El narco es muy socorrido. Hasta que se sale de madre. Por ejemplo, según la mayoría de medios de comunicación, presidentes de Gobierno y analistas de tertulia radiofónica, lo de México es puritito narco. Nada más. «¡Qué triste lo de México un país tan bonito y con tanto futuro y el narco lo está destrozando!», diran los bienintencionados. La realidad casi nunca es tan simple: ni los malos son tan malos, ni la violencia es unilateral.
Pero, el narco es la guinda de un pastel que se lleva cocinando desde hace décadas. La violencia institucional con la que el Estado ha agasajado a sus ciudadanos en las demodictaduras del PRI y en las narcodictaduras del PAN tiene una lógica de explotación radical, de lograr el máximo beneficio. La firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos no sólo hizo despertar a los Zapatistas en las selvas de Chiapas, sino que radicalizó el estado de las cosas: la violación sistemática de los derechos lanorales, humanos al fin, de millones de mexicanas y mexicanos.
Me cuenta Blanca Velázquez, la más que amenazada directora del centro de Apoyo al Trabajador (CAT) de Puebla, cómo se abusa de las personas en uno de los estados más industrializados de México sólo para que en Estados Unidos o en Europa se disfrute de un carro moderno montado a cachos en el Sur. Maquilas de autopartes, maquilas de ropa, maquilas subterráneas o maquilas domiciliares… El relato de Blanca es estremecedor y confirma la existencia de un Estado violento, de un Gobierno de Felipe Calderón que viola los derechos humanos cada día. México: la maquila que escupía a sus connacionales hacia el norte y que, ahora, con la presión de las autoridades gringas y con la promesa del dinero fácil, los escupe al narco, a ser carne de cañón de aquellos que no han inventado la violencia sino que han aprovechado un panorama de desierto institucional y de práctica especulativa.
Es difícil que la solución narco prospere en países que dan oportunidades a sus ciudadanos. Nadie quiere jugarse el cuello. Pero cuando tu cuello no vale nada y trabajar de manera «formal» es equivalente a ser esclavo informal, la solución narco no suena tan mal.
La violencia ‘espectacular’ y el control social narco que estamos viviendo en México, en Guatemala, en Honduras o en El Salvador (de Colombia nunca se fueron) es el síntoma, no la enfermedad. La solución narco llega cuando el terreno está abonado y, aquí, la mierda en la que se incuba el narcotráfico ha sido regada por las élites tradicionales, los políticos y los inversores extranjeros que apostaron a Estados fallidos porque son ríos revueltos perfectos para ganar mucha grana.