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AcordeónLa puerta migratoria del Darién. El revés de una historia que se...

La puerta migratoria del Darién. El revés de una historia que se repite

Sentado en la última frontera al norte de Suramérica, el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo observó que, en la primera ciudad de Tierra Firme, Santa María de la Antigua del Darién, “todo el tiempo del mundo son los días y las noches casi del todo iguales”.

Y así persisten, casi invariables los días y las noches, en este rincón ubicado entre las fronteras de Colombia y Panamá. La escasez de cambios continuaría, sino fuera porque en este indomable punto geográfico, la historia no deja de marcar huellas y sus intérpretes de causar hondas cicatrices.

En el último año, según Alto Comisioinado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) Panamá, miles de migrantes –cerca de 20.000 personas– intentaron traspasar este tapón verde para seguir su camino hacia el norte. Se han reportado diversos grupos de familias senegalesas, cubanas y venezolanas que descienden de las lanchas rápidas que cruzan el golfo de Urabá y que aparcan en su último destino, Capurganá. La última población colombiana que limita, en ese paso angosto con Panamá, el primer país para el ascenso por Centroamérica. Estos grupos de migrantes no se reducen a los países fronterizos de Colombia o a sus vecinos en el circuncaribe, Haití, Cuba o Jamaica, sino que además incluyen a seres humanos provenientes de lugares lejanos en Asia y África. Los registros migratorios revelan el paso de originarios de India, Pakistán, Camerún y República del Congo, entre las más de 50 nacionalidades inscritas. No son turistas en búsqueda de las playas idílicas y los atardeceres de Instagram, son la evidencia del tráfico ilegal de personas; un negocio muy establecido y que, ante las trabas de acceso por otras rutas más habituales antes de la pandemia, han aprovechado sus tentáculos para extenderse de forma global, ofreciendo nuevos pasos inusuales para la migración global.

Un poco más de 500 años atrás, otro migrante desesperado y ansioso por conquistar nuevas tierras, comenzó su periplo en esta misma región. Vasco Núñez de Balboa llegó, dicen algunas referencias, oculto en el barril de una nave o entre los pliegues de una vela, como un don nadie buscando un futuro mejor. Sin embargo, en poco tiempo se hizo notar y asumió el liderazgo para la creación de un nuevo poblado, lejos de los infatigables mosquitos del río Atrato. Se convirtió, en palabras del historiador Germán Arciniegas, en el capitán del común y se enfrentó a uno de los proyectos más ambiciosos en el nuevo continente: descubrir un mar al sur, del que tuvo rumores por fuentes indígenas.

En 1513, este polizón profesional de origen extremeño, junto a 190 españoles y muchos más indios, asomó su nariz por primera vez al Océano Pacífico. Balboa creyó tocar el cielo en nombre de sus reyes, pero lo que estaba observando eran las aguas del mar más extenso del planeta. La expedición, como la que enfrentan ahora los miles de migrantes de la actualidad, no fue sencilla. Primero debieron solventar persecuciones y envidias entre los grupos expedicionarios, y luego de dejar Santa María de la Antigua del Darién continuar el largo camino desde Acla –un pequeño poblado hoy desaparecido–, superar las amenazas naturales y esquivar las tribus nativas de indios flecheros, quizás emberas o wounaans. Una ruta serpenteante, de más de 300 kilómetros selváticos, separaba el Mar Caribe de las nuevas costas, al otro lado, en el Pacífico.

En esta tierra calurosa, sin marcadas estaciones, solo la lluvia altera el aire de los días y las noches. Conocida bajo el nombre del Tapón del Darién, entre la región del Urabá colombiano y la provincia panameña del Darién se dibuja el amplio manojo selvático casi impenetrable; desde arriba su visión es como la de una caja de brócolis apiñados. Al interior, los incesantes pliegues de las montañas están interrumpidas solo por pantanos y riachuelos. La configuración geográfica del lugar, lo hace casi inaccesible. Esta disposición ha evitado durante años –para fortuna de la biodiversidad– el paso de la carretera panamericana que asciende en línea recta desde Chile. Un proyecto truncado por la fuerza de la naturaleza, y que, en este punto, de convertirse en una ruta transitable, tendría una extensión de algo menos de 130 kilómetros, conectando a Colombia con Panamá. De existir esta vía significaría, además, la puerta de empalme continental entre el espacio sudamericano con América Central, Mesoamérica y América del Norte. Afortunadamente, pero solo para una de las partes, el proyecto nunca ha logrado concretarse. Pobladores ancestrales, antropólogos, ambientalistas, biólogos y un turismo incipiente, siguen encontrando allí un lugar de exploración en el cual reaprender sobre el pasado y el presente de América.

Sin embargo, la ausencia de transformación no es siempre una ventaja. La espesura de la selva y el olvido sistemático de la región son el regocijo para el otro bando de esta historia: delincuentes, narcotraficantes, grupos armados ilegales y paramilitares. En medio del desamparo institucional prolongado –producto de la inactividad de los gobiernos colombiano y panameño, en la parte más estrecha del continente– han dejado que el control de la gran puerta verde de América esté ejercido por el dominio de las diferentes fuerzas ilegales.

Las denuncias reflejan que en el norte del Chocó y la Antioquia colombiana se desarrollan actividades con un gran ánimo de lucro; lo que incluye el transporte de migrantes irregulares. Sus clientes pertenecen a uno de los eslabones sociales más vulnerables, debido a los escasos recursos con los que cuentan, y presionados por parte de las mafias, para exprimir el máximo beneficio durante su paso. Entre estas personas se encuentran, perfiles con mucha más fragilidad, mujeres embarazadas, menores aún en brazos y menores no acompañados. Un reflejo que se evidencia en el registro gráfico en los distintos puertos y puestos limítrofes de la zona. Los abusos, extorciones, hurtos y violaciones son el común denominador durante la valiente travesía que, algunas de estas personas, se atreven a emprender por este lugar. Se trata de un importante territorio fronterizo desatendido, en donde concurre una baja o nula protección internacional y humanitaria, y que abarca cientos de kilómetros a la redonda y dos costas oceánicas.

Un pasado que se revalida con el tiempo

Volvamos atrás para reconocer este lugar de transito durante siglos. ¿Cómo eran aquellas tierras cálidas, en el momento en que fueron advertidas por los primeros europeos? ¿Quiénes habitaban allí y qué costumbres tenían? Las curiosas observaciones sociales de los cronistas Gonzalo Fernández de Oviedo o Fray Bartolomé de Las Casas son la evidencia de aquellos que por primera vez se aproximaron al encuentro con este lugar y sus gentes. Sus textos de narración grandilocuente reflejan el tropiezo con un mundo tan desconocido como deslumbrante. Transmiten el desarrollo de una historia tan ruda y contradictoria como la que ahora tienen que experimentar algunos migrantes que, asfixiados por las condiciones sociales en sus lugares de origen, saltan al otro lado con el ideal de hallar un nuevo puerto en el cual progresar.

Playas de Capurganá, cerca de la frontera entre Colombia y Panamá

Para internarse en la evolución del Darién primero hay que deshacerse de algunas falsas certidumbres. Como aquella que suele atribuir el total descubrimiento de Tierra Firme a la figura de Cristóbal Colón, el héroe de libros infantiles y de viejas añoranzas nacionalistas. El almirante Colón, en su tercer viaje, apenas llegó a bordear las costas de las islas Trinidad y Margarita definiéndolas como una “Tierra de Gracia”.

Muy cerca de allí se halló luego, la Pequeña Venecia, que, con sus palafitos de viviendas sobre pilares de madera recordaba a las de Italia. El conquistador Alonso de Ojeda determinó por ello nombrarla Venezuela, aunque algunas versiones sostienen que su toponimia es de origen indígena.

En lo que respecta a Colón, solo llegaría hasta Veragua en su último y cuarto viaje, bordeando en el camino las costas de Honduras, Nicaragua, Costa Rica y parte de Panamá. La misión de completar el trozo del mapa continental atlántico –entre la isla Margarita y el istmo de Panamá– recayó en el escribano Rodrigo de Bastidas, posterior fundador de la ciudad de Santa Marta, en la actual Colombia.

Una ironía de la injusticia histórica fue que aquel trozo de tierra que faltaba por detallar (desde el cabo de la Vela hasta el golfo de Urabá) con el tiempo vendría a ser el único en incluir el nombre del afamado primer Almirante: Colombia, tierra de Colón, un lugar que jamás conoció por sus propios ojos. (Otros lugares que hacen alusión directa al navegante genovés se encuentran en regiones de Canadá y Estados Unidos).

Siguiendo con la evolución histórica del territorio de El Darién debemos observar antes la suerte de los primeros navegantes refugiados en Tierra Firme. La buena estrella se desvanecía siempre con rapidez. En cuanto al adelantado de Bastidas, este terminó muriendo a causa de las heridas producidas por los suyos. Luego, con el paso de los años y las promesas de oro, perlas y especias en abundancia, se determinó dividir el espacio geográfico en dos grandes gobernaciones. Para el explorador Diego de Nicuesa fue asignada la parte de Veragua y “Castilla de Oro”, y para el navegante Alonso de Ojeda, el Urabá y toda la “Nueva Andalucía”; una gigante zona que vendría a incluir posteriormente los territorios de Colombia, Venezuela y Ecuador.

La dicha de ambos se evaporó igualmente como el agua. El primero, Nicuesa, murió ahogado en un naufragio y el segundo, Ojeda, le alcanzó la puntería de una flecha india. Ojeda falleció cuando ya estaba alejándose de allí. Pero es en este momento cuando reaparece por sorpresa en una embarcación, el experimentado Vasco Núñez de Balboa, disfrazado de polizón, pero con astucia de conquistador. Sabe por sus experiencias previas que aún queda tierra por descubrir y se dirige a por ello al sur, camuflado en un navío en manos de Fernández de Enciso. Al presentarse al capitán, no lo pudo lanzar a los tiburones puesto que ya se había ganado a parte de la tripulación. Además, eran otro par de manos para los rescates de todo aquello que brillara.

Paraje en las selvas del Darién

En un comienzo los primeros tripulantes intentaron establecer un asentamiento con la fundación de San Sebastián de Urabá, un poblado inconcluso y de corta duración, por lo que, en verdad, la primera urbe en Tierra Firme –redescubierta en 2013 por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y el equipo del arqueólogo Alberto Sarcina– fue la ciudad de Santa María de la Antigua del Darién. Una modesta ciudadela fundada en 1510, al otro extremo del golfo de Urabá y abandonada en 1524. Su ubicación, sin duda simbólica, fue el punto de partida para toda la exploración americana y del sur continental, pero también lo es ahora, por tratarse de un área de tráfico para miles de migrantes y desplazados que arriesgan su vida, y abandonan su lugar de origen, por una simple razón: el hambre de una vida digna.

El ayer es una historia de hoy

Con relación al capítulo de un migrante como Núñez de Balboa, otro desgarrado más de la península ibérica en aquellos tiempos, este encontrará su destino con una suerte a medias. Luego de ofrecerle a los reyes el descubierto mar del sur se iniciarán los pleitos con los gobernadores enviados desde España. Ninguno de sus camaradas y lugartenientes, entre ellos Francisco Pizarro, le serán leales a sus ordenanzas. Balboa, originario de la provincia de Badajoz, terminará siendo juzgado por el gobernador Pedrarias Dávila. Su cabeza rodará en el mismo lugar que vio renacer su felicidad.

Vasco Núñez de Balboa, en una estatua en Madrid

Con todo ello, lo que ocurrió y escucharon sobre El Darién aquellos primeros narradores, como Fernández de Oviedo –personajes refundidos entre el medioevo y el renacimiento–, se construyó a fuerza de imprecisiones la primera idea que tenemos sobre las tierras del sur, pero a su vez se desnaturalizó el entendimiento acerca de lo indígena. Sin embargo, por otra parte, Oviedo dejó en claro que aquel verdor les reconfortaba:

“Es la tierra naturalmente calurosa. En Tierra Firme hay más frutas y creo que más diferencias de pescados, y hay muchos y muy extraños animales y aves. […] Hay muchos pueblos de indios puestos sobre árboles, y encima de ellos tienen sus casas y moradas”[1].

En cuanto a las costumbres guerreras, en su manuscrito sobre la Historia Natural de las Indias, Oviedo explica en detalle la conducta combativa de los indígenas; en ella llega a ser magistral en su descripción:

“Los indios que usan el arco y las flechas […] viven desde el dicho golfo de Urabá o punta que llaman Caribana […] y comen carne humana, y son abominables, sodomitas y crueles y tiran sus flechas emponzoñadas de tal yerba (curare) que por maravilla escapa hombre de los que hieren”[2].

Pero también comían animales, continúa, “como no tienen cuchillos para los desollar, cuartéanlos y hácenlos partes con piedras y pedernales y ásanlos sobre unos palos que ponen a manera de parrillas […] que ellos llaman barbacoas[3]. Un vocablo que, para sorpresa aún de muchos, se reconoce actualmente como de origen taíno.

Por otra parte, Oviedo, también realizó varias descripciones sobre las mujeres nativas, y como se evidencia en crónicas de otros autores, las deja aparecer siempre bajo los más exuberantes enunciados. Las indias:

“toman una hierba con que luego mueven y lanzan la preñez, porque ellas no quieren estar ocupadas para dejar sus placeres ni empreñares para que pariendo se les aflojen las tetas, de las cuales mucho se precian y las tienen muy buenas […] Y después que conocen algún cristiano carnalmente, le guardan lealtad si no está mucho tiempo apartado o ausente”[4].

Cada uno de los registros de estos primeros “científicos sociales” cumplió con la misión de revelarnos parte de la historia en el Nuevo Mundo, pero también estableció los paradigmas de la futura interpretación y comportamiento del blanco europeo y el mestizo; en cuanto a su aproximación distorsionada sobre el contexto del indígena americano.

Quienes allí se encontraban en realidad, gracias a los registros antropológicos y los estudios historiográficos, constituían una amplia variedad de tribus indígenas. Algunos de estos clanes tenían la lengua cueva como hilo conector, pero otros más hacían parte de los denominados indios flecheros con rasgos caníbales como los caribes. En este mosaico de linajes nativos se hallaban igualmente los asentamientos ancestrales de emberas y gunas (kunas), entre algunos de los principales pueblos amerindios de la familia lingüística chibcha, que habitaban esta región verdosa en la parte más angosta de América del Sur.

La actualidad que no desvanece el pasado

Aunque bastante tiempo parece haber transcurrido desde estos sucesos traumáticos e incompletos de la historia. El paso del estrecho entre ambos territorios de América y el cruce de dos mares siguen siendo parte de la utopía de muchos de sus transeúntes, conquistadores, migrantes y hasta “emprendedores”. Antes de que se llegara a establecer el proyecto del canal de Panamá, un francés extravagante, Athanase Airiau, propuso a mediados del siglo XIX (1859) fundar la ciudad más grande del mundo en El Darién. La descabellada capital en medio del tapón verde se presentó al gobierno de Colombia. La idea general consistía en una fantasía de formas geométricas, en un centro geoestratégico que impulsara todo el desarrollo regional y continental de América. La ilusión de una mente con imaginación cosmopolita y mercantil, al más puro estilo parisino, pronto caería en el olvido ante su dificultad e imposibilidad material.

Mapa prototipado de la ciudad del Darién y el canal oceánico. Athanase Airiau (1859)

En este territorio, en los diminutos puertos de Turbo, Necoclí, Acandí o Capurganá ya no desembarcan hombres con placas metálicas en sus pectorales, ni surgen barbados cabalgando sobre animales de cuatro patas. Por el contrario, descienden de las lanchas a motor, familias y menores con mochilas a punto de reventar, vestidos con sandalias o zapatillas y un impermeable como escudo para avanzar en la búsqueda de una nueva tierra.

Su despliegue exploratorio es aún más arriesgado que el de otros antepasados. La diferencia es que transitan en situación de máxima vulnerabilidad, sin grandes armas afiladas, con mucha menos pólvora y sin tan siquiera cuentecillas de vidrio para intercambiar. Su única lucha consiste en esquivar a los hambrientos animales humanos que rascarán hasta su última pertenencia. No pueden elegir la ruta turística que une Colombia y Panamá, en el poblado de Sapzurro, ni subir al cerro de La Miel y presentar sus documentos a los dos guardias panameños que, recostados sobre un pedestal blanco, intentan dar prestigio al hito fronterizo. Por el contrario, deben tomar el largo camino entre lodazales, selva espesa, y arriesgar la vida, transpirando cada gota que ingirieron, para detenerse en la siguiente estación temporal en la Ciudad de Panamá. En el intento, muchas de estas personas siguen muriendo, ya no flechadas con venenos, sino atropelladas por la violencia o por la misma fatiga de sus cuerpos. Los gobiernos de cada lado aprestan unos esfuerzos de corto alcance, que están muy lejos de garantizar la protección de una emergencia humanitaria internacional.

A pesar de ello, primero siguen siendo personas, luego migrantes, indocumentados o refugiados. En el pasado, ni en el presente lo hicieron los grandes reyes europeos, ni las altas clases monárquicas –que nunca tuvieron la necesidad de venir–, sino en su mayoría fue el pueblo llano, de oficios pueriles, descontentos con el trato; que se trasladaba con sueños de grandeza y el ideal de encontrar un lugar en el que comenzar de nuevo.

 

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Bibliografía:

Arciniegas, Germán. Biografía del Caribe. (1945). Debate, Colombia, 2020.

Oviedo, Gonzalo Fernández. Sumario de la Historia Natural de las Indias. Cátedra, Madrid, 2016.

Sarcina, Alberto. ‘Santa María de la Antigua del Darién, la primera ciudad española en Tierra Firme’. Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). Revista Colombiana de Antropología. Bogotá, Colombia, 2016.

Otras fuentes:

Museos:

Museo Naval de Madrid. Paseo del Prado, 3. 28014 Madrid.

Museo de América de Madrid. Av. de los Reyes Católicos, 6, 28040 Madrid.

Noticias relacionadas:

ACNUR Panamá
https://www.acnur.org/es-es/noticias/press/2021/2/602ec4974/acnur-apoya-servicios-de-salud-en-area-remota-del-darien-panameno.html?query=Dari%C3%A9n

Diario de Cuba
https://diariodecuba.com/cuba/1559984735_46848.html

France 24 (9 de marzo, 2020)
https://www.france24.com/es/20200308-unicef-menores-cruzaron-darien-colombia-panama

UNICEF Panamá (29 de marzo, 2021)
https://www.unicef.org/panama/comunicados-prensa/quince-veces-m%C3%A1s-ni%C3%B1os-cruzando-la-selva-de-panam%C3%A1-hacia-eeuu-en-los-%C3%BAltimos

[1] Oviedo, Gonzalo Fernández. Sumario de la Historia Natural de las Indias. pp. 137-138. Cátedra, Madrid, 2016.

[2] Ibid. 2016, p.120.

[3] Ibid. 2016, p.124.

[4] Ibid. 2016, p.127.

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