Uno podría pensar que, a estas alturas de la vida, ya la diáspora cubana debería haber producido toda la literatura posible e imposible acerca de su situación; que solo queda la nota al pie de página, el comentario de lo ya dicho o la producción de excertas. Entonces llega Froilán Escobar y, tal y como suele hacer, conjura lo imposible y nos ayuda a confirmar que, a pesar de todo, aún no hemos perdido la capacidad mágica del asombro.
La novela Tres en una taza, recientemente publicada de forma simultánea en Costa Rica y España, constituye la celebración más descarada de la paradoja y el oxímoron jamás escrita. Es muchas cosas y nada a la vez, o quizá todo junto, como una de esas aporías que tanto le gustan a Froilán. El texto transita, por medio del engarce armonioso de diversas historias, por áreas tan disímiles como la memoria personal y social, la crítica social y política, la filosofía existencial, la psicología de la esquizofrenia, las estéticas barrocas y surrealistas, el homenaje subjetivo, la evocación de lo erótico, la dialéctica del amor y el mundo religioso afrocubano, por citar solo algunas de las muchas preocupaciones que circulan el laberinto de relatos de esta novela. Casi pareciera como que el autor se estuvo preparando toda su vida para escribir este texto.
El punto de partida de la novela es simple: un hombre emprende un viaje en una “guagua”, como dicen los cubanos, que, en lugar de viajar por las calles, viaja por dentro de las casas. La dirección del mensaje es diáfana: se trata de un viaje “interior”, una exploración de lo recóndito, de aquello que no se ve a simple vista. Está claro que en esta novela no hay espacio para las superficialidades. Pero ¿cuál es el misterio que se busca desentrañar? ¿Cuál es el mundo interior que busca recorrerse? Y es aquí donde las cosas se complican, porque el conjunto global de la obra es un encadenamiento variopinto de acontecimientos distensos, evocaciones casi oníricas, es decir, lo que en estilo froilanesco vendría a ser algo así como una “sucedencia de circunspecciones”. Hay en todos estos eventos narrados una unidad muy clara, en todos ellos se palpa un mundo (la ciudad de la Habana) que se cae a pedazos, que se deteriora y desgaja ante los ojos del protagonista, lo cual implica diversas situaciones que se mueven entre lo entrañable y lo deleznable.
Entrañable es la historia del Ambia (el poeta Eloy Machado), quien escribía encuentros con el infinito en pedazos de cartón sin siquiera saberlo; deleznable es la represión que vive el protagonista que, sin saber ciencia cierta por qué, es sacado de la revista en que trabaja y enviado a cazar cocodrilos a la Ciénaga de Zapata; anonadante es el encuentro con el escritor Guillermo Rosales, el autor de aquella oscura y magnifica revelación literaria de la condición humana titulada Boarding home, quien en un acto lleno de vesania y excentricidad rompe ante los ojos del protagonista su novela corta sobre Camilo Cienfuegos; incalificable, desde un punto de vista afectivo, es la anécdota de tiempos de la revolución que cuenta la forma como un capitán rebelde de la Reforma Agraria otorga la tierra a un campesino con solo ver las manos callosas que la han trabajado; íntima, dolorosa e infausta al mismo tiempo es el triste relato que, a lo largo de todo el texto, recorre el confinamiento social y literario que vivió Lezama Lima tras el caso Padilla, así como su posterior agonía y muerte. Todo esto revela una complejidad fascinante que permite entender el objetivo fundamental que se esconde tras las páginas de esta novela: reflexionar acerca de la compleja realidad que se vive en ese momento en Cuba y retratar sus múltiples aristas y problemas, mostrando lo bueno y lo malo, superando así cualquier tipo de visión maniquea.
De hecho, en cierto momento, el protagonista de la novela, cavilando sobre el proceso de desmoronamiento que vive, advierte esta situación con claridad y señala sus vanos intentos por armonizar esta situación paradójica que está viviendo:
“La realidad era estirada o estrujada de uno y otro lado. Y tú, Yo, a veces te hacías eco de estas dos orillas. Te gustaba, para ejercer la ironía, parodiar a veces al viento que lo revolcaba todo, y otras, hacerlo a la escabullida manera en que lo real entraba en lo inverosímil. La alucinación llegaba hasta el lenguaje mismo, en ese intento tuyo de ir más allá, de traspasar incluso los límites de la palabra, empecinado en meter en el lenguaje algo que es mucho más grande que el lenguaje. ¿Cuál, entonces, era el cuál, cuál de las dos realidades era la realidad que te ofuscabas en comunicar? Quién sabe, te decías”.
Toda la obra literaria de Froilán Escobar es, de una u otra forma, un encuentro con la realidad y las múltiples y azarosas formas que esta adopta en los avatares de la existencia. Esto es así desde sus primeras crónicas periodísticas, que intentan recuperar voces y versiones enmudecidas de “no protagonistas” de la historia, como en Martí a flor de labios, hasta novelas más recientes como Largo viaje de ceniza, que plantea “otras realidades” acerca de un hecho específico de la revolución que se gestaba en la Sierra Maestra, o La última adivinanza del mundo, que conjura el olvido y trata de “crear realidades” a partir del rito y la magia afrocubana. Tres en una taza, con su visión poliédrica y heterodoxa de la diáspora cubana ocurrida a finales de los setenta y principios de los ochenta, viene a confirmar dicha tendencia. Se entiende así, mucho mejor, la raíz de toda esta paradoja novelesca. Por citar un ejemplo, la novela, ciertamente, muestra la cara desesperada y esperanzadora de la toma de la embajada del Perú (hecho detonante del posterior éxodo del Mariel), pero también retrata este suceso en su fase más oscura y grotesca. De esta forma, Tres en una taza logra el prodigio de ser una novela de crítica política que es, a su vez, apolítica o quizá más bien “contrapolítica” (con las novelas de este autor sucede que hay que inventar términos, pues los existentes no alcanzan para expresar los matices de sentido requeridos). La obra muestra, con ánimo de reproche, una serie de hechos execrables, pero lo hace desde la intimidad misma de la existencia, a partir de la vívida experiencia y trasciende de este modo cualquier tipo de arenga alborotadora y oportunista.
Y ese, hay que decirlo, es quizá el mayor logro de esta novela, pues al leerla, nos recuerda que ni el mundo ni los hechos históricos se viven en el blanco y negro de las ideologías, sino que, en todos ellos, se solapa un conjunto innumerable de sabores y sinsabores imposibles de captar y encerrar en todas sus posibilidades, obstáculo de la que, por desgracia, no escapa ni siquiera la literatura en todas sus formas y recurrencias. Aunque no guste, se debe ser enfático en esto: salvo algunas excepciones, la literatura de la diáspora cubana ha estado limitada por un ánimo panfletario que, si bien es comprensible en su dinámica social, es absolutamente inadmisible desde un punto de vista estético. Estamos, sin lugar a dudas, en el momento justo de intentar superar la dinámica imperante del catecismo y construir, como Dédalo, nuevos laberintos de realidad que alberguen tanto minotauros que comen gente como espadas e hilos salvadores. Tres en una taza ha abierto el camino, por eso Froilán no solo es hijo de Orula, también pertenece, por derecho propio, a la estirpe de Elegguá.
Así pues, esta obra literaria nos invita a hacer una revisión de la vida personal, social y política cubana de aquel momento que sea sincera, crítica y libre de recelos, prejuicios y arbitrariedades, con el fin ético de construir mejores existencias. Debido a esto, hay que darle la razón a Lezama Lima cuando, dentro de esta novela de Froilán Escobar, afirma sin dilaciones que “esta guagua no es una guagua de un causalismo aristotélico habitual”. Sí, es claro que la guagua de Tres en una taza no encuentra su sentido material en la etiología del primer libro de la Metafísica. Va más allá. Arremete, a varapalo, contra un modelo político (¿o más bien, social?) enajenante, alza la voz contra los atropellos e iniquidades que impiden a los personajes tener una vida propia, digna y satisfactoria y demuele cualquier posibilidad de entender dicha problemática humana desde un simplismo meramente político. ¡Ojalá que siga surcando esos caminos y no se detenga nunca!
Tres en una taza ha sido publicado en España por la editorial Huso en su colección Bagua.
Guillermo González Campo es especialista en Estudios del Lenguaje, la Comunicación y el Discurso. Ha sido profesor universitario e investigador académico desde el año 2003. Actualmente, se desempeña como profesor asociado de la cátedra de Comunicación y Lenguaje en la sede del Atlántico de la UCR y catedrático de Análisis del Mensaje en el Colegio Universitario San Judas Tadeo de la Universidad Federada de Costa Rica. Ha publicado una veintena de artículos académicos en diversas revistas especializadas nacionales e internacionales sobre temas como el estudio ideológico y discursivo de textos literarios y medios de comunicación, la construcción discursiva de la muerte, la representación social de los indígenas costarricenses y el estudio lingüístico del idioma cabécar.