Estas fechas en las que los cristianos recuerdan el martirio y resurrección de Cristo, se han podido escuchar en el Auditorio Nacional de Madrid dos orquestas, tres coros y muchos cantantes distintos para interpretar la misma obra. Y lo han hecho en días consecutivos.
La obra es La pasión según San Mateo, BWV 244 de Bach. El Domingo de Ramos fue interpretada por la orquesta Vespres d’Arnadí dirigida por Christoph Prégardien, acompañada por el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana dirigido por Xavier Puig, Cor Infantil de l’Orfeó Català dirigido por Glòria Coma i Pedrals. Con David Fischer en el papel del evangelista. Programado dentro del Universo Barroco del Centro Nacional de Difusión Musical del Instituto Nacional de Artes Escénicas y de la Música (CNDM – INAEM)
Y el lunes siguiente, el ciclo Impacta trajo a la Orquesta Barroca de Friburgo dirigida por Francesco Corti, junto con el coro Zücher Sing-Akademie dirigido por Florian Helgath. Con Maximillian Schmitt en el papel del evangelista. Aunque seguramente el responsable de que no quedase una entrada para esta sesión es que su elenco incluía el contralto Philippe Jaroussky. Que mueve masas musicales y que, esta vez, jugo como un miembro más del equipo haciendo lo que tenía que hacer para que el conjunto brillase, igual que el resto de cantantes.
Orquestas a las que une su pasión por la música barroca. La primera española, localizada en Valencia, creada en pleno siglo XXI. La segunda, con una larga andadura que comenzó en los años ochenta del siglo XX. Y, al menos lo que se pudo escuchar en el Auditorio, la edad de cada formación se notó.
Con dos formas muy distintas de enfrentarse a estas dos obras. Digamos que la española tira más hacia la recuperación historicista. Es decir, al intento de interpretar la obra lo más parecido a lo que pudo ser la interpretación original. El problema es que no quedan registros que permitan comparar los resultados de hoy con los de antaño. Y hay que creerse a pies juntillas lo que los musicólogos han conseguido deducir de la bibliografía y documentos existentes al respecto.
No quiere esto decir que la de Friburgo desdeñe la historia. No lo parece. Pero sí que, como pasa a veces con los mayores, presenta menos prejuicios. Se da mucha más libertad a la hora de interpretar. Tal vez porque a su edad ya lleva muchas pasiones a la espalda, y debates sobre ella.
La consecuencia, es que la primera consigue el aplauso de los estudiosos. Y de aquel público que los siguen. Ya que poco a poco los primeros están copando las páginas de revistas, periódicos y medios que se dedican a la música clásica y a su crítica. Y están afinando un gusto en el público que tiene que ver con la apreciación de la calidad técnica de las voces y los músicos tocando sus instrumentos, incluso de la incorporación de instrumentos de la época. Así como, de la importancia de las piezas en la historiografía de la música de unas formas de interpretar que se creen más cercana al original.
La segunda, también es parada obligada para dichos estudiosos. Lo es por su dilatada trayectoria como por todos los premios recibidos y colaboraciones realizadas ¿pero con quién no han trabajado? Sobre todo, si tenían interés por el barroco. Sin embargo, digamos que opinan que sus libertades, o así les parecen a los que saben muchísimo de estos, de alguna manera van contra la obra.
¿Es así desde el punto de vista del público? Basándonos en lo que se vio al final de los conciertos del domingo y el lunes, el público lo flipó con los dos conjuntos. Con ambos rugió, aplaudió y se puso en pie. Pero si se pudo asistir a los dos conciertos se vieron claras diferencias.
La fundamental tiene que ver con el arte musical, entendido como algo inasible. Algo que se escapa al estudio, aunque el estudioso no puede dejar de intentarlo mientras que el público se entrega sin más.
Así, en la versión de Vespres d’Arnadí no se acaba muy bien de entender lo que pasa en la historia que se cuenta. En el sentido de que la historia parecería una marcianada, si no fuera porque en España es imposible haber crecido sin conocerla y, a pesar de vivir en un estado laico y aconfesional, creer en cierto modo en ella.
La clave la da ese momento en que el Evangelista canta “Gólgota”. Que en la versión de Vespres d’Arnadí alcanza unas cotas enfáticas en la voz de David Fischer que no se entiende muy bien a que vienen desde el punto de vista artístico. Como una convocatoria o una invocación de un lugar mítico o mitológico. Demasiada explicitud innecesaria.
Ese mismo lugar es recitado de muy distinta manera en el caso de la versión de la Orquesta de Friburgo. De hecho suena más a un susurrado enfático, a una evocación que a una invocación. Se nota su importancia, pero como más cercano, más humano, mucho menos marcado. Y en esa forma se resume todo el arte de esta representación. Donde la misma historia parece algo más común, menos salido de la realidad.
Más humano el miedo de Cristo, sus dudas, su silencio ante lo inevitable, su dolor. Y, también, cierta alegría. Porque no se debe olvidar que el protagonista acepta este cáliz, el de ser crucificado, para limpiar los pecados de todos los mortales. Y aunque muere alguien que les quiere y a los que muchos mortales querían, en esa muerte está su salvación. Hasta la de los que le asesinaron o de los que como Poncio Pilatos nada hicieron para salvarlo. Y salvarse del infierno eterno es motivo de alegría en el dolor.
Curiosamente, esta cercanía se consigue poniendo más énfasis en el tipo de voces, tal y como está en el original. Frente a la necesidad de identificar a los personajes que tiene Vespres y su versión más historicista, que en cierto momento llega a confundir. Aunque en principio podría pensarse en lo contrario.
Esto se debe a que se ha entendido que la función de las voces, una tesitura, o lo que sea que conlleven, persigue un efecto emocional. Y que la identificación del personaje tiene más que ver con las introducciones que hace el narrador, el evangelista del libreto, que otra cosa.
De nuevo el debate entre contar y reproducir. Cuando uno se focaliza en el contar, trabaja por la claridad narrativa, porque la cosa se entienda desde la emoción musical. Cuando se trabaja en la reproducción fiel, se trabaja desde la calidad técnica de los materiales, que suenen tecnológicamente bien. El arte frente a la ingeniería.
Es una diferencia que se nota si se escucha un concierto detrás de otro. No significa esto que ambas formaciones no aprecien lo que se traen entre manos. Tienen nivel para hacer una propuesta siguiendo sus ideas sobre las formas o maneras en las que se debe interpretar una obra.
Pero se podría decir que Vespres d’Arnadí quiere a la obra, mientras la Orquesta de Friburgo la ama. Y entre querer y amar hay una gran diferencia, como explica Rossy de Palma en el programa musical que se puede ver en el Teatro Real en la actualidad. Cuando se quiere una rosa, se la corta para mostrar su belleza. Y ahí se acaba la rosa. Cuando se la ama, se la cuida y se la riega, y puede florecer de nuevo.
La pasión de Vespres muestra la belleza de la pieza. Su calidad técnica. La de Friburgo florece, crece, se enreda, pincha, y se queda en el interior del espectador que se encontrará tarareándola, como si fuera un hit musical del momento, y al que su cabeza volverá espontáneamente. Y sí, las dos parten de la misma partitura, de la misma propuesta, aunque no lo parezca.