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La revolución de Greta Thunberg versus la sexta extinción masiva de la tierra

Estudiantes sujetando la pancarta principal de la manifestación de Nueva York. Foto: Gema Álava

Son las cinco de la tarde. Greta camina segura hacia el micrófono con su pancarta en sueco bajo el brazo y sus dieciséis años, como si fuera a tomarse un té delante de una multitud de un cuarto de millón de estudiantes que ha faltado hoy a clase y aguanta desde hace horas el sol plomizo de Battery Park. Apoya la pancarta en el suelo y dice con semblante serio: “Hola Nueva York. Es un honor estar con todos vosotros aquí en este día histórico”.

250.000 personas nos hemos agolpado en la punta sur de la isla de Manhattan, desde donde podemos ver la Estatua de la Libertad, como reacción ante un momento histórico: ser testigos de la muerte lenta del planeta tierra tal y como lo conocemos. ¿Qué hacer si, como gritan a coro a mi izquierda, no hay un planeta B?

Enfundada en un vestido-camiseta rosa de rayas horizontales, pantalones estampados con cenefas geométricas, y una trenza rubia que le baja desde el hombro izquierdo hasta la cintura, Greta nos dice que más de cuatro millones de personas están marchado hoy alrededor del mundo: 350.000 en Australia, 100.000 en Londres, 270.000 en Berlín. “Se han manifestado en todos los continentes, incluida la Antártica. ¿Por qué? Porque esto es una emergencia y la casa se nos quema”.

En realidad Greta Thunberg no es poderosa por ser una activista sueca adolescente que desde hace un año falta a clase los viernes para protestar ante el cambio climático (entre otras cosas porque con once años perdió diez kilos al permanecer demasiado tiempo en estado de shock pensando en su futuro) y ser la fundadora de un movimiento global. Greta Thunberg es poderosa por su constancia e insistencia en cuestionar una pregunta intensa en un momento crítico para la humanidad: ¿Cómo reaccionamos ante la muerte del planeta?

Es 20 de septiembre de 2019 y esto no es una crónica cualquiera. Es la crónica de la reacción humana ante la sexta extinción masiva de la tierra.

Greta y su pancarta. Foto: Gema Álava

*    *    *

Miércoles, 18 de septiembre. La carga de los niños ante la emergencia del cambio climático

“Los que están en el poder son todos iguales. No importa dónde estés. El número de políticos y famosos que quieren un selfie con nosotros es el mismo. Las promesas vacías son las mismas. Las mentiras son las mismas, y la no-acción es la misma. No he encontrado a nadie que esté en el poder y se atreva a contar las cosas tal y como son. Nos dejan a nosotros esa carga, a los adolescentes y a los niños”. –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre, 2019

A la hora de la cena, Alexander, estudiante de dieciséis años del instituto público neoyorquino Bronx Science, les cuenta a sus padres que por favor firmen un permiso para poder faltar a clase y acudir a la manifestación estudiantil que encabezará la activista sueca Greta Thunberg el viernes. Está preocupado porque parece imposible cambiar el gobierno y el sistema, que son los únicos que pueden generar cambios necesarios en el medio ambiente, dice, y si no es posible cambiar el sistema, él no tiene futuro. El capitalismo no funciona, repite.

—Estos son problemas del capitalismo. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Dudo que Greta sea capaz de cambiar nada, porque lo que hay que cambiar son las leyes. Pero si no hacemos algo, nos morimos.

Como reacción al comentario, la madre de Alex le dice que la mayoría de los grandes cambios empiezan con acciones pequeñas.

—Imagina si las primeras sufragistas hubieran pensado de ese modo, las mujeres aún no podríamos votar ni abrir una cuenta en el banco. Y si no se hubieran manifestado los negros en los Estados Unidos aún tendrían que hacer pis en un cuarto de baño separado de los blancos. Para cambiar las leyes hay que empezar por algo, no se puede dar uno por vencido ante una maratón antes de abrocharse los zapatos. Tan solo el Big Bag parece haber surgido de la nada. Yo también voy a ir a la manifestación el viernes.

Nueva York parece vivir otro momento histórico porque por primera vez se permite faltar a clase. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, ha dicho el 12 de septiembre en un tuit que tenemos diez años para salvar el planeta (y escribe “DIEZ” en mayúscula), y que Nueva York está con la gente joven porque ellos son nuestra conciencia.

La CNN avisa de que 1,1 millones de estudiantes pueden abandonar el colegio para unirse a la manifestación que encabezará Greta el viernes, siempre que tengan el consentimiento de sus padres.

Los padres recibimos mensajes de las escuelas públicas informándonos de que si damos permiso para que nuestros hijos estén ausentes debemos confirmar el consentimiento por escrito, en persona o por teléfono. La misiva nos recuerda que no existe supervisión para aquellos que decidan lanzarse a la calle porque a los profesores no se les permite organizar ningún viaje. La iniciativa tiene que provenir de los propios niños.

«El futuro por encima de los beneficios». Foto: Gema Álava

 

«Nuestra generación importa». Foto: Gema Álava

 

El poderío de la adolescencia

“Ahora mismo somos nosotros los que estamos generando un cambio. Si nadie actúa, lo haremos nosotros. No debería ser así. No deberíamos ser nosotros los que luchemos por nuestro futuro. Esto es lo que hacen las personas que tienen el poder”. –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre

Cuando yo tenía diecisiete años los periódicos hablaban de la Guerra del Golfo. Fiel a mi actitud adolescente, quise hacer algo al respecto y escribí una carta a al director del periódico que más se leía en España. Si la publicaban, pensé, mi voz se oiría alta y clara. Quería ser útil y daba por hecho que ser escuchado era importante. Pero, ¿me escucharían? ¿Publicarían mi carta? Entonces recordé algo que había experimentado con cuatro años. Probablemente aquel recuerdo fue lo que hiciera posible que mi carta se publicara.

Con cuatros años, después de comer las lentejas que me había puesto mi madre en el plato y antes de regresar al colegio, me escondí debajo de la cuna de mi hermana Marta. (Me pregunto si aquel gesto fue mi primera huelga estudiantil). No recuerdo por qué me escondí, si fue por jugar o querer desaparecer un rato. Lo que recuerdo es que, mientras estaba tan divertida por el suelo, vi pasar los zapatos de mi padre a toda prisa. Gritaba mi nombre con fuerza, enfadado, asustado. Yo me quedé bien quieta, paralizada. No quería enfrentarme a mi padre en ese estado. Los vecinos se movilizaron para buscarme. Mi madre aún me recuerda cómo inspeccionaron hasta el tambor de la lavadora. Pero yo estaba congelada allí abajo. Cuando a mi padre le dio por mirar debajo de la cuna me sacó a rastras y, de la angustia que llevaba encima, se le escapó un mini-bofetón. “No vuelvas a hacer eso”, dijo. El cachete no me dolió en absoluto. Lo que me dolió fue que me lo dijera de aquel modo.

Era invierno porque recuerdo que mi madre me enfundó en un anorak tipo buzo (naranja por dentro, azul marino por fuera y pelusita gris al final de la caperuza) con una cremallera que, si la abrochaba hasta el final, parecía colgar de la barbilla. Mi intento de desaparición a lo Houdini tuvo lugar antes de que el autobús del colegio recogiera a los estudiantes para el turno de la tarde. De la rabia, las lágrimas me corrían por la cara y, al pensar que tenía que ir a la parada con la cara colorada, me dio por llorar todavía más. Me muero de la vergüenza si mis vecinas se dan cuenta de que he llorado, pensé. Y me subí la caperuza hasta arriba convencida de que el mundo entero se iba a dar cuenta de mi vulnerabilidad.

Bajé el ascensor de la mano de mi padre y caminé por la acera dejando atrás los portales de mi bloque. Al cruzar el segundo portal me vino aquel pensamiento lúcido: “Qué importa. Tengo solo cuatro años y los mayores creen que es normal que los niños de cuatro años lloren. Actuaré como los cuatro años que tengo porque, en teoría, llorar me debería dar igual”. Y con ese pensamiento me subí al autobús y me quité la caperuza de buzo.

Al empezar mi carta al director la primera frase mencionaba mi edad. Imaginé que los adultos darían por hecho que la mayoría de los adolescentes preferían salir a tomar una cerveza un viernes a escribir sobre una guerra que tenía lugar bien lejos. Días más tarde, en el instituto, una compañera me dijo que había leído mi carta en el dominical y me había guardado la página impresa. “Mira, te han dibujado hasta un cómic”, dijo. Era un soldado con un casco al estilo Gila y una nariz como Mortadelo. Aquel día me sentí grande.

Ser consciente de nuestra edad y las expectativas que se esperan de nosotros de acuerdo con los años que tenemos, así como conocer las leyes sobre las que se rigen nuestros derechos, es importante por muchos motivos.

Es cierto que, como adultos, puede haber graves consecuencias si a nuestro jefe le gritamos: “¿Pero cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a robar parte de mi vida detrás de esta pantalla de ordenador?”. Nadie nos ha dado permiso para faltar al trabajo el viernes 20 de septiembre y si nos quedamos sin sueldo, no pagamos la letra del piso y acabamos en la calle, ¿cómo ayudamos al cambio climático?

Un adolescente no tiene que hacer frente a esta serie de acontecimientos. Quizá sea este el motivo por el que, cuando Greta empieza a hablar en Naciones Unidas, se escuchan en la parte de atrás risitas de adultos que podrían ser traducidas a quince idiomas por: “Los adolescentes, adolescentes son”.

Pero los adolescentes –especialmente los estudiosos que faltan a clase los viernes– conocen sus derechos, y  en esta era de alcance masivo de información en muchos rincones del mundo, es fácil toparse con www.childrenvsclimatecrisis.org, por poner un ejemplo, donde aparece en la introducción la cita de UNICEF: “Probablemente no haya mayor amenaza para el mundo de los niños –y sus hijos– que el cambio climático”. Y, si seguimos leyendo, en la sección IV del apéndice, titulada: ‘Competencia del Comité de los Derechos del Niño’, llaman especialmente la atención las frases de los apartados 13 y 14:

“La crisis climática ya está aquí y está haciendo daño a los niños”,

y

“La crisis climática está alcanzando el punto irreversible de efectos catastróficos poniendo en peligro las vidas de millones de niños”.

Un niño de cuatro años probablemente se quede paralizado si le dan esta noticia y se esconda debajo de una cuna. ¿Pero puede paralizarse un adulto? ¿Por cuánto tiempo? Y si el adulto no reacciona, ¿se le permite al adolescente el relevo para que pueda ayudar al adulto a superar esta fase de aparente congelamiento?

Visto lo visto, si sobrevivimos como especie, se escribirán en el futuro tesis sobre la repercusión histórica del espíritu de la adolescencia.

Aglomeración de estudiantes y pancartas. Foto: Gema Álava

 

«Acción climática ahora». Foto: Gema Álava

 

Salida del metro Puente de Brooklyn. Foto: Gema Álava

 

*    *    *

Jueves 19 de septiembre. La muerte en tiempos de Facebook

“No vamos a quedarnos aquí mirando. Haremos todo lo que tengamos en nuestro poder para que esta crisis no vaya a peor. Incluso si eso significa no ir al colegio. Esto es más importante. ¿Por qué debemos estudiar para tener un buen futuro si nos lo están robando a cambio de beneficios? Dicen que debemos estudiar y convertirnos en científicos o políticos para combatir la crisis climática, pero para entonces será demasiado tarde. Hay que hacerlo ahora”.  –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre

Desde que Facebook se inventó hay algo que no comprendo: por qué cuando muere un ser querido hay: a) quien lo propaga a los cuatro vientos, y b) quien no permite que el logaritmo tenga acceso a esa información. Quizá todo depende de cómo nos enfrentemos al duelo interno ante la muerte, de cómo reaccionamos, y eso –como cuando sale la bestia de los toriles– no se sabe hasta que no llega el momento.

Ciertos comportamientos son predecibles. Sabemos que ante un peligro o amenaza (la visión de un león o un toro corriendo hacia nosotros) tenemos una reacción instalada en nuestros cerebros desde la época de las cavernas denominada “lucha o huida”. Esta autodefensa produce cortisol y adrenalina extra, entre otras hormonas, para generar una reacción y poder escapar del peligro.

Por otro lado, cuando se acerca una muerte que no es la nuestra queremos hacer todo lo posible para no tener remordimientos después. Si aun así la muerte llega entonces no nos queda más remedio que aceptarlo, pero no antes.

La psicología afirma que cuando el ser humano se enfrenta a una muerte pasa por varias fases (no siempre en el mismo orden) hasta aceptar la situación: la fase de la negación, el enfado, la negociación y la depresión. En el caso de la posible muerte del planeta, ¿deberíamos intentar cambiar el veredicto final mientras haya tiempo? ¿O deberíamos dejar que nos coma el león y ahorrarnos la carrera por la sabana?

Greta nos dice en sus discursos que debemos sentir pánico ante la situación. Quizá los niveles de cortisol de un cuarentón en un momento de pánico sean más bajos que los de un adolescente. O quizá no. Está claro que las manifestaciones del movimiento internacional de la juventud Youth for Climate ayudan a liberar esas hormonas extras.

Me pregunto cuánto cortisol veré el viernes corriendo por la sabana neoyorquina en la que se transforma la Avenida Broadway al desembocar en Battery Park. El toro de Wall Street lleva las de perder.

El toro de Wall Street se enfrenta a la manifestación. Foto: Gema Álava

 

«Siente la urgencia». Foto: Gema Álava

 

Viernes, 20 de septiembre. 11AM. El metro de Nueva York es una fiesta con pancartas

“No nos hemos echado a la calle, sacrificando nuestra educación, para que los adultos y políticos se tiren selfies con nosotros y nos digan que de verdad admiran lo que hacemos. Hacemos esto para despertar a los líderes. Hacemos esto para que actúen. Nos merecemos un futuro seguro. Demandamos un futuro seguro. ¿Es eso pedir demasiado?”. –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre

Nada más bajar las escaleras de la boca de metro de mi barrio me encuentro con Noah. No es un estudiante porque pasa de los cincuenta años. Tiene un bigote gris y una pancarta con la página web de una ONG que dice: “Salva a los primates (Incluidos los humanos) Para el cambio climático”. Se le ve ilusionado, con una sonrisa de oreja a oreja, y me pregunto cuánto cortisol le corre por las venas. Le pido permiso para tirarle una foto y me dice que sí sin perder la sonrisa. Le digo que su pancarta le va que ni al pelo porque el Noé bíblico construyó un arca enterita para salvar animales, y me vuelve a decir que sí con la misma expresión. Decido dejarle tranquilo pues me da miedo que desaparezca su sonrisa si continúo haciéndole preguntas.

La manifestación empieza a las 12 del mediodía en Foley Square y los estudiantes llevan agrupándose allí desde primeras horas de la mañana. El metro más cercano es el del puente de Brooklyn.

Las expresiones de los estudiantes que veo en el metro no denotan miedo. Muchos piensan que pueden cambiar el curso de la historia: “Aunque estemos muy cerca del colapso, no es demasiado tarde y eso es lo que importa”. La reacción de saltar a la calle es un acto para que los objetivos se cumplan. Para ello hay que actuar y hablar alto y claro.

Al llegar a nuestro destino y salir del vagón los estudiantes suben corriendo las escaleras que desembocan en el puente de Brooklyn. Me pregunto cómo será esta manifestación en comparación a la manifestación en contra de las leyes de inmigración de Donald Trump, cuando los adultos gritaban con furia e indignación.

Se escucha un rugir de gente joven, como si entráramos en el Madison Square Garden a un concierto, y se me eriza la piel.

Estudiantes posando con sus pancartas en el metro de Nueva York. Foto: Gema Álava

 

Adolescentes en el metro. Foto: Gema Álava
Estudiantes saliendo de los vagones del metro hacia la manifestación. Foto: Gema Álava

 

12PM. “Adultos, despertad”

Al salir del metro me encuentro con la locura de un patio de colegio. Miles de adolescentes con pancartas abarrotan dos plazas. Esperan pacientes a que se ponga en marcha la manifestación por la Avenida Broadway mientras repiten en voz alta al unísono: “The people united will never be defeated”, o lo que es lo mismo: “El pueblo unido jamás será vencido”.

Sus expresiones muestran indignación, pero también posibilidad, esperanza, y muchas, muchas ganas de cambiar las cosas. Están vivos.

El ruido no aminora y cuando les pregunto que por qué han venido señalan con el dedo la frase de su pancarta. En resumen, piden que la economía se transforme en energía renovable para el 2030; que se respete la tierra de los indígenas; exigen justicia medioambiental; y Steve, de diecisiete años, me comenta que aunque parezca el fin del mundo este es un momento de optimismo, porque es posible generar un cambio que afecte a las decisiones del gobierno y quieren luchar por su futuro.

Las pancartas rezan:

Poder al planeta.

Planeta o Beneficio.

Lo que llamamos hogar se está muriendo.

Salva a la tierra antes de que sea demasiado tarde.

Podemos lograrlo juntos.

El futuro pertenece a aquellos que pueden verlo.

Estamos con Greta.

Despertad, adultos.

Vosotros moriréis de Viejos y nosotros por el Cambio Climático.

Oxígeno o hamburguesas. Podemos vivir sin una cosa, pero no sin la otra.

Nuestra generación importa.

Dadnos nuestro futuro.

Los dinosaurios creían que también tenían tiempo.

La justicia climática es justicia social.

 Las frases parecen resumir el diálogo que Greta ha mantenido en el Daily Show hace unos días, donde hablaba sobre la importancia de informarnos mejor, especialmente en Estados Unidos, donde debatimos si creemos o no en el cambio climático cuando en Europa es un hecho.

Estamos en el inicio de la sexta extinción masiva, decía Greta, porque cada día doscientas especies desaparecen y la probabilidad de que seamos capaces de mantener el aumento de temperatura del planeta en 1,5 grados centígrados es del 67%. “El 1 de enero de 2018 el límite de carbono de dióxido en la tierra era de 220 gigatoneladas y ahora estamos casi en las 360. Si continuamos así tendremos menos de 8,5 años para mantenernos a flote. Y esto es tan solo para tener un 67% de probabilidades para salir del paso”.

La locura del patio de colegio en Foley Square. Foto: Gema Álava

 

“La justicia climática es justicia social”. Foto: Gema Álava

 

Manifestantes en las calles. Foto: Gema Álava

 

2PM.  Estamos en huelga. ¿Estaréis vosotros en huelga?

 “No somos simplemente un montón de gente joven que se escapa del colegio, ni adultos que no han ido a trabajar. Somos una ola de cambio. Juntos y unidos somos imparables. Nos elevaremos al nivel del reto. Haremos responsables a aquellos que son responsables por esta crisis. Haremos a nuestros líderes actuar. Podemos hacerlo y lo haremos. Si perteneces a ese pequeño grupo que se siente intimidado por nosotros, tengo muy malas noticias para ti, porque esto es tan solo el comienzo”. –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre

La pancarta principal en forma de banda que encabeza la manifestación, “Fridays for Future” (Los viernes para el futuro), la sujetan más de quince estudiantes. Dice: “Nosotros vamos a la huelga. ¿Iréis vosotros a la huelga?” (“We strike. Will you strike?”). Detrás siguen miles de personas protegidas por decenas de policías que hacen barreras a los lados de la calle, en uniforme y en bicicleta. Nos sonríen y nos ayudan a tirar buenas fotos. Creo que se sienten útiles.

La idea de que los adolescentes puedan generar cambios en el mundo de los adultos es otro concepto revolucionario. En la Primera Guerra Mundial, más de 250.000 soldados menores de 18 años sirvieron en la armada británica. El soldado más joven, Sidney Lewis, se alistó con 12 años, con una mentira, para luchar en la batalla de Somme de 1916. En 2019, los adolescentes no tienen que mentir para acceder al campo de batalla que plantea el cambio climático.

Con razón dirá Greta en Naciones Unidas: “Todo esto está mal. Yo no debería estar aquí. Debería estar en el colegio al otro lado del océano”. Con razón también muchos adultos temen el poder de proyección y de motivación liderado por una adolescente que no tiene por qué disculparse demasiado cuando muestra gestos efusivos de enfado o frustración, pues esa es la definición del comportamiento estereotípico del adolescente (incluida la decisión de enrolarse en la armada y caminar hacia una batalla). Los individuos que atacan a Greta por su comportamiento son como aquellos que apedrean a un peral porque da peras y a un manzano porque da manzanas.

Como un milagro, en mitad del tumulto me encuentro con Noé que mantiene su sonrisa y su pancarta mientras graba con una cámara sujeta a la muñeca el paso de la manifestación. “¡Hola, Noah!” le digo. Me reconoce y me hace ilusión.

Pancarta principal. Foto: Gema Álava

 

Barrera de policías en bicicleta. Foto: Gema Álava

 

Indígena norte-americano orgulloso de marchar en la manifestación. Foto: Gema Álava

 

Estudiante con pancarta en mano. Foto: Gema Álava

 

Policia abriendo paso a la manifestación en la Avenida Broadway. Foto: Gema Álava

 

Policia protegiendo a los manifestantes. Foto: Gema Álava

 

Noé con su pancarta y camara sujeta a la muñeca. Foto: Gema Álava

 

“Estamos con Greta”. Foto: Gema Álava

 

4PM. La sabana de Battery Park y su césped pisado

“El cambio viene, les guste o no”. –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre

Han montado un escenario al final de la pradera de Battery Park. Estoy casi en primera fila. Jerónimo, de dieciséis años, salta a mi derecha y me dice que ha venido a la manifestación por la experiencia. Huele a marihuana y la música está tan alta que siento que el corazón se me va a escapar por la boca. Pero Jerónimo parece despreocupado, hace oscilar su cabeza de un lado a otro y su melenita rubia danza al viento. Levanto el brazo con mi teléfono y le tiro una foto. No parece muy preocupado por el cambio climático. Decido saltar al ritmo de los teenagers que tengo alrededor. Si me muevo con ellos parece que me mareo menos.

Alguien a quien también le hubiera venido bien saltar al lado de Jerome es a Andrew Bolt, presentador de un programa de la cadena de televisión Sky News, quien dirá en un par de días que Greta es una “abusadora de niños” por suscitar en la juventud angustia existencial.

Me dedico durante un tiempo a observar las expresiones de los estudiantes que me rodean. Es fácil olvidar que los adolescentes son capaces de sentir angustia, felicidad y frustración en un espacio de tiempo inferior a un minuto, especialmente cuando el día es soleado, la música es buena y los amplificadores potentes. Pienso que los adolescentes son tiernos y tienen muy claro lo que quieren.

¿Por qué en lugar de escuchar las interpretaciones de lo que un locutor nos cuenta por la tele no nos lanzamos a la calle y somos testigos de lo está pasado? ¿Por qué no preguntamos directamente a los adolescentes qué es lo que piensan? ¿Por qué analizar el comportamiento de una chica de 16 años en lugar de centrarnos en las repercusiones de lo que el resto de adolescentes y adultos proyectan en ella?

Por el motivo que sea, a veces una persona concreta nos ayuda a proyectar lo que llevamos dentro, aunque muchas otras personas se hayan dedicado a la misma causa con el mismo afán y esfuerzo. En esta ocasión, quien ha prendido la chispa ha sido Greta. Observemos bien las proyecciones de los adultos en los adolescentes, porque aquí pueden hallarse soluciones al problema.

El espectáculo comienza con una presentación de Powerpoint. La pantalla del escenario muestra un grupo de científicos desde una tundra nevada de la Antártida, a miles de kilómetros de distancia, que ha compartido una foto en Twitter en apoyo a la huelga climática. Me conmueve Xiuhtezcatl Martinez, una activista indígena de 19 años que, conjuntamente con el grupo Suing the Trump Administration ha presentado una demanda contra el gobierno de Donald Trump por la emergencia del cambio climático, porque “su neglicencia acerca del tema viola los derechos constitucionales”.

Familias en Battery Park antes de que llegue la manifestación. Foto: Gema Álava

 

Battery Park ocupado por la manifestación. Foto: Gema Álava

 

Jerónimo saltando con su melenita al viento. Foto: Gema Álava

 

Adolescentes con las palmas en alto. Foto: Gema Álava

 

Montaña rusa de emociones en una manifestante adolescente. Foto: Gema Álava

5PM. Greta habla

“Este lunes, los líderes mundiales van a reunirse aquí, en Nueva York. Los ojos del mundo estarán observando. Tienen una oportunidad para demostrar que ellos también están unidos por la ciencia. Tienen una oportunidad de probar que nos escuchan. ¿Creéis que nos escuchan? Haremos que nos escuchen”. –Greta Thunberg, Nueva York, 20 de septiembre

Las frases que lee Greta son elocuentes y se parecen a las que había improvisado días antes en el programa de televisión The Daily Show. Son directas, llenas de contenido y sentido común. Si se contrastan con las frases incoherentes del presidente Trump, Greta da seguridad. Me pregunto si el efecto Greta hubiera sido distinto en época de Obama.  

El tono de voz de Greta es neutro. No debe ser difícil sentirse arropada cuando tantas personas apoyan tu visión. Me pregunto qué debe pasar por la cabeza de Greta en estos momentos y si el hecho de que tiene Asperger, un espectro del autismo que afecta la interacción social y la comunicación verbal y no verbal, le ayuda o le pone trabas a la hora de enfrentarse a miles de personas. Ella misma ha dicho en uno de sus tuits: “Tengo Asperger y eso significa que a veces soy un poco diferente de la norma. Y, en ciertas circunstancias, ser diferente es un superpoder”.

El superpoder de Greta es que ha sido capaz de crear un movimiento que parece tener fuerza suficiente como para convertirse en algo más. Después de su discurso en Battery Park, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, dirá a todos los reunidos en la Asamblea General del lunes 23 de septiembre: “Yo ya no estaré aquí, pero sí lo estarán mis nietas, y vuestros nietos también. Me niego a ser cómplice de la destrucción del único hogar que tienen”.

Ojalá las esperanzas que proyectamos en la figura de Greta sirvan para aprobar leyes que eviten la extinción de nuestro planeta y aviven nuestra conciencia. Cuando hay una emergencia es difícil ignorar a los niños. Pensad en el Titanic.

Greta arropada en el escenario. Foto: Gema Álava

 

Greta lee su discurso. Foto: Gema Álava

 

Global Climate Strike September 20. There is no planet B. Foto: Gema Álava

 

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