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Mientras tantoLa soledad del cuervo

La soledad del cuervo

 

Como ya hemos visto, oh Iniciadas e Iniciados en el crimen, el poeta romántico es el primo-hermano del detective privado, y comparten las mismas tendencias asociales, la misma gana de ir a su aire y el mismo deseo de explorar las cumbres de la verdad, aunque sea pasando primero por los más sórdidos subsuelos.

 

Y si nos preguntaran en qué relato se produce esta transferencia (de lo romántico a lo que habría de ser el género negro) responderíamos que… en ninguno; el germen del futuro detective privado con genes góticos no se halla en ningún relato, sino en el famoso  poema El cuervo, de (who else?) don E. A. Poe.

 

En el onirismo romántico de El cuervo el sonámbulo narrador, que sueña “sueños que ningún mortal se haya atrevido a soñar jamás”, el motivo de los golpes misteriosos en la puerta no tiene la función de crear en el lector un terror escandaloso, como sucede por ejemplo en el impresionante final del relato La pata de mono, de W.W. Jacobs (aquí la puerta se aporrea con estrépito), o un terror solemne y filosófico, como los tres cadenciosos aldabonazos en la puerta de Macbeth, sobre los que tan brillantemente reflexionó Thomas de Quincey (al que veneramos, y al que visitaremos en otro post); en el poema de Poe la función de estos golpes es la de movilizar al aniquilado personaje-narrador para que éste actúe de maestro de ceremonias, de brujo, de médium, entre el mundo real y la oscuridad ultramundana que se encarna en el cuervo.

 

 

El protodetective y su primer cliente: un cuervo

 

 

Si entre la pared y la tela del cuadro debe aparecer el marco como espacio mágico que media entre la realidad y la fantasía (la pared y lo que se represente en la tela), obviedad que de manera tan sugestiva explicara Ortega y Gasset, entre el mundo de las tinieblas, de la “noche plutónica” (asociada a lo frío, a lo oscuro) y el mundo real de los mortales (asociado al calor; “brasas moribundas”, “toda mi alma abrasándose”), en el El cuervo debe existir (como existe en las religiones el chamán o el sacerdote) un intermediario habilitado para ello, un ser singular capaz de alcanzar el trance que lo sitúe en la frontera en la que se tocan dos dimensiones que se excluyen pero que también se conectan por un misterioso “iter secretum”, por ocultas claves que se activan cuando existe el mediador capaz de hacerlo.

 

En literatura, el convocador de mundos arcanos es por excelencia el poeta (no el novelista, que no crea mundos, sino que los recrea); en nuestro poema, el mediador es el narrador, un ser torturado por la muerte de Leonora, mujer de la que sabemos poco, como poco sabemos de las circunstancias en las que le fue arrebatada al poeta por la eufemística “llamada de los ángeles”. En los veinte primeros versos del poema está ya integrado el ambiente romántico más clásico: personaje aislado del mundo (y por ello mismo cercano al otro mundo, cósmico y mágico), marginal, “débil y cansado, en tristes reflexiones embebido”, y frecuentador de artes secretas, como sugiere la presencia del “viejo y raro libro de ciencia olvidada” donde inclina su cabeza.

 

Así pues, en el poema, el poeta, narrador, brujo y paria social recibe la visita del cuervo porque es un ser disponible, capacitado intelectual y emocionalmente, ya que tiene el fantástico poder de “escrutar hondo en la hondura”: como hace el poeta, como hace el visionario y, también, como hace el no menos marginal y solitario detective de las buenas novelas del género.

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