Home Mientras tanto La sabiduría de los griegos u otro más que muerde el polvo

La sabiduría de los griegos u otro más que muerde el polvo

 

Quiso la Fatalidad que en días muy recientes, don Carlos García Gual se presentara ante el público en un conversatorio de antología con mi amigo Pablo Boullosa y el director de la monumental Biblioteca José Vasconcelos de la Ciudad de México, Daniel Goldin. Y me refiero en primera instancia a la Anánke, para decirlo cual se debe, porque durante años, antes de hacer las maletas y partir una vez más fuera del país, viví una época feliz en el alegre y emblemático barrio de Santa María La Ribera —asunto del cual he hablado antes aquí—, a unas cuantas calles de la Biblioteca que lleva por nombre a un utopista que quiso hacer de la educación en México una ultra-utopía (la cual, por supuesto, falló rotundamente).

 

 

Las astucias de la suerte, del azar, que como bien propone Epicuro lo mismo nos procuran placer que dolor, impidieron que yo asistiera a escuchar en persona al último sabio (aquí no se aceptan reclamos: recuerden que Cioran llamó a Borges el último caballero) en mi viejo barrio de Santa María La Ribera. Había llegado a la ciudad por cuestiones de trabajo y por cuestiones de trabajo debía volver, esa misma tarde, a la Ciudad del Motor, donde he vivido ya más de dos años.

 

La distancia y los caminos a recorrer siempre son cabrones, pero igualmente es una fortuna regresar, cuando se puede, al origen, al punto donde todo comienza (no a todos les es dado ese regalo: pensemos en los más de seis millones de mexicanos que viven en Estados Unidos una suerte de cerco migratorio y cuya condición de indocumentados les impide volver a su tierra, a abrazar a la madre ya anciana, a beber una cerveza con los tíos, a conocer a los sobrinos, a enterrar al padre…).

 

Digo una obviedad y cito, en impecable versión de Carlos García Gual, la cifra de esos andares aventureros; me refiero a los primeros versos de La Odisea:

 

Háblame, Musa, del hombre de múltiples tretas que por muy largo tiempo anduvo errante, tras haber arrasado la sagrada ciudadela de Troya, y vio las ciudades y conoció el modo de pensar de numerosas gentes. Muchas penas padeció en alta mar él en su ánimo, defendiendo la vida y el regreso de sus compañeros. Mas ni aun así los salvó por más que lo ansiaba. Por sus locuras, en efecto, las de ellos, perecieron, ¡insensatos!, que devoraron las vacas de Helios Hiperión. De esto, parte al menos, diosa hija de Zeus, cuéntanos ahora a nosotros.

 

Así que mientras yo volaba por los aires embutido como en una lata de sardinas, Carlos García Gual, un agilísimo conversador inglés a la manera del Doctor Johnson pero nacido en Palma de Mallorca, entretenía a su público aguijoneado por las doctas y oportunas preguntas de Pablo y Daniel. Qué puta envidia. Menos mal que al aterrizar, mi amigo Pablo ya me había mandado el vínculo que reproduce, enterita, la larga y amena conversación, con la ciudad de los libros como telón de fondo. Aquí se los dejo, más de una hora y 26 minutos de charla sabrosa, culta, inteligentísima en la cual queda probado que en la próxima edición de Los Siete Sabios, alguien va a tener que incluir a García Gual nada menos que como el Octavo de los célebres sesudos:

 

https://www.youtube.com/watch?v=Nmv7YTb9Hd0&t=4101s

 

No se la pierdan; ahí se habla de temas no sólo fundamentales, sino vitales —en el sentido de pasar por esta vida sin perderse en la oscura noche, o bien penetrar en ella y salir airoso del trance. Se habla de la curiosidad de los griegos, inventores de la filosofía; de los géneros literarios; de la verdad, la alétheia en el sentido griego de des-ocultar, de ir más allá del olvido; de las conexiones de Grecia con Oriente, tema caro a otro gran filólogo, el alemán afincado hasta su muerte en la universidad de Múnich, Walter Burkert; de la actualidad de los mitos griegos y qué digo, de la formidable aventura de leer a los griegos para, dice proverbialmente García Gual, salirse de la cárcel del presente.

 

Desde mi personal reino del Hades, me da gusto que haya sido mi amigo Pablo, él mismo una caja de erudición, mejor aún, de erudición práctica y accesible, quien haya acompañado con Daniel Goldin a Carlos García Gual en una conversación que, véanlo en youtube, termina por ser ella misma una suerte de viaje, de largo y sinuoso recorrido, sembrado de digresiones, de idas y venidas entre autores, citas y deliciosas anécdotas, como suelen ser las buenas conversaciones: una odisea.

 

Para bien y mal, en México nos quedamos con la idea que el gran intérprete hispanoamericano del mundo griego fue el diplomático y ensayista Alfonso Reyes. No nos quedemos cortos. Prolonguemos en este asunto al propio Ulises y conozcamos el modo de pensar de esas numerosas gentes de las que habla al inicio de su periplo. No exagero cuando digo que hoy mismo Carlos García Gual es el principal exégeta del mundo griego, de sus mitos, de sus obras, pensadores y autores.

 

Está bien Reyes, pero a mí, en mi propia odisea, me ha acompañado mejor, y con ello quiero decir más cercano a mi persona, García Gual, lo mismo en sus libros (para un tipo condenado a la errancia como yo, su Mitos, viajes, héroes, resulta de cabecera) que en sus prólogos y traducciones, por poner un sólo ejemplo a las entretenidas y chismorrientas Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, de Diógenes Laercio.

 

Para fortuna mía, Turner en su colección Noema, ha venido publicando ensayos magistrales de Carlos García Gual, con un impecable cuidado editorial que prolonga el placer de leer Sirenas. Seducciones y metamorfosis y llevarse múltiples sorpresas —por ejemplo enterarse de aquellas que, en lugar de cola de pez, ¡tienen patas de pájaro!, así como La muerte de los héroes, un tema que no ha dejado de ocupar la ciencia y paciencia del filólogo y estupendo ensayista (otra vez, aunque se encabriten y me recuerden lo que dijo san Borges: como escritor, García Gual, que sí sabe griego, no le debe nada a Alfonso Reyes).

 

Epicuro, de nuevo, nos enseña que “ningún insensato se contenta con lo que tiene, sino que además se atormenta por lo que no tiene.” Ello para decir que, para tan no buena fortuna mía, mientras trabajaba en sábado, sí, en sábado, recibí un tuit que muestra a don Carlos García Gual siendo agasajado por sus anfitriones de Turner en una comilona en la que, caracho, yo habría cruzado de ida y vuelta el Hades con tal de lograr un asiento ahí, pues estaban, entre los presentes otros sabios, mi amigo, profesor de Historia en El Colegio de México y miembro de El Colegio Nacional, Javier Garciadiego y el embajador en retiro, Juan José Bremer, a quien le tocó el privilegio o el asombro, a saber, de ver caer el muro de Berlín back in 1989 y desde luego su editor en Turner, Santiago Fernández de Caleya.

 

 

Pero lo más importante de todo en lo que a mí respecta: espero que don Carlos siga acompañando mi trasiego por el mundo con más libros, más traducciones, más prólogos, más divertida erudición.

 

Pues dicho en otras palabras, gracias a su empeñosa labor los antiguos griegos siguen aquí, sentados junto a mí, hablándome y susurrando sin pedir permiso sus consejos en los malos ratos y, afortunadamente, también en los buenos.

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