Espero que la coleta de Pablo Iglesias la hayan guardado como reliquia. Recuerdo que estando en una barrera en los toros, Julio Robles (creo que era Julio Robles), me lanzó la oreja del toro que acababa de cortar. Yo no quise cogerla y la esquivé y cayó al suelo. Mi padre o mi madre la cogieron y se la llevaron a casa. Esa oreja la dejaron sobre la repisa de una chimenea que no usábamos, en una habitación que era entonces más bien un trastero y yo a veces entraba para verla. Pasado un tiempo llegué a tocarla. Parecía de plástico duro. Supongo que después alguien pasó por allí y la vio y la tiró a la basura. Yo he pensado en la coleta de Iglesias y me he acordado de la oreja que me lanzó Julio Robles. Espero que nadie la haya dejado encima de la repisa de una habitación olvidada. También me recordó a la coleta de Peggy Olson, la publicista de Mad Men, cuando un compañero se la corta para cambiarle el peinado antes de ir a un concierto de los Rolling Stones. En realidad, es como si Iglesias se preparase para ir a un concierto de los Rolling Stones. Pero lo que ha quedado es como Bon Jovi cuando se cortó la melena en una peluquería de señoras. Igual alguien pensaba de un individuo como Iglesias que a la coleta le sustituiría, qué sé yo, algo que siguiese siendo lo que era, lo que siempre ha sido que ya no es. Y esto es lo mejor de todo, que ya no es.