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Mientras tantoLa realidad debería estar prohibida

La realidad debería estar prohibida


 

 

Hace tiempo escribí sobre un cuento de Delmore Schwartz llamado ‘In dreams begin responsibilities’. Probablemente esa es su historia más conocida y en ella, el escritor y poeta norteamericano nos cuenta un sueño que tiene un chico. Sí. Se trata de un sueño dentro de un relato. No lo voy a releer, pero recuerdo el mensaje: en los sueños empiezan nuestras responsabilidades. O sea, que soñar tampoco es tan gratis como dicen por ahí.

 

Ayer, que llegué a casa cansada, con ganas de esconderme debajo de unas cuantas mantas y cerrar el chiringuito hasta que fuera verano, volví al relato de Schwartz por una de esas extrañas coincidencias. Eran las 12 de la noche, no me apetecía empezar con el tocho de Chimamanda Ngozi Adichie que tengo en la mesilla de noche –aunque tengo ganas de leerlo– y tampoco me apetecía ponerme una de esas pelis indies en las que una pareja danesa se separa. Nada de eso. Así que en un arranque de utilidad me puse a despejar el escritorio. Entre todos mis papelajos, los libros que sé que ya nunca voy a leer e invitaciones de bodas y bautizos de hace años, apareció un libro de poemas: Cobijo en la tormenta, de Benjamín Prado. Lo abrí y revisé todos mis habituales subrayados con palabras anotadas en los márgenes. Y de repente me encontré con él: un poema que hablaba de una canción de Lou Reed que a su vez hacía referencia al relato de Delmore Schwartz. Me dije que todo aparece siempre por cualquier cosa menos por casualidad. También me dije que todo está siempre contenido dentro de todo: un sueño en un relato, un relato en una canción. Un relato y una canción en un verso de un poema. En fin. La verdad es que no recordaba el verso:

 

“20 años después, mientras me hablas

de pequeñas ciudades –me pregunto

si un recuerdo es algo que conservamos

o algo que hemos perdido–, de pequeñas ciudades junto al mar,

yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice

Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,

en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades”.


Yo no lo sabía, pero en los años 60, Lou Reed fue alumno de Delmore Schwartz en la Universidad de Siracusa. Aunque fue uno de esos escritores que la crítica condenó por no cumplir las expectativas a las que apuntaba su talento, muchos de sus alumnos le rindieron homenaje en sus obras. No solo Lou Reed, también Robert Lowell, o mi queridísimo Saul Bellow, que se inspiró en Schwartz para escribir El legado de Humboldt.


No sé qué fue lo que más les fascinó de Schwartz a Lowell, Bellow o Lou Reed. Sólo sé que ayer, leyendo el poema de Benjamín Prado, deteniéndome en ese verso tan subrayado, pensé que tal vez a todos nos llame la atención lo mismo: que nos advirtiera de una manera tan sencilla, tan directa, de que los sueños son parte de la realidad y no otra realidad distinta. Y de que es uno mismo el encargado de escoger la parte difícil de la realidad, la más arriesgada quizás, y de llamar a esa parte sueños. Somos responsables de los sueños que tenemos, sobre todo en caso de que no los cumplamos.

 

Me da igual que Schwartz no escribiera El guardián entre el centeno o que no nos deleitara con Las uvas de la ira. Ese relato de Schwartz me sigue dando uno de los  mejores consejos que me han dado hasta hoy. No es bueno vivir remarcando continuamente la línea que delimita lo que soñamos y lo que vivimos. Quien lo dijo mejor que yo –y con menos rodeos– fue Marisa Paredes en la película La flor de mi secreto: la realidad debería estar prohibida.

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