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Mientras tantoLa rebelión de Manuel Galiana

La rebelión de Manuel Galiana


Imagen de la representación de Clara sin burla de Elena Belmonte

Si el teatro ha sobrevivido a lo largo de siglos, guerras, Dioses, dictaduras, pestes y todo tipo de adversidades históricas, ¿quién duda de que no vaya a superar este momento de incertidumbre? Desde que allá por el siglo V a. C. los griegos empezaran a darle forma a nuestras inquietudes, no ha habido un solo día en el que no se haga teatro. Es imposible no hacer teatro, ya sea con dinero o sin la más mínima ayuda. La representación de la vida se ha convertido en algo inherente al ser humano. Llegará el día en el que los burócratas entenderán que esa lucha la tienen perdida. Ahora es la economía la que nos ahoga, pero en su día fue considerado como herejía y castigado incluso con la muerte. Da igual.

Prueba de ello es que estamos asistiendo a un fenómeno casi sin precedentes: la continua inauguración de salas de teatro alternativas. Tenemos que remontarnos a esa época de apertura social que fue el final de los años 70 y principios de los 80 en nuestro país para asistir a un hecho semejante.

Manuel Galiana, mítico actor y director español, junto con ocho valientes actores de su Compañía Martes Teatro, han decidido abrir Estudio 2 (en referencia a los Estudio 1 en los que participó), una pequeña sala en la calle Moratines. “Quiero que mi teatro sea una referencia del buen hacer actoral”, afirma Galiana, que también tiene el firme propósito de apostar por la dramaturgia española. Es decir: un triple salto mortal y sin red. Comienzan con Clara sin burla, de Elena Belmonte, dramaturga manchega que ya ha colaborado en otros montajes con el propio director. El texto aborda la necesidad que todos tenemos de comunicarnos, a través de una mujer que se ofrece a ser aquello que cada uno necesite de ella. Como dicen en la compañía: sólo tienes que marcar su número.

La sala apenas tiene 50 butacas. Observo desde el gallinero cómo ensayan dos días antes del estreno. Entre escena y escena, los actores están pendientes de la reprografía, las invitaciones, la desinfección de la sala, el ambientador, etc. Y llega Manuel, atraviesa rápidamente el hall saludando a los presentes y sin solución de continuidad da las primeras notas a los actores. Lo hace con la seguridad y el caos del que tiene muchas horas de vuelo. Con el cansancio visible del que hizo del teatro su forma de vida. Con el miedo de saber que se puede fracasar, pero con la seguridad, compartida también por sus actores, de que es imposible no hacer teatro.

Camile Solá

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