Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoLa poesía, revisitada

La poesía, revisitada


Cuenca, 25 de agosto de 2023

Ya he defendido muchas veces que la materia prima de la escritura literaria es idéntica a la del habla conversacional. Ambas basadas en el pensamiento -que se construye sólo con palabras, con su vox, su conceptus– y en el lenguaje propiamente dicho. Si bien la literatura (escribir es hablar) se constituye como un habla especial, unos géneros menos y otros más, según. El teatro está hecho para hablar, el ensayo para explicar, la novela para narrar, siendo la poesía el habla, entre todos los géneros literarios, más especial.

Hace muy poco que pasé unas jornadas en Zaragoza, esa dinámica ciudad de más de tres culturas, tan animada. Vi a viejos amigos, escritores a la vez que editores, residentes en la capital maña: Manuel Martínez Forega, David Francisco, Marcos Callau; y conocí personalmente a una amiga con la que ya tenía asiduo trato epistolar: Alicia Silvestre. Una persona muy cultivada, poeta, traductora, ensayista, actualmente profesora de la Universidad de Zaragoza y que lo fue en universidades de Estados Unidos, Italia, Francia, Brasil, ejerciendo en Brasilia nada menos que diez años. Con ella trasegué una Zaragoza genuina, pasando por algunos del «millón» de garitos que pueblan esta urbe cruzada por el caudaloso Ebro y penetrando en varios. Cuando tuve que coger el tren de alta velocidad para efectuar el regreso, me despidió en la inmensa estación de Delicias.

La simpática Alicia me regaló algunas publicaciones: un ejemplar del número 2 de la desaparecida revista zaragozana Almunia, que publica escritos de Fernando Arrabal, Eduardo Chicharro, Pere Gimferrer, un obituario de Antonio Saura realizado por Antonio Fernández Molina y una colaboración de Alicia Silvestre sobre la prosa de Rimbaud. Además, otro libro colectivo de poemas y dos poemarios suyos: Istmo, publicado en 2020, y El fruto vómico, que vio la luz hace 26 años.

En este último libro vi, nueva y tan noblemente instaurados, los sólidos principios de la gran poesía. En la contracubierta del librito (ejemplar de pequeñas medidas) hay una nota firmada por Antonio Fernández Molina -escritor y pintor, que también ilustra el libro-, con el que Alicia Silvestre mantuvo una intensa amistad, pero del que no se influye. Al ir leyéndolo, creí que estaba manifiestamente influido por el ideario poético de Juan Eduardo Cirlot, uno de los creadores predilectos de nuestra autora. Pero ella misma me corrigió, advirtiéndome que «en esa época aún no había leído yo a Cirlot…de ahí que cuando lo encontré, encontré un hermano.» Cirlot entiende la poesía como «aquel lenguaje encaminado a constituir un universo cerrado por líneas formales». Cirlot insiste en que este universo queda acotado por unidades rítmicas  respiratorias, a modo de compases, con sus segmentos fónicos aunados en esas unidades rítmicas y cualificados por el tono acentual: doblegarse la poesía a la música, en definitiva. Alicia Silvestre descubrió todo esto antes de que se lo susurrara Cirlot.

En la pieza última del libro, que lleva el título de «Epílogo», se detalla cabalmente el proceso de creación del poema, elaborado en nítidas sentencias: «Y en el principio era el Verso. / El ritmo canaliza en dos cauces: / -La primera voz expelida, ondas acústicas, vibración de cuerdas vocales, vagidos. Perfeccionado luego el grito, la modulación, la sílaba, ecolalias, atesorado instrumento de aire. / -La segunda se prolonga en el trazo de la mano y en los dedos. Ahí también balbuceo y duda. Primeros pasos, líneas titubeantes. A medida que se avanza, más firme y contundente la huella.» Aquí entran los elementos más palpables de la poesía: el sonido (su música) y el espacio (su constitución caligráfica). A las ideas de Cirlot se han unido las de Mallarmé.

El poema «Cansado de los lenguajes» indica precisamente eso, que el poema debe sortear el pensamiento, el significado, y aspirar a impresionarse como sensación. Decía el filósofo Ludwig Wittgenstein que el mundo se compone de hechos, no de cosas. De igual modo, el poema no está hecho de palabras sino de proposiciones poéticas: «Vine a esta tierra donde todo fluctúa, / vine a la orilla de este mar sin espejo, / para entender que los sismógrafos reinan / y cosen cítaras a ungüentos milagrosos.» El discurso irracional es un logro poético. Siempre la forma dominando, como en estas contundentes aliteraciones: «Venus venérea Venecia», «Un rojo rafaelístico repta». Y obteniendo un surrealismo lírico y no frío: «Suntuoso extranjero, / desarraigo de mí, / marioneta macabra / deambulando irrisorio.» Surrealismo cadencioso y no mera acumulación de imágenes. Es posible que, en esencia, estos poemas de juventud contengan mucho de lo que la poeta ha desarrollado después y, a pesar de ciertos excesos y densidades propias de la edad, tengan una fiereza peculiar, testimonio de una juventud rabiosa.

Más del autor

-publicidad-spot_img