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La poesía oscura de la guerra

 

“Veo fantasmas, oigo ruidos y chasquidos y gritos suaves y me asusto si una bengala silba por el aire de forma inesperada… Tengo los nervios destrozados. No llegan refuerzos para complementar nuestra pequeña fuerza. Me aterroriza la vista de unas ruinas oscuras y las trincheras vacías e infinitas por las que nos arrastramos, con las ametralladoras y las pistolas preparadas”.


El oficial alemán Jürgen Hartmann mostraba de esta forma en su diario el lado más interno del combatiente. Y es que, a pesar de que la historia militar siempre ha tenido un público fiel, en la actualidad se están dando pasos significativos hacia otra forma de entender este tipo de estudios. Así lo demuestra el recién editado El trasfondo humano de la guerra (Crítica) del profesor Michael Jones (fellow de la Royal Historical Society), donde nos invita a acompañar, en el día a día, a los soldados del ejército soviético en su marcha desde Stalingrado a Berlín. Además, con este volumen el historiador británico cierra su trilogía sobre la II Guerra Mundial, que se inició con El sitio de Leningrado y continuó con La retirada.

 

Aproximarse al lado humano y íntimo de la guerra, como señalaba hace más de cuatro décadas el soldado J. Glenn Gray – uno de los primeros autores que intentaron reflexionar sobre el hombre en la batalla-, ofrece la posibilidad de responder a las auténticas preguntas de la vida: ¿quién soy?, ¿por qué soy? y ¿cuál es mi función en todo esto? Aunque a veces sus reflexiones sean demasiado exculpatorias, Jones ha intentado explicar en este trabajo por qué en una misma persona se puede encontrar representado el heroísmo y la brutalidad más atroz. El propio Gray, al final de su libro Guerreros, aseguraba que cualquier investigación sobre la guerra tenía que intentar ofrecer un análisis plausible sobre esos dioses y demonios con forma de hombre que son los combatientes.

 

La guerra es una experiencia agónica y única. La historiadora Joanna Bourke lo destacaba en Sed de sangre, otro clásico indiscutible sobre la materia: los relatos de los combatientes son tremendamente fragmentarios. La muerte es crucial en la experiencia guerrera, ya que siempre quedarán los rostros de los amigos y de los enemigos fallecidos, por muy velados que estos estuvieran. El ejemplo más impresionante, y quizá desolador, de los recogidos en este trabajo lo ofrece el teniente Kovalev, durante muchos años convertido en un soldado anónimo. Kovalev fue el militar que aparece sujetando la bandera roja en la cumbre del Reichstag en la famosa foto de Yevgeny Jaldei y, pese a ser admirado por su valor en las batallas, terminó arrinconando en la historia como tantos otros. Sin embargo, lo que él nunca pudo borrar de la memoria fue su participación en los asesinatos de civiles rusos, que colaboraban orgullosos con el ejército soviético. La norma era cruel e indiscutible: se debía matar a todo aquel que pudiera poner en peligro las operaciones en desarrollo.

 

Al final de El trasfondo humano de la guerra, el lector se sitúa frente a Kovalev y escucha su relato entrecortado: “les cortaba el cuello con un chuchillo. Maté a centenares de los nuestros, personas decentes, amables, honradas. Los maté, los asesiné para derrotar a los alemanes. Este es el precio que pagué. Tengo que vivir con esto cada día, durante toda mi vida”. Terminada la obra uno tiene que detenerse porque “la poesía oscura de la guerra” siempre es insoportable, pero sabe que ha leído unas páginas que han zarandeado sus certidumbres.

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