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La Selección Amarilla

Una profesora de primaria se dirige al aula: «Los niños que quieran jugar al fútbol que levanten la mano». Una niña la levanta, pero la profesora le contesta: «Me refiero a los chicos».

 

Unos días después,  la misma profesora comunica a la misma clase: «Los niños que hayan terminado la tarea que salgan al patio». Entonces nuestra pequeña futbolista frustrada, terminados sus deberes, permanecerá sentada en su sitio.  La profesora no tardará en aclararle, como si fuera un poco corta, que esta vez se refería a niños y niñas.

 

Lección aprendida. Cuando veinte años después lleve más de un mes escuchando horas y horas de comentarios de todo tipo sobre «La Selección Española», no le cabrá ninguna duda de que se trata de su selección,  y se sentirá representada por ella.

 

Cada día me sorprende más la tolerancia de las mujeres a que no las nombren, a no aparecer más allá de lo anecdótico en las fotos de la historia, a sólo ser comparsas del protagonismo masculino, a acoplarse sin rechistar a las estructuras mentales y reales (ambas se alimentan recíprocamente) legitimadas por y para los varones.

 

Con otras categorías mentales que hemos adquirido para conformar nuestra identidad lo tenemos mucho más claro. Imaginemos que España se divide en dos provincias similares en tamaño y número de habitantes, la roja y la amarilla. Imaginemos que formamos una selección eligiendo sólo personas de la provincia roja. ¿Sería posible que la población amarilla, sin un sólo representante, se implicara emocional y materialmente con esa selección? ¿De verdad la sentirían como propia?

 

¿Podemos las mujeres imaginar un monopolio mediático, un despilfarro económico, una movilización social, una saturación publicitaria, una apropiación de espacios y  recursos públicos, una permisividad a la  irracionalidad colectiva y una veneración a la competitividad vacía,  promovida y protagonizada sólo por mujeres?

 

No podemos, pero tampoco deberíamos querer hacerlo. No se trata de sustituir un despropósito por otro.

 

Lo que sí podemos es realizar una resistencia férrea a tanto avasallamiento  masculino. Dejemos de hacerles el juego a los hombres mientras no nos dejen jugar. Y no nos van a dejar. Ya nos lo avisaron de una u otra forma cuando teníamos cinco o seis años.

 

Chicas, la selección española, La roja, se refiere sólo a los chicos, no a nosotras.

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