Nos creemos siempre mejores de lo que somos. Y no es que nos tengamos en alta estima, sino que solemos errar por lo alto (aunque ello también produce caídas en sentido contrario: y nos consideramos lo peor). Pero no es menos cierto, sin embargo, que nuestro valor personal es moldeable y coyuntural. Hay personas que nos hacen mejores y personas que nos hacen peores. De ahí que somos lo que somos (no cómo somos), sí, pero en relación con los otros.
Todos está adentro de nosotros, solo que depende de si sale o se esconde. Y ahí tienen mucho que decir los otros. Por eso hay que querer a los demás, para que ellos también quieran lo mejor de nosotros, y le permitan salir.
En general solemos mantenernos en una línea más o menos estable, monocorde, pero a veces esto oscila. Y no siempre siquiera hay causas para ello (o no, al menos, causas objetivables). Hay un cierto instinto primitivo que nos desliza de arriba hacia abajo. Y es aquí cuando nuestra percepción de nosotros mismos se desintoniza con la de los demás. Y se producen los errores de juicio, tanto para bien como para mal. (Nos) creemos, sin tener ninguna razón para ello, lo mejor o lo peor. Es cierto que son afectos (y efectos) pasajeros y que no enturbian -generalmente- esa línea más o menos estable en la que solemos movernos. Porque la balanza de lo que somos no se modifica sino que se falsea.
Creo que generalmente es la incertidumbre la que provoca estos altibajos, una cierta falta de confianza en el futuro. Se trata de una sospecha sobre las apariciones normativas.
En los últimos tiempos (en particular después del verano) lo noto especialmente en mí, pero también en las personas de mi entorno. Ese desajuste que no acaba ni de ser especialmente grave ni tortuoso, pero sí algo mezquino en su imprevisión (en su falibilidad, pues).
El investigador Axel Arturo Barceló Aspeitia, en su libro Falibilidad y normatividad (Cátedra, 2019) lo expresa en otros términos, al decir que “es posible hacer todo lo que esta en nuestras manos para actuar de manera cuidadosa y responsable, y aún así es posible que nuestros actos tengan consecuencias negativas”. En definitiva, que no siempre se cumplen nuestras previsiones, tanto por arriba como por abajo. Y eso es, al fin, la sal de la vida.