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Una tierra que no pertenezca a nadie, terra nullius, solo a aquel que la recorre, que la hace suya, como hacemos nuestras las páginas de un libro en la lectura.Una tierra situada en el confín del océano, cercada por el hielo del mar de Ross. Un millón y medio de kilómetros en la Antártida de los que ningún país tiene medios de apropiarse. La tierra de Mary Byrd.
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Cuando la escritura delimita un espacio la frontera que traza es una gota de mercurio.
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Pienso en una inmensidad cubierta por el hielo, y en cuánto el hielo se parece a la ficción literaria. Los seres humanos dejan sus huellas al pasar, imprimen sus palabras. Pero, si intentamos apretarlo en la mano, el hielo desaparece. Si intentamos apretarla en un norma, la magia de la literatura se deshace.
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La sabiduría que adquiere el personaje de Percusión, la fascinante novela de José Balza, proviene de su movilidad, del modo en que reconoce su primera ciudad y sus volcanes, en cada nueva ciudad que incorpora a su experiencia. El espacio: el modo en que cada lugar percute en los otros.
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Un territorio libre entonces, donde no hay otra norma que la creación de la propia realidad: la dirección que establecen dos aventureros embozados, uno nacido en América y otro en Europa, que despiertan cada día con un universo propio en la cabeza y caminan juntos en busca de un universo común. Y el universo se hace en esa búsqueda.
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En la tierra de Mary Byrd la libertad del viento talla las más extrañas figuras en el hielo, las más normales también. Es una creación libre que responde a la necesidad del aire, al baile de las temperaturas. No es caprichosa. Las palabras, cada rincón de la invención, responde a la realidad del universo que las empuja. Talla vanguardias que se derriten si no son necesarias; pero que se vuelven a tallar cuando vuelven a serlo.
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Eugenio Montejo desarrollaba en su poesía la idea de un paisaje que contenía a su contrario. Así el sol del trópico es la máscara debajo de la cual palpita la nieve. Una escritura, una novela, en la que los lectores sepan que un lugar es sólo la apariencia externa de otro.
8
Los dogmas son inútiles, por tanto. Un dogma es un ballenero que fuerza su mecánica contra la barrera de hielo. Hace daño en un punto. Pero la inmensidad permanece. La realidad se desploma sobre los dogmas, los acaba hundiendo.
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Bir Tawil: el desierto que no pertenece a ningún país. Nadie lo reclama, nadie lo asume como propio. Punto arenoso, despoblado. Un lugar de nadie. Su nombre significa: pozo de agua. Un pozo que se encontraba en el centro de aquel territorio y del que hoy no quedan ni rastros.
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Sólo en las palabras, sólo en su nombre, ese territorio conserva su centro de humedad. Una humedad rodeada de infinita sed. Buena parte de las novelas y cuentos que se escriben actualmente en español se aproximan a ese territorio: lugar de nadie y de todos; lugar que es todos los lugares y ninguno; lugar cuyo centro trazan los verbos que lo construyen.
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La novela es la tierra del antidogma. Cada universo mental hace un tipo u otro de novela. Lo hace con palabras, con sintaxis, distintas según el universo que las empuja. No se puede separar historia y palabra como no se pueden separar la forma del hielo del viento que la moldea en la tierra de Mary Byrd.
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El nombre real de una ciudad en una novela: una parte de esa ciudad, pero también todas las otras ciudades que contiene la voz de quien escribe.
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La frontera es el hielo imaginario que se derrite por su propia inexistencia. La frontera es contraria a la literatura, a cualquier creación, y desde luego a la novela. La frontera nunca deja de ser una aduana artificial, una mala frase sostenida por la fuerza (alambradas, rifles). En cambio, el pensamiento se hace literatura con reglas similares a como el agua se convierte en hielo. Tienen una consistencia alucinada, frágil, con un pie en tierra firme y otro en la tierra del sueño. Se cuidan del fuego. Ambos, literatura y hielo, se cuidan de la hoguera totalitaria.
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Esa pasión por la literatura que se reinventa cada vez, la que desconfía, la que no es capaz de trazar el dogma infalible, la que nada se prohíbe, la que se mueve y como el camaleón se siente parte del espacio que nombra. Quizás por eso la simpatía por esos autores que mueven a sus personajes incesantemente, que los colocan a un lado, a otro, que trabajan ese territorio donde la diversidad, las situaciones, los tiempos, los lugares intentan siempre rozarse entre ellos, sacar chispas, acariciarse por debajo de la mesa, tropezarse como por descuido, palparse, rasguñarse. Ya sea que se inscriba en la tradición de la vanguardia o en algún tipo de clasicismo, las novelas no valen por sus envolturas, sus proyectos, sus pretensiones, sus teorías de cartón piedra, sus promesas. Una novela es resultado o no será sino carne de olvido.
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La novela es el género más libre. El universo corre en ella en todos los tipos de discurso. La novela no admite más regla que hacerse con las palabras necesarias del universo mental del que está naciendo. Una novela sin fronteras, territorio lingüístico de la libertad y de la realidad (entendiendo por realidad todas las esferas que nos son propias, objetivas y subjetivas, todo lo que en la naturaleza es posible o imposible, si la literatura lo hace posible).
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Un desierto es el lugar ideal para plantar un mundo. Nada hay. Así las palabras serán el todo. Caracas, Madrid, Salamanca, Tenerife, Granada, Barquisimeto. Sus aeropuertos, sus carreteras, sus estaciones de tren, sus casas y calles: todas y cada una de ellas Bir Tawil; las palabras con las que los lugares pueden ser reconstruidos en un desierto que nadie quiere.
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Esa fascinante perplejidad cuando lees a autores actuales como José Balza. Esa voz que no está en ninguna parte y que está en todas. En autores más jóvenes como Blanca Riestra. Esa perplejidad que en la memoria palpita en Valle-Inclán, en Teresa de la Parra, en Guimarães Rosa, en…
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Antes de dormir, entiendo que en nuestros nombres habitan muchos otros, como en los libros hay incontables libros ajenos. Esa noche sueño con un desierto africano donde, enterrado en la arena, permanece un bloque de hielo, intacto, como una palabra que espera su primera escritura.
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Estas notas piensan un desierto y una tierra de hielo que a nadie pertenece.
Juan Carlos Méndez Guédez es escritor venezolano. Autor de novelas como Chulapos Mambo (Casa de cartón, Madrid, 2011) y Retrato de Abel con isla volcánica al fondo (www.musaalas9.com)
Ernesto Pérez Zúñiga es escritor español. Autor de novelas como El juego del mono (Alianza, Madrid, 2011), Santo diablo (www.musaalas9.com) y de libros de poemas como Cuadernos del hábito oscuro (Candaya, Barcelona, 2007). En FronteraD mantiene el blog El dueño pálido de la tabaquería