La literatura i les vides són plenes de paradisos perduts
Llucia Ramis
1.
Una vez tuve un blog.
Bueno, miento, tuve varios. Pero el último, el que duró más tiempo, aquel al que me dediqué con mayor ahínco y entrega fue La soledad del deseo.
Lo cerré en 2012.
Al poco de nacer mi hija.
Era una especie de diario, tanto de la vida cotidiana, como de la vida de las lecturas, la escritura, el arte.
He estado (re)leyéndolo estos días, con una mezcla de curiosidad, pánico y miedo, lo que finalmente, me llevó a una dolorosa sensación de zozobra.
Ha sido una experiencia rara. Y la verdad que, en un determinado punto, lo he tenido que dejar. Documenta un período de mi vida que fue para mí bastante feliz, pero que, visto con la distancia, deja visibles todas sus grietas, sus claroscuros, sus fallas y sus terremotos.
Me asombra mi ingenuidad, mi determinación. Me asombra no haber sido capaz de entender, en aquel momento, todo lo que sucedía a mi alrededor. Todo lo que amenazaba esa sensación mía –irreal, ahora lo sé- de felicidad absoluta. Aunque supongo que siempre es así, que a la claridad le conviene el tiempo, la distancia.
Que la felicidad no es más que una ilusión de verdad; o de mentira, si no es lo mismo.
2.
La locura no se produce por la pérdida, sino por la desposesión. No se trata de la pérdida de una cierta materialidad (sea el de un cuerpo, la casa, unos objetos), sino de haber sido desposeídos de la perspectiva de alguien/algo que deja de escuchar(se). Se trata de ese momento en el que se desvanece la potencialidad de la voz, el derecho a hablar, cuando se manifiesta esta desposesión que puede conducir a la locura.
Así se desprende de Les possesions (Anagrama, 2018), la última novela de Llucia Ramis. Lo que aquí se pierde es el trabajo, la atención mediática, el hogar de la infancia, una empresa, la vida, la libertad, el amor, la pareja…
La novela zigzaguea entre el presente y el pasado, entre Barcelona y Mallorca, en un intento por hallar un centro, un anclaje, con la angustia de la pérdida de los referentes (un maestro/tutor, la casa familiar, la propia familia). Hay una frase en la novela que resume muy bien este sentimiento: “També som el que vàrem perdre. O potser som sobretot aixó”.
La estructura narrativa de Les Possessions está dividida en tres partes y una coda.
3.
Les Possessions es una novela que, en sus páginas, prospecciona las alargadas sombras de los fantasmas. Es una novela realista (tanto en su forma como en su aceptación de la realidad de las cosas) que pivota entre lo elegíaco, lo cotidiano y la crónica de (auto)ficción.
Se relaciona de alguna manera con otra novela reciente: Qué vas a hacer con el resto de tu vida (Alfaguara, 2017), de Laura Ferrero. Ambas comparten paisajes (una isla y Barcelona: Ibiza en el caso de Ferrero, Mallorca en el caso de Ramis), y ambas hurgan en el pasado de la infancia como forma de entender el presente. Sin embargo, donde Ferrero disputa con el pasado, en un intento por encontrar las causas del presente (esto es, se distancia afectivamente de él), Ramis le reclama a esa infancia diluida en el futuro su derecho a que sea presente, aunque lo sea exclusivamente de una manera verbal, imaginativa e incluso textual. Ferrero se querella con el pasado, que se nos presenta como un enigma, en tanto que Ramis acepta que ya el pasado no puede ser, e incluso cuando lo investiga, lo hace a sabiendas de que no encontrará respuestas. Es más un trámite que hace de cesura para que el presente resulte posible. Una manera de cerrarlo, vaya.
Dicho en otros términos, mientras Ferrero busca conocer el pasado entre las brumas de lo no dicho o lo dicho a medias, Ramis se obliga a (re)conocerlo de entre lo olvidado o perdido. Ferrero huye para descubrir y perdonar y Ramis vuelve para (re)cargarlo.
4.
Asimismo, Les Possesions es una reflexión sobre la escritura, tanto la periodística como la de ficción o literaria. Sobre la voz narrativa que guía ambas esferas, la veracidad y la verdad, el anhelo de comprender con ellas la auténtica dimensión del mundo, la obsesión por desembrollar las intrigas de la existencia. Es una novela sobre la necesidad de saber y sobre la aceptación de que no todo se puede (o acaso no se debe) saber.
Es una novela tremendamente compasiva, tierna, con algunos brotes –no muchos- de melancolía y piedad. Tanto hacia los demás como hacia sí misma. La narradora, de hecho (un trasunto de la autora), no tiene reparos en cargar las tintas contra sí misma, aceptando sus defectos y errores, particularmente aquellos que tienen que ver con el juicio y la mirada. Se cuestiona, así, y toda la novela podría entenderse con ese solo motto, de qué modo el pasado configura más que nuestro presente nuestro futuro. Esa herencia no solo de los lugares que hemos habitado (que nos legan sus fantasmas), sino también la de las personas de nuestra sangre (que nos legan sus demonios); qué hacer con esa herencia. Eso se pregunta Les possessions.
5.
Esta historia va de entender de una vez lo que uno, en realidad, siempre ha sabido. Es así, una bofetada de realidad en la cara. Es aceptar, en suma, la triste obviedad de que crecer significa no tener un lugar al que volver. De que se desea en soledad y de que el amor justamente correspondido (en la medida que uno exige a los demás y que es diferente para cada quien) es siempre imposible y una idealización.
Además de estos temas centrales, Les Possesions habla también de la relación con el padre, de cómo esto será –particularmente en el caso de las chicas- la medida de todas las cosas; pero, igualmente, del comienzo de la era del pelotazo, el dinero negro, la especulación y los chanchullos. Son estos temas, no obstante, el paisaje de fondo de una emotiva historia de crecimiento, ligeramente nostálgica, cuya conclusión es que la memoria es muy frágil y conviene no andar trasegándola demasiado. El pasado entendido también como la superficialidad de nuestra piel, cuya intensidad (al frotarse contra el mundo) debe ser regenerada en momentos precisos y cruciales de nuestra existencia; igual que hacen las serpientes, que mudan su piel.
6.
Hablábamos antes de la locura, de la desposesión. Pero habría que matizarlo, como igualmente hace Les Possessions según van avanzando las páginas. Y es que ese delirio acaba siendo un algo transitorio, más cercano a la depresión que a la demencia. Se entiende ese vacío como una dolencia que se recompone, que, tras un cierto periodo de tiempo (no excesivamente largo), se cura, es curable. Entendiendo esa desposesión más como un rasgo de la personalidad que provoca la re-acomodación del resto de características de nuestro carácter y no como algo ajeno a nosotros y que tiene que ver solo con la materialidad de nuestras cosas. En sus dos vertientes, o dicho de otro modo, una desposesión que puede provocar dos reacciones: o bien las de un ataque a la vanidad y que se traviste a vergüenza o bien la consecuencia de una determinada acción cuya franca aceptación conduce al orgullo (en tanto que sentimiento de bondad de cumplir con las responsabilidades adquiridas, así no nos gusten).
Por poner los dos ejemplos centrales del libro: el abuelo de la protagonista que, por hacer frente a sus obligaciones vende la casa de veraneo de la familia, en tanto que su socio, enfrentando al mismo dilema, decide suicidarse.
Que es como una forma de decir, y siento si esto suena un pelín decimonónico, que la virtud siempre tiene recompensa.
De eso va también Les Possessions, de cómo el perdón es virtud, de cómo lo perdido está adecuadamente perdido, debido a una causa justa -y necesaria-.