El papa es original, no cabe duda. Qué tipo, qué hombre. Qué carácter. Le dice al gobierno español que tiene que proteger a los heterosexuales. Claro, hay que entender las cosas en su contexto. El hecho es que el gobierno español había estado preocupándose mucho por los derechos de los homosexuales. Y ahora viene el papa y le dice al gobierno que debería preocuparse por los derechos de los otros, de los heterosexuales. Apoyar a los heterosexuales, dice.
Es realmente un giro espectacular al Sermón de la Montaña. ¡Apoyar a los heterosexuales! ¡Qué gran idea! Subvencionarles, darles una bonificación por heterosexualidad. A mí, como heterosexual, me parece una idea estupenda. Poner en los cines, por ejemplo, una cola especial para heterosexuales para que éstos y éstas no tuvieran que esperar para sacar las entradas. Hacer que en los restaurantes los heterosexuales tuvieran preferencia a la hora de reservar una mesa. Poner en el metro asientos para heterosexuales. Perdone, señora, veo que está sentada en un asiento para heterosexuales. Pero yo… no insista, señora, he visto cómo miraba de reojo las piernas de la chica que está enfrente.
La idea de apoyar a los heterosexuales me parece brillante. Debería apoyarse también a los diestros en vez que apoyar a los zurdos. A los del país, mejor que a los inmigrantes. A los adultos, más que a los niños. A los patronos más que a los que están en paro. A los jóvenes mejor que a los ancianos. A los ricos más que a los pobres. ¡Qué gran idea! ¿Por qué apoyar a las minorías, a los que están más perseguidos, a los que tienen menos derechos, a los que son humillados, insultados, denostados? Pero ¿a quién se le ocurre?