La prima de riesgo ugandesa es más baja que la española. Es decir, si España fuera como Uganda, habría que pagar menos intereses por las emisiones de deuda. Disminuyendo el monto de los intereses, se podría dedicar el excedente presupuestario a cualquier otra cosa mucho menos humillante que enriquecer a los que viven entregados a ese estresante menester consistente en pulsar la tecla enter de sus terminales bursátiles cientos de veces cada día. Parece evidente que hay que parecerse a Uganda. Por pura lógica económica, la ratio de ugandización debe ser inversamente proporcional a la de la deuda: más Uganda, menos prima de riesgo.
Ugandizarse, de hecho no es difícil: consiste en convertirse en absolutamente pobres, un proceso que puede acelerarse mucho gracias a la intervención de los poderes públicos. Sería algo así como un keynesianismo al revés: invertir dinero público para empobrecernos y así ganar crédito en los mercados. Empobrecernos, además, genera empleo. Imagino, por ejemplo, a un Ministerio de Fomento proponiendo un plan de choque pauperizador de las infraestructuras: habría que producir una extensa red de socavones, baches y derrumbes diversos en autovías y carreteras. O sustituir puentes de diseño por efímeros pontones. O desmontar las redes eléctricas para que los habitantes de nuestras urbes inviertan en generadores unipersonales o en lámparas de aceite. Obviamente, haría falta mucha mano de obra destructuiva. También pueden cerrarse casi todas las gasolineras, de modo que se regrese al cuadrúpedo. Esto último nos catapultaría en poco tiempo a la era de la posglobalización, habida cuenta de que, por definición, la producción de burros o mulas es indeslocalizable y utilizan una fuente de energía autóctona. El futuro está en la mula.
Otros ministerios se unirían a la ugandización venturosa de la sociedad española. Desmontando los hospitales, por ejemplo, se lograría aumentar los óbitos, y con el aumento de fallecimientos, se reduciría la esperanza de vida, y reduciendo la esperanza de vida rejuvenecería la población y disminuirían las clases pasivas. Es lógico: si todos morimos antes de los cuarenta años, las pensiones de jubilación son innecesarias. El probable y demesurado aumento de las tasas de mortalidad infantil, por otra parte, no impediría el rápido incremento de la población. Es lo que ocurre en Uganda y es lo que ocurriría en España.
Ugandizarse en otros ámbitos de la vida social tampoco es difícil. En España siempre se ha valorado mucho la tradición, de modo que no costaría recuperar algunas que contribuirían bastante al proceso. Pienso, por ejemplo, en el indudable efecto ugandógeno de las guerras tribales.
Alguno objetará que los países ricos también tienen primas de riesgo bajas, de modo que habría, más bien, que desugandizar España y no ugandizarla. El caso es que, si esto es así, nos hallaríamos ante un ejemplo de esa regla lógica que se llama Ex Contradictione Quodlibet, esto es, se puede concluir cualquier cosa a partir de una contradicción. Y es que si los países ricos tienen la prima de riesgo baja, se infiere que los países que no la tienen baja no son ricos, sino pobres. Y si un país pobre tiene la prima de riesgo baja, en cambio, se inferiría que un país con la prima de riesgo alta no es pobre, sino rico. Ambas conclusiones son claramente contradictorias y de ellas se deriva, consecuentemente, que un país cualquiera tendrá la prima de riesgo alta y baja a la vez, y será, asimismo, pobre y rico al mismo tiempo. Y como de una contradicción se deriva cualquier cosa, es fácil concluir que hay que ugandizar España. O que no hay que ugandizarla. Tanto da. Justamente para eso están las primas de riesgo: para ser y no ser, para estar y no estar, para A y para lo contrario de A.