A cerca de siete años de su muerte, el narrador y poeta Roberto Bolaño gravita sobre la literatura en lengua española. Su reconocimiento unánime en los países anglosajones parece premiar al escritor marginal por excelencia. ¿Por qué es vigente?
Roberto Bolaño me dijo: “tú apareces en mi novela 2666 con tu nombre. Eres el periodista que investiga los asesinatos de mujeres en Santa Teresa”. Sonreía al mismo tiempo que buscaba encender un cigarrillo. Apenas pude preguntar, entre la confusión y la sorpresa: “¿De verdad?” Bolaño asintió, contento de su travesura inter-textual, de su empleo de la ficción enclavada en la realidad. Teníamos tiempo de enviarnos mensajes por correo electrónico. Él escribía su gran novela 2666, que se publicaría en 2004, cuando ya había muerto; yo terminaba mi pesquisa sobre la violencia misógina, el poder político y económico y sus nexos con el narcotráfico en la frontera de México y EEUU.
Entre los amigos de Bolaño se sabía desde tiempo atrás que 2666 era una novela voluminosa, en la que pensaba incluir muchas cosas. Sobre todo, había dos temas entrelazados: los asesinatos de mujeres, que se inspiraban en los acontecidos en Ciudad Juárez en la última década del siglo XX, y la violencia del nacional-socialismo, los campos de exterminio, la segunda guerra mundial. Alguno de ellos me llegó a decir que la novela incluiría también una parte de ciencia-ficción. Quizás la proliferación creativa de Bolaño conjeturaba una novela aún más amplia y compleja que 2666.
En algún mensaje, cuya rapidez le cautivaba tanto que a veces se exasperaba porque, debido a la intromisión gubernamental en mi correo electrónico, se interrumpía nuestro enlace o se perdían nuestras comunicaciones en el éter, quería saber detalles minuciosos de los hechos de Ciudad Juárez. Se apasionó con el ex detective del FBI Robert K. Ressler, que inventó el término de “asesinos en serie”, cuyo trasunto aparece en la película El silencio de los corderos (1991) de Jonathan Demme. Se mostró desconcertado cuando le comenté que Ressler había viajado a Ciudad Juárez y que, por presiones de las autoridades que lo contrataron, ofreció declaraciones decepcionantes que tendían a avalar las impresentables investigaciones de la policía.
Recuerdo que Bolaño me envió un mensaje que decía: “¿entonces no hay asesino en serie en Ciudad Juárez?”. Le impresionó mucho saber que Ressler había declarado que detectó al menos un par de bandas de secuestradores, violadores y asesinos en serie. Luego de examinar los datos y expedientes que le permitieron consultar, detallaría dos o tres bandas criminales. “Asesinos de juerga”, les llamó. Una postura muy específico que otros criminólogos avalaron, como el mexicano Óscar Máynez, o la estadounidense Candice Skrapec.
Como se puede notar, el caso de Ciudad Juárez es distinto de la idea de violadores que matan a sus víctimas para encubrir los hechos, como está presente en la exitosa trilogía Millenium del sueco Stieg Larsson, que engloba los libros más vendidos en España durante el año pasado.
En Ciudad Juárez la relación del crimen organizado con gente de poder de aquella frontera se ha mantenido hasta la fecha. Los asesinatos de mujeres de allá se inscriben en tal nudo. El enorme negocio de lavado de dinero y la fraternidad surgida a partir de tales asesinatos son responsables de la crisis de ingobernabilidad e inseguridad extrema que vive la urbe juarense, donde los negocios duros se han sellado con la sangre de las víctimas.
Las novelas de Larsson le deben su fama en buena parte a la fantasía de la heroína Lisbeth Salander, una joven bisexual de mente superior, pequeña, hacker experta, buena en artes marciales y que usa piercings y tatuajes. Más que obedecer a un esquema literario, la narrativa de Larsson expresa una mixtura de los best-sellersestadounidenses, la fluidez cinematográfica y el cómic. La vengadora Salander pertenece al linaje de los super héroes de la cultura trash-pop que cubre el planeta, y que a partir del 11 de septiembre de 2001 han cobrado un nuevo aire: frente a las amenazas y las certezas del terrorismo, sólo ellos y sus compensaciones simbólicas podrían salvarnos. La realidad diluida en la ficción.
En un mundo que después del triunfalismo global ha encarado, además del terrorismo, la crisis climatológica, la quiebra económica, el auge de la economía subterránea y las industrias delincuenciales anexas (narcotráfico, extorsión, armamentismo civil, explotación y tráfico de personas, prostitución de niños y menores, turismo sexual, violencia contra mujeres, etcétera), la endorfina, el opiáceo de la temporada se llama salandermanía.
“Me disgusta todo tipo de violencia”, me dijo Roberto Bolaño en otro de sus mensajes. “Por eso escribo de ella”. La realidad más real se halla en la literatura auténtica. Me dispongo a leer su novela póstuma El Tercer Reich.