En la playa del Centro de la Tierra* no se divisan más que arenas volcánicas besadas por el mar y sus destellos. Una cinta de tierra de 3.750 metros de largo une el poblado de San Miguel de Cabo de Gata con la Almadraba de Monteleva, entre una torre vigía y el esbelto campanario de una iglesia. Los automóviles se deslizan por una carretera recta de las más metafísicas que puedan cruzarse; por un lado del arcén, los flamencos rosas en sus marismas; por el otro, las serenas aguas que lanza el Mediterráneo a esta playa primigenia. Así debieron verla los fenicios, los romanos, los cartagineses, los árabes, los genoveses… que dejaron por este parque natural almeriense sus vetustas huellas de piedra.
Bañarse en la playa del Centro de la Tierra es un privilegio y un acto de purificación con la Naturaleza. Cuando arrecian las tormentas veraniegas, el mar y la playa rústica pintan sus mejores galas. Los blancos zepelines de las nubes ensombrecen la cordillerita del Cabo y, a su paso, el sol las reilumina; parecieran estar vivas y con ganas de bajar a bañarse a la orilla. Bajo el cielo borrascoso y cambiante, las aguas marinas revelan la rica paleta de sus arenas; como si el mar –además de respirar olas- cerrara y abriera sus párpados, intermitentemente, en este paraje.
Si uno se muriera después de haberse bañado en esta playa pura, en tan místicas circunstancias, habría tenido una de las despedidas más hermosas posibles de la vida. En paz, y rodeado de una armoniosa belleza, como descubriendo al fin y sin pudor alguno, la faz oculta de Dios, entre un vuelo de flamencos rosas.
Foto: Juan Antonio Vizcaíno
* La playa llamada en la mitología personal del autor con el nombre de “La Playa del Centro de la Tierra” (en asociación con la que aparece en la novela de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra,) se llama en realidad Playa de las Amolaredas, y pertenece a la barriada de San Miguel de Cabo de Gata, en Almería, España.