Con mi agradecimiento infinito a mi amigo Pepe Alcalá
Debo a mi amigo José Alcalá mucha felicidad. Y ustedes también, cuando lean sus notas sobre pintura en estas páginas, notarán esa deuda y ese agradecimiento y entenderán enseguida porqué. Muchas de las veces que voy al Museo del Prado repito el privilegio de ir a ver un rato la oreja de Argos que Velázquez pintó gloriosa y mágicamente en el cuadro Mercurio y Argos. Esa oreja es algo que casi nadie ve, pero yo puedo verla perfectamente gracias a mi amigo José Alcalá. Pepe siempre dice que lleva mucho tiempo pintar un cuadro y mucho más tiempo verlo. Después de muchos paseos en su compañía por El Prado, y por otros museos, tengo comprobado que es verdad. Porque no es solo mirar, hay que saber mirar. Y gracias a Pepe algo he aprendido. Gasto con mucho placer ese tiempo, la cosa más valiosa que tenemos, sobre todo si Pepe se presta a gastar el suyo conmigo mirando algunos cuadros, no siempre en El Prado. Pero con los que más tiempo hemos pasado, y seguiremos pasando, es con los de Velázquez, porque Velázquez es aparte y está fuera de toda medida en el reino de la pintura. Voy a intentar explicarme centrándome en uno de sus cuadros.
Con Pepe Alcalá entras en otra dimensión mirando pintura, en la dimensión grande e inaprensible del arte. Por eso es un verdadero privilegio mirar pintura a su lado. Y luego, cuando aprehendes algo de lo que trasmite, cuando lo asimilas y lo haces tuyo, no vuelves contemplar un cuadro como lo hacías antes. Lo miras y lo ves mucho mejor. Por ejemplo, para mí ahora, ver la oreja de Argos es meterme en la historia que nos está contando ahí Velázquez.
Después de mirar con Pepe también comprendes que la manera que tiene Velázquez de pintar, de contar, historias, es única, original y distinta. Con Pepe he aprendido a ver los cuadros con sustancia. Ya disfrutaba mucho antes, pero es que ahora mucho más. Esa oreja de Argos que casi nadie ve es importante. También lo es que Velázquez, cuenta Pepe señalando el cuadro, centró esta escena en unas medidas concretas, ya que iba a ir entre dos ventanas en el salón de los espejos, que no son las medidas que vemos ahora. Porque en algún momento se le añadió una franja de unos veinte centímetros de tela por arriba, y casi diez centímetros por abajo… esto es algo que pasó también con Las hilanderas, recuerdo yo… y por supuesto, en cuanto eres consciente de los añadidos, te sobran esos centímetros y notas cómo se desvirtuó la escena. La reflectografía del cuadro muestra algunos arrepentimientos, los famosos “pentimentos” de Velázquez, por ejemplo, que la ternera Io, detrás de Mercurio, al principio la pintó mirando para el lado contrario, pero quizá convenía más a la escena que se la viera mirando a la luz, así es que la cambió. Cambió eso y alguna cosa más… Pepe se acerca y se aleja del cuadro, y yo también, y vemos esas pinceladas que de cerca solo son sutiles arañazos de pincel abandonados, inconcretos, imprecisos, y en cambio de lejos son… sí, son eso que estás viendo. Una mano que no existe. No se puede pintar más con menos, dice Pepe. Porque Velázquez, ahora te das cuenta, deja como sin terminar, y lo hace muchas veces en varios cuadros, por ejemplo, las manos, los dedos de las manos, sobre todo si hay sugerencia de movimiento en ellas. Es una genialidad con la que logra que, cuando miras, seas quien termina la acción, quien en definitiva termina el cuadro. Y logra así que lo hagas tuyo, que te creas todo lo que pasa allí, y sobre todo que aquello que ves, pintado en el XVII, siga vivo siglos después de muerto el pintor de pintores, y te interese. Igual que cuando lees o relees un buen libro y compruebas que sigue vivo siglos después de escrito.
Y es verdad que le sobran centímetros por arriba y por abajo a este cuadro, son franjas oscuras sin sentido, pero yo no me canso de mirarlo asombrada. Ya digo que es algo muy parecido a lo que pasa con ciertos libros cuando los relees, esos libros geniales con los que te sorprendes al encontrar cosas nuevas que no había visto antes, o que no habías sabido apreciar. Rafael Sánchez Ferlosio llamaba a eso encontrar pecios. Tampoco me canso ante otros cuadros que elegimos visitar una y otra vez, de Velázquez y de otros pintores, y si los miro con Pepe es mucho mejor.
Lo de Argos y Mercurio pasa con todos los cuadros mitológicos de Velázquez que hay en El Prado, porque su genio logra que esas historias, la mayoría basadas en Las metamorfosis de Ovidio, sean nuestras, que hablen de nosotros y de nuestras cosas, que nos cuenten historias vivas. Puedes imaginar muy fácilmente lo que se están diciendo unos y otros. Son tan nuestras estas pinturas que las llamamos como queremos, El triunfo de Baco son Los borrachos, Apolo anunciando a Vulcano que su mujer se acuesta con Marte es La fragua. La fábula de Aracne, en la que Palas Atenea convertirá en araña a la orgullosa tejedora, son Las hilanderas… y al raro y diferente cuadro de Velázquez sobre el dios Marte, donde vemos a ese hombre-dios lleno de vigor, pero cansado, sentado en una cama, lo llaman algunos El descanso de Marte. Yo no le veo descansando, la verdad, sino más bien triste, desconcertado y tal vez arrepentido por lo que acaba de pasar: que se acaba de acostar con Venus, que es la mujer de su hermano Vulcano, y Vulcano, al enterarse, ha pillado un cabreo y un disgusto enorme. Aunque también podría ser que este Marte, con su casco de dios de la guerra, esté harto de guerras… pero no, porque Velázquez le ha pintado sentado en una cama que está un poco revuelta, así es que… No sé, ya decidiré en la próxima visita. ¡Pobre Marte, que poco dios parece aquí!
Los cuadros de Velázquez están vivos y rebosantes de tesoros ocultos, muy bien guardados, precisamente porque están a la vista. Descubrirlos y disfrutar de ellos solo requiere mirarlos tanto o más tiempo del que empleó Velázquez en pintarlos. Llevamos siglos mirando Las meninas y el misterio y la magia de esa pintura continúan vivos.
Así es que si, todo este disfrute por mirar bien la pintura bien pintada, que incluye igualmente pintura contemporánea y las más remotas (¡esas pinturas arrancadas de San Baudelio!), se lo debo en gran parte a Pepe, que cita y relee mucho a Ramón Gaya, aquel que dijo que el Museo del Prado era su patria, supongo que se identifica con él, en eso y en más cosas, por ejemplo en considerar a Velázquez un ser humano superdotado… o como dijo Gaya “más que nacido para la Pintura, elegido por ella para cumplirla”, del mismo modo que Mozart fue elegido por la Música.
Hay dos libros de José Alcalá muy recomendables para el disfrute de la pintura. El que publicó La hoja del monte en 2008, El aposentador cansado, donde nos cuenta los últimos años de Velázquez y se acompaña de maravillosos dibujos; y el libro recién publicado por la Fundación Rico Rodríguez, Notas desde el Prado, que se irá publicando por entregas en fronterad. Por fortuna, creo que José Alcalá está animado a escribir nuevas notas que le inspiren sus constantes pasos entre cuadros. Lo disfrutaremos.
Nota biográfica: José Antonio Alcalá (Madrid, 1959) es pintor aunque él dice que ya no. Ahora sólo pinta bocetos. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios y en la Facultad de Bellas Artes de la Complutense. Ha realizado diversas exposiciones individuales y participado en muchas colectivas en galerías y ferias de arte de Madrid y otros puntos de España. Acude a los mejores museos de pintura con asiduidad, y al Museo del Prado diariamente. Escribe sobre pintura desde siempre, reseñas en catálogos de exposiciones, conferencias de divulgación y artículos. Es autor de dos libros sobre pintura de rara calidad, El aposentador cansado (La hoja del monte, 2008) y Notas desde el Prado (Fundación Rico Rodríguez, 2024).