasain (comarca del Goierri). Imagen: Gonzalo Iza

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