Una concejala del PP, Amparo Císcar, ha dicho de la famosa Cassandra: «¿Y esa cosa con bigote de dónde ha salido?». Todavía podía haber dicho más. Algo con mucha más enjundia de haber sido la misma Cassandra. Entonces cabría la posibilidad de que la frase fuera un chiste al que naturalmente ampararía la libertad de expresión o, incluso mejor, la teoría, aún por desarrollar, del chiste. Aquí el chiste, la broma, el ingenio o la oportunidad no se miden por su calidad sino por algo parecido a la longitud. Es como si mayormente se midiera la ideología como medía la poesía el ficticio doctor en Filosofía J. Evans Pritchard, lo cual el también ficticio profesor Keating calificaba como un excremento.
Un ficticio título para un imaginario manual como el del señor Evans sería ‘Entender el chiste’, en el cual se explicarían los diferentes cálculos matemáticos y trigonometricos por los cuáles se podría verificar inequivocamente si un chiste lo es o no por medio de un lenguaje científico provisto de vocablos técnicos tales como «gente», «puertas giratorias» o «núcleos irradiadores», por poner sólo algunos simples ejemplos que se comprendan sin necesidad de perderse en elevadas formulaciones.
La frase de la concejala del PP: «Y esa cosa con bigote de dónde ha salido», no puede ser un chiste porque (a ver si puedo expresar lo vagamente aprehendido) el ángulo que forma la entonación no es suficiente para incluir tan graves palabras como «cosa» o «bigote»; y todo ello si se obvia la distancia, en miles de metros de dignidad y de otras virtudes, que separa a un concejal del PP de uno de Podemos, sin ir más lejos.
Un concejal de Podemos, inspiración de la mártir Cassandra, dijo, entre otras frases de esquiva, no apta para todos los públicos, genialidad: «Yo no puedo asegurar que por torturar y matar a Gallardón se vaya a cambiar toda esta historia, pero por probar no perdemos nada». Ahí hay un chiste. Un chiste excelso. No sé si pueden advertir la diferencia respecto del anterior. Si no pueden, probablemente sean ustedes fascistas o algo peor. Aunque no sé que puede haber peor.
Yo sí he podido distinguirlo, pero sólo después de un esfuerzo terrible que no podría repetir. La frase, el tuit, del concejal de Podemos es, por supuesto, un chiste. Pero claro, hay que observarlo con una perspectiva que quizá no se posea. Digamos con la perspectiva del amor. Del partido del amor. Luego habría que introducirse en la ciencia que demuestra con exactitud que «torturar y matar a Gallardón» cabe dentro del área de una circunferencia, de un círculo. Una maravilla, oigan. Yo lo he sentido por efímeros instantes. De los efímeros instantes más felices de mi vida.
Hay más ejemplos, como: «Cuánto más niños veo más asco me dan». Este es un caso de chiste perfecto (original de la heroína Cassandra), sólo aparentemente repugnante, si acaso, en su enunciación, porque en su interior «niños» y «asco», forman una bonita permutación, además de un prodigio combinativo de indudables resultados finalmente descojonantes. No todo el mundo puede hacer chistes porque el chiste es el resultado de una compleja y privilegiada acumulación de elementos y propiedades (puede que hasta químicos y extrasensoriales) que no se dan en todos los individuos, lo cual es algo que no sabíamos (en realidad no sabíamos nada: ¡toda una vida creyendo que contábamos y nos contaban auténticos chistes!) hasta la llegada de Pablemos (el líder de cuyo interior, como los gremlins, salen Zapatas y Sotos y Cassandras, genios del humor, al contacto con el agua), que ha venido para iluminarnos y mostrarnos, entre muchas otras cosas, qué es de verdad gracioso y qué es todo lo contrario.