La última vez fue en Bristol. Hará dos navidades. Tenía entonces dieciocho años. Su prima estaba trabajando en aquella ciudad del sur de Inglaterra y Laura fue unos días de visita. Cenó algo que no le sentó bien. Le empezó a doler el estómago. Se le disparó el pulso y saltó la alarma: Primperan, necesitaba Primperan. Su prima no estaba en casa y Remi, un amigo de ésta, le dijo que en aquel lugar no había farmacias de guardia. El dolor de estómago iba en aumento. También la ansiedad. Laura comenzó a arañarse, a clavarse las uñas. Al final, vomitó dos veces. Esa noche no durmió. La pasó muy quieta, tumbada boca arriba sobre la cama. Temía que, si se movía, su estómago volviera a pedirle que vomitara otra vez. Las horas transcurrieron lentas. Sus ojos, muy abiertos, no se despegaban del techo. Vomitar es un acto desagradable para cualquiera. Para un emet es un infierno.
La emetofobia es la fobia al vómito o a vomitar. Es, dentro del inmenso campo de las fobias simples o específicas, una de las más comunes y, sin embargo, una de las más desconocidas. No se trata de una simple aversión a vomitar, sino de un “miedo persistente e irracional”, tal como lo describe el DSM-IV (el manual por antonomasia de los trastornos mentales), que “provoca casi invariablemente una respuesta inmediata de ansiedad”. Las fobias se caracterizan por un temor desproporcionado a una situación o un objeto. Este temor va siempre acompañado de ansiedad de anticipación y conductas de evitación. El cerebro se bloquea y el cuerpo reacciona: temblores, mareos, sudor, palpitaciones. Suelen tener una fecha muy concreta de nacimiento: sucede algo traumático.
Somos una sociedad enferma. No es una máxima existencialista. Hablan las estadísticas. Según un estudio publicado por el Eurobarómetro en 2004, la tasa para los trastornos mentales comunes en Europa es del 25%. Una de cada cuatro personas. Los datos, sin embargo, son confusos. Muchas personas están convencidas de poseer una fobia, incluso en contra del criterio médico. Pero una cosa es tener rechazo a una situación o una persona que nos resultan desagradables y otra no salir de casa o clavarse las uñas. Como explica el doctor Luis Rojas Marcos, para diagnosticar una fobia, el miedo ha de ser “irracional y persistente”, un trastorno que afecte durante meses “al día a día, que interfiera con la vida”.
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El autobús que cubre el recorrido Ordes-La Coruña va repleto. Es sábado por la noche, y muchos jóvenes vuelven de salir de marcha por las discotecas de esta localidad gallega. Alguno ha bebido más alcohol de la cuenta. Las curvas, la carretera, los primeros síntomas de la resaca hacen el resto. Los vómitos son frecuentes. Laura ya no sube a ese autobús. No los fines de semana. No podría soportar que alguien vomitara cerca de ella. Aunque intenta hacer vida normal. Lo normal en una chica de su edad. Entre semana estudia Trabajo Social en Santiago de Compostela y es monitora de tiempo libre. Le gustaría especializarse en drogodependientes o enfermos mentales. Lo suyo son las personas. Los fines de semana sale de fiesta, se divierte, va a restaurantes, “aunque cada vez me pone más nerviosa, en seguida me quiero ir”, confiesa. En algunas cosas la emetofobia le ha ido ganando terreno: lleva a todos lados una medicina para el estómago llamada Primperan, aunque asegura que no se lo toma a la ligera, y duerme siempre con tapones y lejos del cuarto de baño.
Las fobias simples son frecuentes, pero también son limitantes. Influyen en ellas factores genéticos, psicológicos e incluso fisiológicos. Los estudios médicos reflejan que puede haber una alteración en ciertas áreas del cerebro o en el funcionamiento de algunos neurotransmisores relacionados con el estrés y la ansiedad. Hay personas a las que vomitar les produce un gran malestar físico o que poseen una disfunción del eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (eje HHA), vinculado al cortisol, la hormona del estrés. Las fobias pueden tener también una fuerte carga genética. Son complejas, pero existe mucha leyenda negra. Se suele asociar la emetofobia a la anorexia o a la agorafobia (miedo a los espacios abiertos). Y, aunque entre los trastornos de ansiedad hay una cierta conectividad, no todo el que tenga una fobia va a desarrollar un comportamiento obsesivo compulsivo.
La emetofobia influye en los hábitos alimenticios y sociales, y a pesar de no la considerase un trastorno de la alimentación, puede vincularse a ellos. Aunque se sufre en diferentes grados, por lo general los emets (así se llaman entre ellos quienes padecen esta fobia) evitan restaurantes, se convierten en obsesos de la alimentación, miran con recelo las fechas de caducidad, pierden peso, duermen mal, no viajan -algunos ni siquiera cogen el metro o el autobús-, les da pánico el dentista, huyen de las series de televisión o películas en las que haya sangre o vísceras y se mantienen a una distancia prudencial de niños pequeños o personas afectadas por algún virus. Lo peor de esta enfermedad para Laura es tener que convivir con ella a todas horas. El que tiene miedo a las arañas y vive en una ciudad como Madrid lo tiene un poco más fácil. Por lo menos puede huir de ello.
Hay una pregunta que despierta mi curiosidad. No sé cómo formularla sin que Laura pueda ofenderse. Tanteo el terreno. Apunto con sigilo: ¿y si… te quedaras embarazada? Laura es consciente de que no puede quedarse embarazada hasta que supere la emetofobia. No sólo por los mareos matutinos. La peor parte se la llevaría el bebé. Acabaría teniéndole pánico a su propio hijo. Los bebés no paran de vomitar en sus primeros años de vida. A Laura le gustan, pero le ponen muy nerviosa. Hay mujeres con emetofobia que aguantan todo el embarazo conteniendo el vómito.
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De nuevo un sábado por la noche. Jóvenes con cuerpo de juerga. Luces parpadeantes y sonido estridente. Esta vez, una discoteca de Alicante. Ana tiene 16 años y muchas ganas de divertirse. Le encanta pintarse los ojos y llevar taconazos. Llevaba sin salir varios meses. Sin salir de su casa. Dejó el instituto el pasado mes de noviembre. Ha perdido el curso académico y el año que viene tendrá que repetir Primero de Bachillerato. Ana no cree que aguante mucho más en la discoteca. ¿Y si llegara a ocurrir lo que tanto teme? Una amiga se le acerca y le susurra al oído: “¿Quieres ver cómo vomito?”
A Ana le fascina ver vomitar a otras personas. A su madre, a sus amigas… contemplar cómo vomitan es un reto. Un reto que ha superado. Es capaz. Lo ha visto y no se ha muerto. Lo que a ella le paraliza es algo tan específico como vomitar en la calle. Hacerlo en casa le da igual. Ver a otros, tampoco le importa. Pero ella, en la calle, nunca. Este pensamiento es el que la ha tenido meses recluida en casa. De la televisión al ordenador y del ordenador a la televisión. Sus padres no la entendían. Sus amigas empezaron a insultarla a través del Tuenti, una red social que hace furor entre los adolescentes españoles. Le echaban en cara que su reclusión era una rareza.
Todo empezó un día cualquiera del pasado verano. Ana había quedado con un amigo. Acababa de comer, hacía mucho calor y llegaba con el tiempo justo. Se puso a correr y se le revolvió el estómago. Estuvo a punto de vomitar en plena calle. No lo hizo, pero sólo el pensamiento fue suficiente.
El gran interrogante sobre las fobias es su origen. Se desconoce si la ansiedad es su causa o un simple detonante de un trauma que yacía latente. Lo poco que se sabe es que las fobias son un miedo desproporcionado a una situación. El temor activa conductas de evitación y cambia las rutinas. Se deja de ir a clase, de salir a la calle o de frecuentar restaurantes. El que tiene fobia al vómito es que ha vomitado o ha visto hacerlo a alguien. Le ha dado mucho asco, lo ha pasado mal y se autosugestiona pensando que va a sucederle.
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Lorena también padece emetofobia. Tiene 17 años y vive en Cataluña. Empezó a obsesionarse con la comida: miraba las fechas de caducidad, olía todos los alimentos, le dolía el estómago constantemente y fue perdiendo un kilo cada mes. Le detectaron ansiedad alta y es hipocondriaca. Estaba en un constante estado de angustia. Tuvo miedo de seguir enfermando. Lorena se dio cuenta de que la emetofobia es muy desconocida. Quienes la padecen sienten el zarpazo de la incomprensión. Por eso ha creado un grupo en Facebook, la famosa red social, titulado “Apoyo a la emetofobia”. Ya cuenta con más de 450 amigos. La finalidad de este grupo es dar a conocer la enfermedad, compartir experiencias entre quienes la sufren, animarse unos a otros. No sentirse bichos raros.
Aparte de Facebook, la información en castellano que se encuentra en internet sobre la emetofobia es muy escasa y poco fiable. Abundan los foros y chats. Esta fobia es más conocida en Italia o Gran Bretaña. Gut Reaction (reacción instintiva), es un grupo creado en 1993 por Linda Dean, una británica víctima de la emetofobia. Su impulso fue fundamental para dar a conocer la fobia en el ámbito médico y académico. Han editado un CD con cartas, archivos informativos y la tesis doctoral de Angela Davidson sobre el tema. The Internacional Emetophobia Society es una página web que funciona a modo de punto de encuentro e intercambio de experiencias. Robin, una ama de casa de Ohio, en Estados Unidos, tiene un blog titulado Living with emetophobia. Allí cuenta su experiencia con la enfermedad, ofrece consejos a otras madres de familia y reúne testimonios de otras mujeres que pasan por su misma situación. Robin se pregunta en su blog cómo es posible que la emetofobia sea una de las cinco fobias más comunes y, sin embargo, ella haya ido a diez terapeutas que nunca habían oído hablar de tal fobia.
Hay quien ha sabido sacar provecho de todo esto. Raúl Trujillo es un peruano que se ha hecho famoso en Internet presentándose como escritor, estudioso y experto del tema. No es psicólogo ni psiquiatra, pero tiene estudios con certificado en T.O.C. (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Asegura que una vez ayudó, vía e-mail, a una aquejada de emetofobia. El final de la historia es redondo. La joven se casó en una bella ceremonia. David Samson es un atractivo hipnoterapeuta inglés. Dirige una clínica en Harley Street, Londres, donde ofrece seminarios. Presume en su página web de un extenso currículum: charlas sobre fobias inusuales en talk-shows de la televisión y en la radio británica, y artículos sobre su trabajo en periódicos como The Telegraph o el Daily Mail. Lleva tratando casos de emetofobia desde hace 7 años y ve a unos 7 u 8 pacientes cada semana. Practica la hipnosis regresiva.
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María Inés López-Ibor hace honor a su apellido. Nieta de López-Ibor e hija de López-Ibor. Su abuelo, Juan José, presidió la Asociación Mundial de Psiquiatría. Su padre, Juan José junior, también. María Inés es médico especialista en Psiquiatría y profesora de la Facultad de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Y es miembro de la Asociación Mundial de Psiquiatría, claro. Su despacho de la universidad desdice de su currículum. Está situado en la cuarta planta de la facultad. A un lado, estanterías repletas de libros. Al otro, un cuadro que parece querer emular sin arte ni técnica el famoso grito de Edvard Munch. Al fondo, un sucio ventanal. Por todas partes, fotos de familia.
María Inés ronda los cuarenta. Habla despacio, su voz es melódica. Piensa bien antes de hablar y se hace escuchar con suavidad. Sus manos, sus gestos, acompañan cada una de sus palabras. Se preocupa por su aspecto: va perfectamente maquillada y peinada. Un bonito suéter rojo y un gran anillo delatan que cuida su imagen. Es trabajadora. Cuando le expliqué por primera vez que deseaba hablar con ella sobre la emetofobia, su respuesta fue: “¿emeto… qué?”. Ahora, sin embargo, habla de ella como una verdadera especialista. Se ha preparado el tema. No improvisa. Lo agradezco.
¿Las fobias tienen cura o hay que aprender a vivir con ellas? La profesora López-Ibor explica que la definición de curar es «muy difícil». Uno aprende a controlar la situación y a evitarla. A no pensar en ella. A hacer una vida normal y no limitada. Entonces, desde el punto de vista psicopatológico, está curado. Pero quien ha desarrollado una fobia ante una situación de estrés, enfermedad o preocupación, es posible que ésta vuelva a aparecer. En el caso de las fobias simples, lo que no aparece es otra fobia. Suele ser la misma. Lo más frecuente, de todos modos, es que no vuelvan. Aunque hay fobias más complejas como la fobia social, la agorafobia o la claustrofobia.
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Las visitas al psicólogo o al psiquiatra son frecuentes entre los emets. Como cualquier otra fobia, la emetofobia requiere tratamiento. Generalmente se trata con ansiolíticos y terapia. Las más comunes son las terapias conductuales, orientadas a controlar la ansiedad. Después, se va exponiendo gradualmente al paciente a esa situación que le aterra para que él mismo pueda experimentar que no pasa nada. Las terapias de choque o de exposición pueden ser contraproducentes. Consisten en enfrentar a bocajarro al paciente con aquello que le atemoriza. Pero eso puede violentarlo y entonces el remedio es peor que la enfermedad.
Existen métodos curativos menos ortodoxos y cada vez más populares, como la hipnosis, las técnicas orientales, las flores de Bach o la homeopatía. Los médicos las miran con recelo. La hipnosis o las técnicas orientales, según los psiquiatras, llevan a un estado de relajación que permite identificar la causa por la que se ha desarrollado la fobia. Pero, fuera de esto, no le ven mayor utilidad. Además, la mayoría de los pacientes recuerda perfectamente el momento exacto en que despertó su miedo. Sobre las flores de Bach, unas esencias naturales creadas a partir de flores silvestres, piensan algo parecido. Funcionan cuando el caso de ansiedad es leve, pero si el nivel de ansiedad es elevado no son suficiente. Los reflexólogos naturalistas, por el contrario, desdeñan los ansiolíticos. Aseguran que maquillan la ansiedad, pero no ayudan a afrontar el problema. Algo que, según dicen, sí logran los remedios naturales.
Laura ha ido a varios psicólogos. Ninguno le ha ayudado. Está desesperada. Ana tampoco tiene un buen recuerdo de estas consultas. Laura se plantea la hipnosis, pero le produce reparos. Ana ya ha acudido. Cuenta que la psicóloga le hablaba, pero poco más. Le decía que se iba a curar, que ella no tenía emetofobia. En su opinión, fue un gasto inútil de tiempo y de dinero. Su madre se negó a que la medicasen. Tras el fracaso con la psicóloga, probó con un hipnoterapeuta de Valencia. Dos sesiones han sido suficientes para que volviera a salir de su casa después de meses sin hacerlo.
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Nicolette Heaton-Harris vive en el condado de Hampshire, Reino Unido, en una casa junto a la costa. Está casada y tiene cuatro hijos. Ha escrito novelas románticas y libros sobre salud. Los romances le chiflan desde que era pequeña. Su interés por la salud también viene desde que era niña. Y también le trae loca. Nicolette padece emetofobia desde que tenía 7 años. Vomitó en una piscina pública. Tres décadas después, su hijo pequeño desarrolló también esta fobia. Nicolette decidió plasmar sus vivencias en un libro: Living with emetophobia.
No existe un perfil concreto de fóbico. Tampoco en el caso de la emetofobia. Aunque suele ocurrir que los niños, los adolescentes o los jóvenes son más vulnerables a la mirada de los demás. Por eso, según el informe sobre salud mental publicado por el ministerio de Sanidad en 2007, “los trastornos como la fobia social, agorafobia o fobia específica aparecen a edades más tempranas”. Muchas fobias están relacionadas con el miedo a la exposición pública. La madurez y la experiencia otorgan poco a poco manejo sobre estas situaciones y las fobias tienden a controlarse. El mismo informe indica que “los problemas de salud mental afectan más a las mujeres que a los varones”. ¿Las causas? Las desigualdades económicas entre hombres y mujeres, la violencia de género o la continua responsabilidad que las mujeres encuentran a veces en el cuidado de otras personas.
Otro rasgo que incrementa la complejidad de la emetofobia es que ésta se presenta en numerosas variantes: miedo a vomitar en sí; a hacerlo en público, en la calle o en un lugar del que no pueda salir; temor a que vomite alguien a mi alrededor; algunos sienten molestias persistentes todo el día, en otros es sólo una respuesta a un estímulo directo. Esta diversidad y la falta de información son las que dificultan el tratamiento psiquiátrico. La clave está en controlar la ansiedad y detectar bien a qué se tiene miedo. Elaborar un buen diagnóstico. Sin él es difícil llegar a las causas.
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Luis Rojas Marcos es un psiquiatra español de prestigio internacional. Afincado en Nueva York, ha ocupado, entre otros, los cargos de Director de los Servicios Psiquiátricos de la red de hospitales públicos de la ciudad norteamericana, y de Presidente Ejecutivo del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York. A pesar de haber sido testigo directo de masacres como el atentado contra el World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, su sentido del humor permanece intacto. Su voz pausada denota su dedicación al ejercicio docente.
A lo largo de su trayectoria médica, Rojas Marcos ha comprobado cómo las fobias se presentan de forma muy variada. Es importante, según explica, “separar el acto de vomitar en sí de la situación”. “Si es un miedo relacionado a estar en público, entonces se trata de una fobia social”, advierte el doctor, y aclara: “si a lo que se tiene miedo es al acto de vomitar, es otra dinámica”. En ese caso, el miedo puede deberse a que vomitar “produce un malestar físico, por factores como, por ejemplo, la forma anatómica del estómago”, aunque también hay mucha “imaginación y fantasía”. Algunas personas piensan que al vomitar “se le va a romper una arteria, o van a sufrir una hemorragia cerebral o se les va a parar el corazón”, generalmente por falta de información. Rojas Marcos ha tratado casos de personas que tenían “miedo a perder el control. Eran pacientes que habían sufrido un principio de bulimia a los 16 ó 20 años y a los 30 ó 40 despertaban el miedo a volver al estado anterior”.
El desconocimiento que existe en torno a la emtofobia hace que su solución sea complicada. No ayudan tampoco la leyenda negra o los autodiagnósticos. “No sabía que lo que tenía se llamara así” o “Pensé que era la única”, son las frases más frecuentes en los foros de Internet. Laura explica que a los emets lo que les hace sufrir es sentirse raros: “es como una discapacidad, sólo que no está reconocida”, explica. Vera tiene un blog titulado “Yo también tengo emetofobia” y asegura que un punto importante para los emetofóbicos es saber que lo que les pasa “tiene un nombre” pues, aunque “no elimina el problema, da cierta tranquilidad el saber que si alguien le puso nombre no eres el único bicho raro del mundo”.