La predicación se define como el acto de averiguar para cada mundo posible si acaso el objeto referido por ese sujeto está en el conjunto de los predicados asociados a ese mundo posible. La propiedad de una unidad, la cual es el significado de un predicado, asocia mundos y conjuntos, indica para cada mundo aquellas entidades descritas por el predicado en ese mundo.
De esta forma el sujeto al entrar en composición con el predicado viene a llenar su propio hueco dentro de las coordenadas de cierto número de mundos posibles que encajen con ese sujeto compuesto por la propiedad del predicado. El predicado entonces necesita siempre por ser predicado combinarse con una cosa particular, esto es, una unidad.
La combinación entonces crea la complejidad de lo compuesto. Esto se explica en semántica formal como una función que toma como argumento los posibles referentes del sujeto del predicado y devuelve una proposición. Devuelve una proposición al menos en parte saturada y por lo tanto cuyo significado, al menos en parte, dice de ella lo exacto de su combinación, esto es, el resultado de la predicación: los efectivos referentes del sujeto del predicado que caben dentro de los mundos posibles compatibles con la descripción de la propiedad del predicado (como ya se ha dicho, de su significado).
El intento de mantener la correspondencia directa entre la composicionalidad sintáctica y la semántica se convierte en la primera premisa y quizá única ley inquebrantable de la semántica formal en su pretensión de cientificidad. Para ello se analiza la forma sintáctica de la gramática del lenguaje y se formula la funcionalidad que tiene esa forma de composición en el plano de lo significativo.
El análisis sintáctico se toma de un nuevo lenguaje formal construido para esta misión. De esta manera puede Montague formar un vínculo entre semántica y sintaxis, esto es, la Lógica de Tipos Intensional.
El análisis formal de la semántica se analiza entonces en base a unidades, tipos y composición de las mismas en función de formar otras unidades, tipos.
En el análisis sintáctico existen como categoría básica expresiones individuales, t, y e, que son las oraciones declarativas y las entidades, pero no existen como tal en el lenguaje, como expresión válida. En el análisis semántico las entidades se traducen a individuos y las oraciones declarativas a las oraciones en total. Ambas en la semántica son conceptos que denotan extensión de las expresiones. Para considerar la intensión de las mismas, la semántica de Montague añade la letra s como símbolo neutro que indica unidad al tipo que le acompaña. La lógica de tipos intensional define una unidad en el análisis de cada expresión posible que en su interpretación semántica asigna una denotación a cada una de las expresiones las cuales adquieren un sentido concreto, es decir, una intensión.
Desde la perspectiva de Montague, la sintaxis universal se define como aquellos esquemas lógicos a partir de los que se crea toda posibilidad de lenguaje. La traducción semántica de la misma será entonces el conjunto que abarque todos los posibles patrones de significado del lenguaje. La formalización de dicho conjunto, conseguir la semántica formal, equivale a convertir ese conjunto en utilería, herramienta.
Traducir ‘expresiones que denotan una entidad’ en ‘individuos’ corresponde a sentar las bases de la posibilidad de la comprensión dentro del lenguaje. La semántica formal no dice nada más que lo que quiere decir, sin ninguna conclusión posterior. Con ella se dibuja el plano que traza sin dibujar la estructura general primigenia de la sintaxis del lenguaje natural humano.
Esta forma de análisis tiene lo que se puede llamar una perspectiva de horizontalidad, eso es, la descomposición (o des-saturación) no torna a entidades consideradas primigenias que han llegado a combinarse formando una sucesión similar a la temporal, sino que se engloba en una totalidad de unidades dependientes cuya división se considera solo de un modo abstracto y alejado de su realidad.
Es por esto que, según Portner se considera la visión de significado como condición de verdad compatible con la visión de significado como reglas sociales o como ideas. Esto es porque, el léxico, o el significado de la palabra por sí sola, no se considera aquí una cuestión de interés lingüístico, sino quizá psicológico o de las materias enlazadas al conocimiento acerca del significado de esa palabra en cuestión. Se considera de interés lingüístico la condición estructural del mismo lenguaje, el conjunto y su movimiento.
Cuando dos expresiones diferentes mantienen la misma referencia, su similitud no se deriva de una conclusión lógica, luego no es un proceso puramente semántico. Es por esto que Montague en su semántica formal no quiso que fuera posible dar a dos expresiones diferentes la misma extensión. Eso sí, considera que dos expresiones son diferentes siempre y cuando su diferencia estribe en su composición semántica. Si su diferencia consiste en que se conforman por diferentes procesos sintácticos, como ocurre con los nombres comunes y los verbos intransitivos, entonces la extensión si puede ser la misma. La sinonimia entonces, si se sigue la posición de Montague, no puede ser explicada exclusivamente en cuestión de la referencia.
Es aquí donde se hace necesario acudir a la distinción de Frege entre sentido y referencia. Sin embargo, aclarada la sinonimia a través de que comparten el mismo significado, la referencia sigue siendo el aspecto relevante en materia composicional.
Según explica Portner, para la semántica de Montague (que no de Montesco, no confundamos) ninguna descripción definida será sinónimo de otra, en el sentido de tener la misma referencia, ni aun cuando una descripción conlleve algo ‘esencial’ con respecto a la otra descripción. Cabe pensar entonces que desde esta teoría cada expresión considerada de algún modo semántico ‘diferente’, lo es de todas las demás, tiene su propia significatividad, espacio de significado único. ‘Rosa’ y ‘la flor con ese perfume’ semánticamente no son lo mismo. Aunque el perfume sea el mismo en las dos entidades. ¿Qué hay entonces en aquello llamado nombre?
La filosofía se harta de mirar hacia la manzana y pensar en la palabra manzana a ver qué es lo que ocurre, por eso se hacen teorías del conocimiento con respecto a la referencia directa palabra-realidad. Decía Crátilo que algo hay en la manzana que necesita esos fonemas para ser nombrada. Y vio Dios que era bueno. A Sócrates la cosa le parecía muy difícil.
Los lingüistas dice Portner (aunque luego les pide perdón por ello) que son como los abogados, que no se preguntan por el bien o el mal, la manzana y la palabra, ellos hacen cumplir la ley.
Entre todo esto se mete Montague y realiza un híbrido entre lógica y semántica para decir que la referencia únicamente puede ser considerada de forma científico-matemática si se la considera como la denotación de la intensión de una expresión la cual siempre es un compuesto y nunca una expresión que pertenezca a una categoría elemental. En vez de mirar la manzana, se la asocia a algo, lo que sea, por ejemplo a comida. Y expulsados del paraíso.
La referencia, dentro de la división de Frege a la que ya se ha aludido, es la parte de una expresión la cual se debe tener en cuenta aquí. En toda la teoría de Montague solo se considera, dentro de la semántica de Montague, la parte del significado que encierra la denotación. Paradójicamente como ya se ha dicho, esto se desarrolla con una teoría de tipos intensional, en el que la intensión juega el papel de crear categorías de expresiones. Pero esto es así porque intensión y sentido en la semántica de Montague se consideran cosas diferentes.
Como se describe en el libro de Juan Carlos Moreno, para Montague intensión equivale al ‘sentido concreto’. Dentro de la interpretación semántica que realiza de la Lógica Intensional de Tipos, la denotación de cada una de las expresiones de la Lógica Intensional de Tipos según su pertenencia a un tipo lleva dentro de sí una función que asigna a cada constante un sentido concreto según el tipo de cada constante. Ese sentido concreto es la intensión. Sin embargo el sentido de las expresiones en el lenguaje natural puede carecer de la concreción suficiente como para ser considerado el sentido concreto que caracterizaría a una expresión intensional.
El sintagma nominal junto con el predicado presenta un mundo posible en el que existe la prominencia de una de las posibles referencias del sintagma nominal. En el caso de que no sea un nombre común la referencia, sino un pronombre o una descripción diferente, el referente tiene que sacarse de la contextualización o de lo que aparece en el texto de Portner como ‘funciones de asignación’, los cuales en ningún caso dejan la referencia completamente en blanco.
Dentro de un sintagma nominal pueden caber nombres o expresiones que en paso a cierta indefinición, como un pronombre que puede ser considerado anáfora, el cual tiene un antecedente. Pero esta indefinición no debe ser absoluta pues la comprensión de la expresión a la que pertenece depende de ello. Se debe suponer cierta prominencia de cierta referencia más que de otras o el significado de la expresión será nulo, cierta intensión.
La otra idea de esto es que dichos sintagmas nominales no tengan referencia alguna, como aparece en este capítulo del libro de Portner que dice Russell, y que respondan a sintagmas nominales cuantificados o que, como decía Kripke, se asocien los nombres a las cosas a las que las asoció alguien por primera vez o que, como afirmaba Evans, que son un juego del contexto social. Sin embargo, la descripción más adecuada al desarrollo de la semántica formal de Montague, parece la de Donnellan que afirma que tanto Russell como Frege tenían parte de razón y que hay sintagmas nominales que resultan la traducción de una cuantificación como ‘existe un X que le pasa o es Y’ pero que también existen expresiones según las cuales el elemento que satura su predicado tiene una referencia que va más allá de una cuantificación, y que además esa referencia tampoco puede solo ser adivinada, como proponía Kripke, de una manera contextual.
Esta perspectiva de los sintagmas nominales, es decir, de las entidades lingüísticas que pueden saturar un predicado, ven en esas entidades necesariamente un compuesto: un elemento y una partícula que forma una unidad con ese elemento. El determinante es la partícula que conforma la unidad en un sintagma nominal definido. Esta unidad es lo que permite al nombre formar parte de aquello que satura a un predicado. Esto es generado por una visión de la capacidad humana para el lenguaje natural según la cual todas sus expresiones significativas son en potencia expresiones saturadas pero que a la vez son en sí mismas propiedades pendientes de saturación, proposiciones no saturadas. Es decir, como ya se ha dicho aquí, una estructura no jerárquica dentro del lenguaje. Pero no de un lenguaje en concreto, sino de la capacidad humana para el lenguaje.
Noam Chomsky tenía una idea de lo que era gramática universal en la que se refería con ello a lo que en un momento determinado de la historia de un ser humano son las condiciones iniciales por las cuales se produce una gramática concreta según la experiencia de ese ser humano. La idea de Montague de gramática universal es lo contrario a una especulación de pretensión empírica. Para Montague la gramática universal es luna infraestructura matemática lo suficientemente general como para abarcar la descripción de cualquier sistema que se pueda conceptuar como lengua, ya sea lenguaje natural o no.
Es decir, una capacidad intelectual determinada por la habilidad de manejar el razonamiento matemático (lógico, algebraico,…) con el fin de generar estructuras consistentes (tipos generados por la Lógica de tipos Intensional) que representen un enlace entre la construcción del significado de las cosas a modo de visión del mundo exterior, la semántica, y la elaboración de formas de expresión que den paso a la comunicación y puedan convertir esa visión en intersubjetiva, la sintaxis. Esto no significa que Montague abogue por la semántica como fundamento de la sintaxis, ni como primera en ser creada por el ser humano, sino que significa la descripción de una interdependencia exacta punto por punto.
Así se puede explicar el porqué de la diferencia entre la gramática sintagmática usada por Chomsky para lo que llamó la subcategorización estricta y la gramática transformativa usada por Montague, la cual puede ser englobada dentro de las gramáticas categóricas, usada para su concepto de semántica formal. La gramática de Montague no necesita la subcategorización, Montague utiliza un criterio distribucional según el cual además llegan a carecer de valor aquellos movimientos o transformaciones sintácticas que no puedan ser relacionados de forma directa con cambios distributivos en la extensión de una expresión intensional.
Es lo que ocurre, por ejemplo, con plurales. Los plurales añaden un carácter semántico a la expresión en concreto. Es por esto que dice Portner que el lenguaje chino tiene una relación más directa entre la semántica y la sintaxis, porque el chino no diferencia a los nombres por el número, sino que tiene una partícula ‘clasificadora’ que acompaña al nombre y dice de él la condición singular o plural de su unidad. El lenguaje chino describe sintácticamente los tres movimientos semánticos mientras que lenguajes como el inglés en su sintaxis se reducen a dos.
La funcionalidad entonces del lenguaje se mide en este caso como su capacidad de elaborar construcciones intensionales sólidas a partir de una gramática coherente. Como dice Escandell Vidal en su libro “Fundamentos de semántica composicional”, las construcciones intensionales, como son las indicaciones temporales, o las relaciones contrafactuales o algunas oraciones subordinadas, obligan a tomar en consideración otros mundos diferentes de aquel en que estamos realizando la evaluación de verdad, involucran dos o más conjuntos de circunstancias diferentes. La verdad de su proposición se relativiza no solo al conjunto de entidades sino también a coordenadas concretas. La proposición considerada así es una función característica de mundos posibles a valores de verdad.
La gramática de Montague encuentra tanto su potencial como su talón de Aquiles en el concepto de posibilidad. Por un lado es el que le permite analizar las proposiciones como saturadas o no saturadas. El mundo posible es una concepción del tiempo como un espacio distinto, un mundo diferente del mundo real, por lo tanto una proposición saturada puede tener distintas funcionalidades en el lenguaje siempre y cuando se puedan distinguir en análisis tanto intervalos de tiempo como el tiempo absoluto. Por el mismo hecho de que se analiza el significado de las proposiciones según sus condiciones de verdad, se da que la proposición lo que planeta es una posibilidad, por lo tanto describe un hecho, por lo tanto describe una unidad que es un compuesto intensional analizable según su denotación.
Sin embargo por otro lado la forma lógica de una oración considerada como la representación semántica abstracta y no ambigua de la misma expresa las condiciones de verdad de esa expresión a la que se refiere pero no es ella misma evaluable en términos de condiciones de verdad, puesto que no contiene todas las especificaciones para establecer las relaciones entre la expresión y el mundo.
Esto quiere decir que dado que se analiza la referencia como un compuesto hay parte de la expresividad del lenguaje que aun siendo parte de esa capacidad semántica básica humana no puede ser descrita por la semántica formal de Montague. A Montague se le escapa la referencia ‘cabezota’ de los nombres propios en todo mundo posible, así como la misma cabezonería de los nombres comunes o la posibilidad de que los verbos transitivos no tengan ningún tipo de extensión.
Se puede decir que para la coherencia de toda su teoría Montague tiene que proponer un mundo posible dentro de los mundos posibles bajo el cual, y solo bajo él, se puede realizar el análisis. Montague se ve obligado a realizar postulados de significado: La referencia de los nombres propios se debe considerar, en esta teoría, por su parte, como si funcionase como el determinante pero exclusivamente para los nombres, esto es, se consideran descripciones definidas con la excepción de que funcionan exclusivamente como designadores rígidos. Para los nombres comunes ha de haber una función constante como conceptos individuales que satisfacen nombre común, en cada mundo posible e instante y para los verbos transitivos hay una fórmula que exige su extensionalidad.
La pregunta es, ¿se dice entonces algo que justifique este constante fundarse en que la unidad de interés siempre va a ser la unidad del significado de lo compuesto?
Existe la posibilidad de encontrar la justificación en la solución a una de las ambigüedades que quedan en el análisis de la semántica formal según explica Portner, esto es: la ambigüedad en el análisis del verbo ‘to be’. Cuál es la apotación del ‘is’.
Según Portner la partícula ‘is’ se analiza de manera más óptima si se la considera una partícula cuyo significado consiste en dejar un agujero para que al insertar una propiedad la propiedad resultante sea la misma que la insertada. Según esta concepción del verbo ser, es la partícula del vacío que dibuja un límite: cabe nada más y nada menos que lo que se va a poner. Esto solo puede ser posible si la unidad mínima del análisis es una combinación, es la clave de una figura compuesta significativa que va a construirse.
Como aparece en el libro de Juan Carlos Moreno , el verbo ‘to be’, la cópula, aparece en el lenguaje tanto con una acepción ecuativa como con una acepción atributiva, esto es: Por una lado se la interpreta como una función que toma como argumento nombres comunes y da como resultado un sintagma de verbo intransitivo. Por otro lado, se la interpreta como una función que toma como argumento propiedades de conceptos individuales y como valor conjuntos de conceptos individuales. La primera interpretación identifica, la segunda distribuye.
En la semántica de Montague existe una posibilidad de análisis que une las dos acepciones en una misma función. Esto se consigue por el proceso de convertir nombres comunes en términos sin que se altere la forma de los mismos. De esta manera la cópula se convierte en una función atributiva. El uso de la cópula es esencial, es la definición de la intensión de las expresiones.
Al igual que como postulado de significado se exige la extensionalidad de verbos transitivos, la función de la predicación se sostiene por la cópula. Ambas cosas tienen el mismo motivo: la definición de la semántica formal tiene su esencia en la unidad de lo compuesto. Quizá no haya nada más, ¿o si?
La teoría de Montague descansa en su vigencia que existe mientra espera un contraejemplo. ¿Se podrá definir un nombre propio que abarque la totalidad de las entidades posibles como expresiones que saturan proposiciones y por lo tanto sea un fiasco como designador rígido? Sería como encontrar un virus en una clase de software, la infinitud en potencia ya no sería tal y la escala lingüística encontraría una jerarquía. Una frase entonces encontraría todo el significado posible sin que para ello se pudiera definir su extensionalidad. De deduce, se quiere ver, aparece, una contradicción.
Y ya se sabe el dicho… después de una contradicción se sigue cualquier cosa.