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La observación del dolor

“Estos asuntos”, recuerdo que lo llamó José María Merino en una amable carta –hace muchos años– que me envió por la lectura de uno de mis libros de poemas, Cuadros de Hopper, que es, entre otras cosas, la masticación de un duelo sin muerte previa, un duelo el trauma tras el ultraje médico que se cebó con uno de mis familiares.  

 

Estos asuntos los observa cada poco algún ser humano escritor o poeta –en uno de sus libros, claro–.

 

En Una pena en observación, C. S. Lewis comenta que el dolor por la pérdida es “como un valle dilatado y sinuoso, que a cada curva puede revelar un paisaje totalmente nuevo”. La pena no se puede soslayar (“Sentimientos, sentimientos, sentimientos –se queja–. Vamos a ver si en vez de tanto sentir puedo pensar un poco”), por eso el escritor no puede sino volverse hacia ésta –la pena–, atenderla, quizá atender a su evolución, descubrir sus matices, paso a paso, como quien explora un territorio –aunque la pena no lo sea, sino un “proceso” –: recorriendo un camino en el que cabe el transcurso del afuera en diálogo con el dolor del adentro.

 

En el libro del poeta italiano Milo De Angelis Tema del adiós, la pena que se observa es anterior a la muerte del ser amado, en este caso, la poeta Giovanna Sicari. Es un texto preventivo –de la muerte, del duelo por la muerte–: la vida se acaba y el poeta trata de retener cada instante como quien quisiera detener el tiempo, y, sin embargo, no pudiendo evitar la consciencia de su transcurrir inexorable. “El lugar era inmóvil, la palabra oscura. Aquel / era el lugar establecido. Adiós al recuerdo de noches / radiantes, adiós a la gran sonrisa. Allí estaba el lugar. / Respirar fue una oscuridad de persianas, un estar primitivo. / Silencio y desierto se intercambiaban el rostro y nosotros / hablábamos a una lámpara. Aquel era el lugar. Los tranvías / apenas pasaban. Venus volvía a su chabola. / De la garganta guerrera se desprendían episodios. Nada / más decíamos. Aquel era el lugar. Allí era / donde te estabas muriendo”.

 

Si C. S. Lewis observa su pena tras la muerte de la poeta norteamericana Helen Joy Davidson, Milo De Angelis la observa –su pena por la inminente desaparición de Giovanna Sicari– desde antes del duelo, tratando de retener cada instante de la vida de su amada, hasta el último, el postrero, que coincide con el último verso del libro: “oh, tú entre los que esperan, / que están a punto, / que beben agua pasada, el canto / del cisne, el destino / claro de este domingo”.

 

En estos días, un buen amigo tiene a su hija de 11 años en el hospital. El amigo es escritor y se vuelve hacia su pena y escribe como si en ello le fuese la vida, la de su hija. “Llevamos dos semanas aquí, un limbo donde el mejor sentido de la vida es la espera. Y la mayor virtud, la paciencia. O la pasividad, el mirar al vacío, el extraviar la mente, atrapar el raciocinio en la confusa maraña del no pensar y, sin embargo, intervenir en decisiones cruciales para la vida que más amas, y que no es tuya”. El amigo Doménico Chiappe publica en redes una fotografía y pienso que es universal, extrañísimamente universal: yo también he debido de cruzar esa calle –una noche igual que esa–, para acudir al hospital, aunque fuese en otro tiempo y en otra ciudad bien distinta y me dirigiese a un hospital completamente diferente: la misma calle y la misma noche. Y en ese preciso instante la cruzo también con él.

 

El ser humano que los escritores somos siempre está observando alguna pena.

 

 

 

 

 

Nicolás Melini (Santa Cruz de la Palma, 1969) es escritor y cineasta. Ha escrito novelas como El futbolista asesino y La sangre, la luz, el violoncelo; poemarios como Cuadros de Hopper y Los chinos, y libros de relatos como Pulsión del amigo. En FronteraD ha publicado Resistir o colaborarLos negros. Esto es MadridEl Hadji Amadou Ndoye, apóstol del español en África y Carverianos. En Twitter: @NicolasMelini 

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