Después de tantos días de quedarse en casa, la nueva normalidad se asoma por la ventana. Ya no hay que inventarse una compra inesperada para salir a la calle, ahora todos nos hemos vuelto runners; pertrechados con mascarillas corremos sin rumbo, nos cruzamos con ciclistas y paseantes mientras el corazón se nos va por la boca.
Resulta curioso la facilidad que tenemos para acostumbrarnos a lo impensable. Nunca me hubiera imaginado desempolvando mi viejo chandal y lanzándome a las calles intentando pasar desapercibida como un camaleón. Una cosa es ir corriendo por la vida, en eso soy experta, otra correr de verdad. No tengo ninguna resistencia, confieso que lo mío es más postureo que otra cosa. Una excusa para airearme y poner un poco de orden en esta cabeza mía tan llena siempre de pájaros. Tareas pendientes, la lista de la compra. A las dos zancadas ya sin resuello, aminoro el ritmo y me imagino tumbada en el sofá, o pensando en la tarde que me espera por haber desatendido lo verdaderamente importante, mis estudios y esos libros en los que debiera estar empeñada mientras finjo estar corriendo.
En esos momentos desearía estar en la playa, todo parece más fácil con el mar de fondo. Me acuerdo mucho de Murakami en estos días. En su librito De qué hablo cuando hablo de correr cuenta que lo que más le gusta después de correr es tomarse una cerveza Amstel bien fría. Con el buen tiempo, Madrid estaría ahora repleto de terrazas, las de la plaza Olavide mis preferidas, me estarían dando la bienvenida. Aunque dejé de frecuentarlas hace años, he vuelto a ellas a menudo, estos días de confinamiento te acercan a los viejos recuerdos, sobre todo aquellos que te hicieron feliz y a los que te agarras ahora sin saber por qué. No me imagino las terrazas de las ciudades a medio gas, con las mesas a dos metros guardando las distancias de seguridad. Debe de ser difícil ser gobernante y verte obligado a mantener el justo equilibrio entre la salud y la economía cuando lo que nos pide el cuerpo a todos es la proximidad y la despreocupación.
Como todo, superada la novedad, estoy segura de que en unas semanas dejaré las zapatillas, como dejé en su día las clases de pilates y los bailes de salón. Y no seré la única, muchos de los que ahora corren como posesos también aflojarán el ritmo. Y es que de entre todos, el mejor consejo de Murakami en esto de correr es el de no excederse en esfuerzos sobre todo al principio. Las buenas sensaciones, si es que las hay, mejor reservarlas junto con las pocas fuerzas para el día siguiente. Es la misma técnica que utiliza cuando escribe o eso dice y no le va del todo mal.
Estoy deseando no tener que inventarme excusas para salir, quedarme en casa porque sí, esa será la normalidad, la de verdad y no esta nueva normalidad impuesta a la que después de tantos días no nos queda más remedio que irnos acostumbrando.
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Foto: Burt Lancaster y Ava Gardner