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La Quinta Columna, revisitada

 

Hoy se estrena en Londres The Fifth Column, la pieza teatral de Ernest Hemingway ambientada en la Guerra Civil española que tiene como escenario el hotel Florida de la plaza del Callao. Salvo una producción en Glasgow en 1944, no se había representado en Gran Bretaña en setenta años, y nunca en Londres, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que en Estados Unidos, tras el estreno de una polémica adaptación en 1940 de la que Hemingway renegó y consideró “bastarda”, no llegó a los escenarios hasta 2008. Paul Preston se refiere en The Guardian a The Fifth Column –en cartel en Southwark Playhouse hasta el 16 de abril– como la “obra olvidada de Hemingway sobre la Guerra Civil española”.

 

Se publicó en Estados Unidos en 1938, pero en España fue rechazada por la censura –a pesar de la pasión por Hemingway– y no se editó hasta 1978 (Bruguera), aunque existía una versión argentina de 1950. En 1972, el censor escribió que incluía frases como “canallas fascistas” e “hijos de puta fascistas” y que era difícil de entender si se suprimían esas expresiones: quedaba “falta de ambiente”. El estreno –y única representación hasta el momento– en España tuvo lugar en la Sala Rialto de Valencia el 21 de febrero de 1992 por iniciativa del Centre Dramàtic de la Generalitat Valenciana y bajo la dirección del francés Ariel García-Valdès.

 

La Quinta Columna narra la peripecia de Philip Rawlings, un corresponsal de guerra norteamericano tras el que se oculta un agente de los servicios de espionaje de la República. Su compromiso se pone a prueba con la relación que mantiene con Dorothy Bridges, una atractiva corresponsal que tiene las piernas “más largas, más suaves y más rectilíneas del mundo”, trasunto de Martha Gellhorn, que acompañó a Hemingway en aquella aventura y terminó convirtiéndose en su tercera esposa. “Aunque no es una gran obra”, escribe Preston, “es fascinante por lo que Hemingway nos cuenta de sí mismo”. Rawlings y Max –su comisario político– comenten el “error” de matar a un hombre que se resistía a ser interrogado. Este tropiezo en la noble causa de desenmascarar a la Quinta Columna remite inevitablemente al ‘caso Robles’, que enfrentó a Hemingway con John Dos Passos en Madrid cuando este último preguntó por la suerte de su traductor y amigo español desaparecido sin dejar rastro. Fue lo que se ha denominado como el breaking point, que terminó con la amistad de los dos escritores y con la armonía de la Generación Perdida, a la que dividió ideológicamente.

 

La escasa fortuna de la única obra teatral de envergadura de Hemingway tal vez se deba más a la evolución política que a su floja estructura dramática o a las dificultades del montaje. A la postre, estamos ante una justificación de las prácticas que van a llevar al paroxismo los estalinistas en los años cuarenta y cincuenta. Dos Passos pregunta a Hemingway si se pueden destruir las libertades civiles en el proceso y Hemingway le responde que la vida de un hombre no tiene importancia al lado del triunfo de una causa justa. Aunque su muerte sea injusta. En la obra, “para defender a la República de la Quinta Columna, Rawlings debe aceptar los asesinatos necesarios y los métodos brutales de los interrogatorios”, escribe Preston.

 

El debate cobra nuevos visos en nuestros días ante la amenaza yihadista (quintacolumnista) que asola a los países occidentales. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial nadie, en Occidente, justificaría un crimen de Estado o un significativo recorte de libertades en aras a combatir al enemigo, pero estamos ante un nuevo estado de guerra, la situación ha cambiado y la olvidada obra de Hemingway puede mover a la reflexión y al debate. En aquellos años ni siquiera el propio autor la defendía. Cuenta José Luis Castillo-Puche, gran amigo del estadounidense y su eterno acompañante en España, que en una ocasión le dio a firmar un ejemplar de La Quinta Columna y le contestó: “Yo no firmo esa desdicha”.

 

Acompañé hace unas semanas –con Martin Minchom– a los responsables del montaje de la obra londinense, el matrimonio formado por Graham Cowley (productor) y Tricia Thorns (directora), por el Madrid de Hemingway y les sorprendió la cercanía de los escenarios de una guerra que podía abarcarse con la mirada, el idealismo de los voluntarios internacionales y el trabajo de los corresponsales. Hace 13 años pusieron en marcha Two’s Company, una compañía especializada en desenterrar grandes obras teatrales olvidadas y darles una nueva oportunidad. Sin duda han acertado con esta elección, cuando se cumplen los ochenta años del comienzo de la Guerra Civil española. No son los únicos, hace unos días respondí a unas preguntas de la televisión pública alemana, que recoge testimonios en toda España sobre la guerra y la resistencia al franquismo.

 

En España los aniversarios se utilizan en función de los intereses partidistas. Los 70 años del comienzo de la Guerra Civil (Zapatero triunfal) fueron una explosión de actividades, pero los 75, con un Zapatero en sus estertores, y este año los 80, con un Rajoy sin pulso, serán ocasiones perdidas para plantear cualquier debate o revisión histórica, cuando más falta nos hacen.

 

La Quinta Columna ofrece sobre todo la oportunidad de sumergirse en la vida del hotel Florida, con su miríada de espías, prostitutas, corresponsales, arribistas, militares, comisarios políticos, aventureros, héroes y traidores, tal y como nos cuenta Hemingway en su pieza teatral, escrita en 1937 mientras caían las bombas enemigas. El hotel, obra de uno de los grandes arquitectos de Madrid, Antonio Palacios, fue derribado en los años sesenta sin que todavía sepamos las causas, como seguimos sin desentrañar el ‘caso Robles’. Sin embargo, se conmemoran a todo trapo los 75 años del nacimiento de El Corte Inglés, que ocupa su lugar, y cuyo pariente y predecesor, Galerías Preciados, y a su frente Pepín Fernández, perpetraron la operación inmobiliaria que demolió un edificio de la mejor arquitectura madrileña de los años veinte. Y un símbolo: el corazón de una ciudad en armas –la capital del mundo– que resistió por vez primera el empuje del fascismo. Ni siquiera una placa lo recuerda.

 

 

 

Cartel de la obra estrenada en Londres.

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