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Frontera DigitalLa sonrisa de Isabel

La sonrisa de Isabel


Como dispongo de tiempo libre, aunque a veces no sé bien cómo llenarlo lo cual me agobia, me conecté con la web de La Moncloa para seguir en directo la primera conferencia de prensa de la nueva portavoz del gobierno. ¿O hay que decir portavoza o vocera al uso latinoamericano? Uno no sabe ya cómo dirigirse a los demás en esta sociedad inclusiva y asexuada que estamos construyendo. No me sonaba su rostro y desconocía su perfil biográfico, aunque por lo que capté no es una advenediza en el mundo de la política pese a que tiene apenas 40 años y muestra soltura con los medios pues anteriormente ocupó esa función en la Junta de Castilla-La Mancha.

Seguramente todo lo que voy a escribir suene a machista viejuno. Me es igual dado que yo ya dejé de salir a la calle en busca del reconocimiento laboral y social, tras refugiarme primero en el campo en plan lobo estepario y más tarde reconvertirme en urbanita solitario en una ciudad a la que defino mi ciudad accidental, pero que disfruto a diario por tenerla como mi mejor compañía junto al mar en primera visión.

Isabel Rodríguez, que así se llama la portavoz, me fascinó no precisamente por lo que trató de afirmar ante la manada de buitres de la prensa. En eso, en lo del contenido, recurrió con dudoso éxito a la comprensión de sus interlocutores por ser su primer día de clase, salvando las preguntas con respuestas más gallegas que manchegas, y sobre todo esbozando una sonrisa que a mí como soy un sentimental me cautivó. Llegó un momento que incluso me irritaba cuando los informadores preguntaban y repreguntaban, con razón, naturalmente, sobre Cuba o Cataluña. Ella aguantaba el envite con una sonrisa bastante natural y muy lejos de ser impostada. Pobre mujer, pensé, qué mal rato le están haciendo pasar estos malditos gacetilleros.

Rodríguez no parece nada tonta. Al contrario. Tiene temple. Habla bien, articula mucho mejor que su antecesora y a lo mejor, con suerte, con muchísima suerte, logra el reconocimiento que obtuvieron en esa función personas como Pérez Rubalcaba, a la que ella misma definió como su maestro, o Piqué. Sin embargo, es una labor la suya titánica y poco gratificante. Los portavoces en España son como los entrenadores de Florentino. A los dos años los despide, porque no logran los éxitos que él exige.

A mí, a quien el seleccionador nacional ya no convoca ni presta interés, quizá me siga engatusando durante un tiempo con esa desarmante sonrisa, pero dudo mucho que a los chicos y chicas de la prensa los persuada con su atractivo. Quieren carnaza y sobre todo amor exclusivo. Son infatigables y cuando descubren las debilidades del enemigo se lanzan a la yugular. Claro está que el político de turno no se cruza de brazos y los castiga con el ninguneo. Hoy al despertarme he escuchado en la radio que ya hay quien critica a Rodríguez por abusar de la sonrisa. Válgame Dios, qué ganas de criticar. Yo prefiero que me saluden sonriéndome antes de que lo hagan con la adustez de esa ministra vasca que debutó en el primer gabinete de Sánchez, que parecía deleitarse escuchándose a sí misma, o la última, la andaluza que abusaba de las subordinadas y le daba más de una vez patadas al diccionario y convertía al líder de la oposición en el responsable de todos los males, incluidos los míos.

La nueva ministra portavoz trató en su primer encuentro de hacer la cuadratura del círculo con respecto a Cuba a fin de evitar la calificación del régimen y confesar a los periodistas que efectivamente es un despropósito que una parte del gobierno de coalición declare públicamente una cosa y la otra justamente la contraria. Creo que todo ello es de psiquiatra o simplemente que actualmente en España lo que se manifiesta públicamente no tiene mucho valor. Es casi papel mojado. Un ejercicio de cinismo. Un día un gobernante se levanta y sentencia en público que jamás hará eso y poco después afirma justamente lo contrario. Lo observamos a diario y no sólo cuando habla el Gobierno.

Me parece legítimo que la portavoz afirme ante la prensa que no puede interpretar las palabras de un ministro anterior, ni tampoco opinar sobre lo que sostiene el otro socio de gobierno o comentar las posturas que presenta el partido al que él o ella pertenece. Muy bien, señora Rodríguez, pero ese sapo se lo va a tener que tragar probablemente desde la próxima conferencia de prensa. Todos sus antecesores han incumplido esos principios. Porque si de algo abusan quienes representan cada semana al Gobierno es de convertir el púlpito en un lugar de crítica a la oposición. Eso abunda en este país y es una práctica que emplea tanto la derecha como la izquierda.

La función de portavoz es uno de los cargos más ingratos de la vida pública. Yo ejercí esa función en organismos internacionales, europeos y españoles durante un tiempo, afortunadamente no muy largo, y confieso haberlo pasado más de una vez bastante mal. Uno se siente bastante solo, no tiene la plena confianza de su superior ni tampoco la comprensión de la prensa. Pero se aprende mucho. Se aprende entre otras cosas a descubrir la necesidad casi enfermiza de reconocimiento que tiene el jefe, su en general mala opinión que le merecen los medios y su tentación y presión para que el subordinado los manipule. Pero lo más inquietante es que ese mensajero, se llame como se llame y tenga la ideología que tenga, descubre lo fácil que es en ocasiones manipular a quienes manifiestan con arrogancia independencia e intentan declararla frente al político o quien tenga poder. Toda una tentación. En ese combate no siempre gana el bando de los poderosos. Hay que saber ceder con el caramelo de la sonrisa o con un titular y un amplio espacio a lo que ha dicho quien nos sonríe. Tal vez sea una muestra más de lo que son las relaciones humanas.

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