Escribe Svetlana Alexiévich en Voces de Chernóbil:
«En la tierra de Chernóbil uno siente lástima del hombre. Pero más pena dan los animales. (…) Después de que la población abandonara el lugar, en las aldeas entraban unidades de soldados o de cazadores que mataban a tiros a los animales. Y los perros acudían al reclamo de las voces humanas…, también los gatos. Y los caballos no podían entender nada. Cuando ni ellos, ni las fieras ni las aves eran culpables de nada, y morían en silencio, que es algo aún más pavoroso».
Veo en un periódico la foto de un caballo acostado sobre un suelo de hierba rala. Tiene un ojo y la boca abiertos, pero ya no está en este mundo. Dice el pie que Sorky fue golpeado repetidas veces en la cabeza con un palo, y que quien lo apaleó hasta la muerte tras un mal resultado en una competición ha ingresado en prisión.
Me acuerdo del caballo de Turín. Pero también del libro de Olvido García Valdés, Lo solo del animal, y de lo que me dijo el año pasado, a la sombra de los árboles del Jardín Botánico de Madrid: «de los animales podríamos aprender mucho más», y que «están muy solos«, y que «cuando crecen, son solísimos los bichos. En realidad solo se encuentran con el otro para aparearse. Hay una cosa ahí tremenda, de soledad».
Escribe Svetlana Alexiévich, la primera periodista que ha recibido el premio Nobel de Literatura por su trabajo de cronista: «Hubo un tiempo en que los indios de México e incluso los hombres de la Rusia precristiana pedían perdón a los animales y a las aves que debían sacrificar para alimentarse. Y en el Antiguo Egipto, el animal tenía derecho a quejarse del hombre. En uno de los papiros conservados en una pirámide se puede leer: ‘No se ha encontrado queja alguna del toro contra N’. Antes de partir hacia el reino de los muertos, los egipcios leían una oración que decía: ‘No he ofendido a animal alguno. Y no lo he privado ni de grano ni de hierba'».
Cuando nos miran los animales no sabes qué pensar porque no sabemos qué piensan de nosotros. Pero entristece la saña que en esta tierra tan áspera hemos empleado tan a menudo contra los árboles y los animales.