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La realidad siempre supera a la ficción

En Snuff (editorial Mondadori), la última novela de Chuck Palahniuk, el autor recrea cómo una actriz porno pretende culminar su carrera en decadencia estableciendo un récord mundial de polvos consecutivos, para lo que debe acostarse con 600 hombres, ni más ni menos. Pudiera pensarse que Palahniuk se inventa tan disparatado argumento y sin embargo, como sucede a menudo, la realidad supera a la ficción y lo de estas mujeres que buscan entrar en el libro Guiness a base de tal o cual hazaña sexual es de lo más común. Os lo juro.

Recuerdo la primera vez que acudí al Ficeb, el Festival Internacional de Cine Erótico de Barcelona. Intentaba disimular dónde iba y sólo daba indicaciones vagas al taxista cuando me preguntaba por el destino. Ya saben, por aquello de la reputación de calentorra que se atribuye a una mujer que acude a este tipo de encuentros, algo que no sucede cuando el visitante es hombre. Y lo mismo da que vayas como curiosa que para hacer una crónica periodística, te miran mal sea cual sea el objetivo de tu visita…

En fin, cuando el taxista descubrió que me dirigía al Ficeb confesó (ya saben Vds. de la enorme facilidad de los taxistas para hacer confesiones a lo largo de la carrera) que él también había ido varias veces pero que dejó de frecuentar el salón cuando un día se dio de bruces con su vecino haciendo cola con los pantalones bajados y el pene en estado de semi erección. Al parecer, el vecino del taxista esperaba su turno porque una de las neumáticas chicas del festival se proponía batir el récord y follar con tropecientos tíos. Y como buen récord, la proeza debía realizarse en un tiempo limitado: X tiempo entre X tíos toca a tantos minutos por chico… Y digo yo, ¿cómo controlará el tiempo que ha de dedicar a cada uno: estará mirando el cronómetro entre empujón y empujón o habrá un asistente que avise cuando vaya a terminarse el tiempo? Del tipo: señor, córrase ya, que le quedan apenas unos segundos…

Años después, en la única convocatoria del Ficeb que tuvo lugar en Madrid, asistí a un espectáculo similar. Una de las actrices, Diana, una italiana de origen brasileño, lanzó una convocatoria para coitar (éste era el palabro que utilizaba mi profesor de Psicología de la Sexualidad en la Uni) con mil tíos. Han leído bien: mil. No me pregunten en cuántos días, recuerdo que eran pocos: yo hice cuentas calculadora en mano y a mi aquello me parecía una tremenda barbaridad, tanta que, inocente le pregunté a la alocada en cuestión si después de tanto ajetreo vaginal no le dolían sus partes. Y me contestó, resoluta: «No, qué va, esto es como si tú follas con uno un día y con otro otro día. Es igual». Lamentablemente la gesta no pudo llevarse a cabo: el primer día sólo se apuntaron unos cuantos, desbaratando todos los planes de Diana. Vaya, que los chicos no estaban por la labor, cuestión bien extraña, sería que les dolía la cabeza (que a ellos también les duele, a ver qué os creéis) o que había partido de fútbol en la tele (si queréis saber la verdad, había partido).

A mi este tipo de shows me genera sentimientos confrontados, una mezcla de pena, estupor, asco, hilaridad…. Me imagino a la chica, piernas o boca abiertas, en espera de la verga número cien que suponga alcanzar el ansiado título y que al mismo tiempo sea el fin del suplicio, porque no creo que genere gozo alguno que te penetren de forma seguida tantos tipos. Vamos, que tienes que acabar con unos calambres en los abductores o con un dolor de mandíbula que ya puedes ir a acupuntura al día siguiente.

En fin, entiendo que estas chicas hagan cualquier cosa con tal de colgarse algún mérito en el estrambótico y falsete mundo del porno (Palahniuk lo describe a la perfección), pero, ¿qué moverá a estos hombres a participar en semejante espectáculo? No veo el interés en formar parte en tal concentración de fluidos….. Si a ustedes, queridos lectores/as se les ocurre algún motivo, por favor, ilumínenme.

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