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Mientras tantoLa película de nuestra vida (los caminos pensativos)

La película de nuestra vida (los caminos pensativos)


 

Maria Zbąska firma el guion, la fotografía y la dirección de Esta no es mi película. ¿Todo un guiño irónico, en vista de que todo lo que abarca y lo que supone este viaje por las playas del invierno polaco a lo largo de un periplo de 400 kilómetros de una pareja que quiere salvar su relación a la intemperie? El resultado es asombroso. Una road movie sin más vehículos que un taxi, un coche aparcado junto a la casa que necesitan abandonar un tiempo para sobrevivir a su naufragio vital, dos barcos varados y una grúa autopropulsada que parece un artefacto óptimo para la superficie de un planeta como Marte con perfil de consonante eslava. Porque la pareja que encarna con química y apabullante verosimilitud Zofia Chabiera (camarera que se estrena como actriz) y Marcin Szetablinski (consumado intérprete) se sirve de sus pies y su voluntad para arrastrar en feos trineos sus víveres y aparejos para sobrevivir al viento, las mareas vivas, las reglas fijadas por ellos mismos (sobre todo por él) y la ausencia de distracciones: solos en la ruta, en la inmensidad del mar polaco (acentuada por un silente ferry iluminado que cual buque fantasma aparece de vez en cuando en el horizonte como una fotografía borrosa de Bernard Plossu). El compañero más insidioso y constante es quizá el viento que amenaza con llevarse por delante no solo lo poco que tienen sino lo que son.

El filme no es ni ingenuo ni cínico, ni fantasioso ni previsible. Es existencialista, divertido, desolador, tierno, amargo y cuida su metraje con el mismo cuidado que los personajes avanzando contra las adversidades atmosféricas, la rutina de la vida en pareja después de ¿diez? años de vida en común, las expectativas y lo que cada uno debe hacer por sí mismo. “¿Estamos juntos?”, se preguntan, y cada espectador, en la intimidad que la experiencia insustituible del cine proporciona la hace suya en la noche artificial de la sala, se la aplica a su propia existencia mientras contempla este largometraje que inauguró en el cine Paz de Madrid una nueva edición de la Muestra de cine polaco (CinePOLSKA, organizado por el Instituto Polaco de Cultura) que también se proyecta en otras ciudades de la península: Murcia, Valencia, Zaragoza, Pamplona, Granada, Santander y Salamanca.

La escena con las focas en el acuario, la borrachera con el pescador desconocido jugando al fútbol con una boya y la piscina semivacía que ella recorre al final haciendo como si nadara sobre los bordes cubiertos de nieve van a permanecer en la retina. Porque lo que hace esta directora que sabe lo que quiere es cine. Y de alguna manera, en esa estampa, figuras que se abren paso, que brotan de la niebla que abre y cierra Esta no es mi película, parece como si Polonia quisiera conquistar su propio Polo Norte. Son como dos exploradores que en realidad más que conquistar un norte magnético o geográfico lo que pretenden es descubrir si el motor de su corazón va a seguir llevándoles todavía más lejos, si tienen combustible para que el amor venza la noche, la rutina y el miedo.

No me quedé al coloquio y eso que hubiera podido hacerle muchas preguntas a Maria Zbąska, empezando por su valor, la posición de la cámara, las dificultades materiales y filosóficas, la aparente ausencia de trasfondo político y sus fuentes de inspiración. Pero di con ella en su hotel de Madrid al día siguiente, pocas horas antes de que volara de vuelta a su país natal, aunque dijo que preferiría quedarse en España (era su primera visita) una larga temporada (y dejarme a mí volver a experimentar la atracción del norte).

Se trata de su primer largometraje. Estudió cinematografía y dirección de escena. Y trabajó como fotógrafa para revistas como National Geographic. Le sorprende que no dejen de preguntarle por el título. Del mismo modo que ella no cree que el director de El brutalista sea brutalista, considera, o quiere que se considere, que aunque el título sea Esta no es mi película no se refiere a la intimidad del propio director, a ella misma. Claro que en este caso su condición de guionista puede llevar aparejada una cierta lógica. Pero no es el caso. “El título no es tanto mío como de los propios personajes”. ¿Y de ella más que de él? «Así es». Lo que resulta evidente es que se trata de un juego de polisemias. “Tenía dudas sobre el título. Me parecía demasiado simple. En mi cabeza me rondaba otro: Trineos”. La decisión de hacerse cargo de la cámara no estaba prevista, pero no le quedó más remedio porque el responsable de fotografía que tenía en mente estaba comprometido con una cinta norteamericana que se rodaba en Eslovenia y el tiempo de rodaje no se podía modificar. La película se rodó durante la pandemia, y eso complicó mucho las cosas. Por cuestiones financieras y por la propia textura de luz que buscaba tenía que filmarse en febrero. El mes fue determinante. (Como el lugar donde situar la cámara: una decisión moral, en palabras, tal vez, de Jean-Luc Godard). Buscaba esa la luz prodigiosa de invierno, al límite, en el mar Báltico. Esta joven directora que no se da importancia, prefiere hablar a través de su cine, con las imágenes y las palabras justas que los personajes se intercambian. Reconoce que como fotógrafa tenía una “moral instintiva”. A pesar de que la película logra el milagro de que la pareja parezca en completa soledad ante la cámara de Maria Zbąska, lo cierto es que había “treinta personas moviéndose con ellos a lo largo de las playas, muy bien escondidas. Lo que a veces era muy difícil. Cuando había que repetir una toma había que dar un lago rodeo para no dejar nuevas huellas sobre la arena, porque no había tiempo de borrarlas”.

Reconoce que fue una dura experiencia física para todos, sobre todo para ella, que perdió ocho kilos durante las tres semanas que duró el rodaje. Los actores tuvieron que soportar condiciones de frío extremo, agravado por la humedad. “El problema es que la luz cambiaba muy rápidamente, y a menudo solo disponías de media hora o como mucho de cincuenta minutos para captar ese momento antes de que desapareciera”. Se resiste a hablar de Dios, pero reconoce que la fuerza de la naturaleza (“que es sin duda el tercer personaje de Esta no es mi película”) está en la presencia constante de los elementos, del mar, del viento, de la lluvia, de la noche y de la luz. Un panteísmo. Lo que a Maria Zbąska le gusta es no tener que discutir con nadie cuando ve que hay que hacer algo rápidamente, como así ocurrió cuando surgió la niebla y supo que tenían que aprovecharla a toda costa. Una niebla que abre y cierra esta película nada pretenciosa, que se quedará en la memoria de las que merecen ser atesoradas porque nos hablan con palabras de cine, y con una banda sonora tan penetrante como el silencio: entre los personajes, como si tuvieran que aprender a nombrar lo que han dejado de decirse, y alrededor de ellos.

Porque la película es también una declaración sobre lo que un matrimonio tiene que atravesar si quiere sobrevivir y al mismo tiempo acerca de la imperiosa necesidad de desconectar (los móviles, la constante distracción a la que todos estamos sometidos, el ruido banal e infernal del mundo) para poder conectar. Este filme parece una respuesta al cochambroso, temible, inquietante estado de las cosas. “Cuando vi cómo humillaban a Volodimir Zelenski en la Casa Blanca lloré, no solo por lo que ocurrió allí, sino porque me puse en su lugar, en sus zapatos. En Polonia no nos cuesta imaginar la guerra, porque la tenemos muy cerca”, en el país vecino, y no puede eludir esa sombra. Y no la elude. Está muy presente, aunque no se hable de ella en Esta no es mi película. “Trato de ser optimista a pesar de todo. Recibimos a millones de ucranianos cuando la guerra empezó y nada malo pasó”.

Como recoge la profesora Maite Larrauri en La potencia según Nietzsche, siguiendo el «humor malicioso» del filósofo»: «No somos de los que sólo consiguen pensar en medio de libros, bajo la sacudida de los libros –acostumbramos a pensar al aire libre, caminando, saltando, subiendo, bailando, preferiblemente en lo alto de montañas solitarias o a la orilla del mar, allí donde los propios caminos se ponen pensativos. Nuestras primeras cuestiones acerca del valor de libros, hombres y música son estas: «¿puede caminar? Y aún más, ¿puede bailar?»». Dan ganas de coger un tren que nos acerque al mar polaco, a ese mar Báltico ahora sumido en tan poderosas, temibles, hermosas brumas. Para que sea nuestra película la que podamos y queramos vivir mientras rompemos a caminar contra el malestar y la paralizante y falsa sensación de que no hay nada que hacer.

 

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