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La silla que quiero

 

 

 

Es una silla de despacho de piel marrón oscura. Gastada por el uso y el asiento un poco descolorido. Una de las patas cojea, pero poco. Imperceptiblemente. Aún y todo, es una silla bonita. O lo fue.

 

¿Cómo le dirías a esta silla que te gusta? –me pregunta.

¿Cómo? ¿A la silla? –respondo sorprendida.

¿Qué harías si tuvieras que convencer a la silla para que se quedara contigo en el supuesto de que todos los demás también quisiéramos esa misma silla?

Le diría que es bonita, elegante. Que la cuidaría como a nada en el mundo.

Así me gusta, Laura, que te pongas romántica. ¿Qué más le dirías? Tú que escribes tienes que tener mucha imaginación para estas cosas.

Pues ya puestos le diría que la pata coja no tiene importancia. Que si insiste, podemos arreglarla –y me rio–. Pero yo le diría que la quiero tal y como es.

 

La mujer que tengo delante, una psicóloga a la que conozco desde hace mucho tiempo, lo apunta todo en la libreta.

 

¿Qué es lo que nunca harías si ella dudara y quisieras retenerla?

–No lo sé… ¿Decirle que hay sillas mucho más bonitas, que además puedo comprar una nueva y estrenarla? ¿Recordarle que está coja?

 

Lo anota. Le pregunto, por fin, en qué consite todo este asunto de la silla.

 

Solo es un ejemplo. Fíjate, Laura. Hay muchas maneras de hacer que la silla se quede contigo. La primera es la que ya has mencionado y quizás es en la que pensaríamos todos a priori –hace una pausa–. Después, claro está…la vida es más compleja. Puedes estar enfadada con la silla. Puedes saber que la silla es débil e indecisa…

No te sigo.

También podrías decirle a la silla que, como está coja, si no se queda contigo, probablemente termine quedándose sola porque nadie más la querrá.

 

Entonces sí: la sigo. Comprendo y, por primera vez, observo a la silla, paciente y vacía frente al escritorio, como si se tratara de un objeto con vida propia.

 

*     *     *

 

Este verano leí un par de libros que trataban sobre este mismo tema, aunque no aplicado a las sillas, claro, sino a las personas. Las lecturas fueron El buen soldado, de Ford Madox Ford y Oscuridad total, de Renata Adler, que no tienen nada que ver en cuanto a historia que narran, pero comparten un elemento común, la manipulación. En el primer caso, El buen soldado, la manipulación es aparente y un juego divertido para el lector. En el segundo, no lo es tanto. Ni divertido ni aparente. Se parece más a ese tipo de manipulación que consiste en recordarle a una silla que está coja y que nadie más la querrá.

 

Llevo días dándole vueltas a todo este asunto de la silla. Es una lástima que, en ocasiones, demos rodeos tan extrañamente equivocados para decir cosas tan simples como «ésta es la silla que quiero».

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