No acabamos de despertarnos de los acontecimientos retrasmitidos en vivo del asalto al Capitolio de EEUU, cuando nos desayunamos con un nuevo acto de violencia contra el orden democrático imperante en Occidente. Debiéramos preguntarnos cómo se digieren ambos hechos que tan crudamente se nos atragantan. O, en otras palabras, por qué Trump se apresuró a mostrar su apoyo a Putin en su ataque a Ucrania.
Occidente no está acostumbrado a lidiar con los atentados contra el sistema. Durante años se reaccionó con enorme extrañeza ante los terroristas que plantaban bombas y se inmolaban en pro de una destrucción gratuita dirigida antes que nada contra el sistema que tanto valoramos. El asalto al Capitolio fue un hecho insólito, justificado a base de mentiras, las famosas fakes que se popularizaron en los años del mandato de Trump y que Putin ha recogido en su ataque a Ucrania proclamando que es un liberador que acude a la llamada de un pueblo oprimido: Confusión, ruido y un líder autoritario con un incierto equilibrio sicológico. Cuando observamos en la televisión que un país tan próximo ha entrado en una guerra inesperada y que repudiamos por naturaleza, nos alcanza la desazón y la incredulidad. La obsesión general es entonces pedir paz y preguntarse quién está a cargo en nuestro lado.
Es fácil confundir el trinomio libertad, predominio y paz. Sin embargo, existe un orden de prelación entre los términos que no debemos olvidar. Las democracias occidentales quieren prevalecer para alcanzar en libertad la paz. Pero puede haber muchos tipos de paz; entre otras, una paz sin libertad sometida al predominio de un tercero. Putin usa como lema liberar a un pueblo oprimido y ofrece a Ucrania la posibilidad de negociar una paz sometida. No se debe olvidar cuál es el fin y cuál el medio o cambiaremos de juego y, sin duda, perderemos frente a los que relegan la libertad como fin frente al predominio como objetivo.
¿Quién está al mando? es una pregunta que surge en los medios estos días. El viejo adagio de pedir un liderazgo fuerte sin reparar en que los líderes fuertes a veces se convierten en líderes malos, esto es autoritarios. Por eso es mejor tener un sistema fuerte antes que un líder fuerte. O que la fortaleza del líder provenga de un sistema y pueda por tanto ser retirada por el mecanismo de seguridad de ese mismo sistema. Así fue en el asalto al Capitolio, cuando el sistema judicial americano prevaleció dando fortaleza al líder aparentemente más débil. Así debe ser frente a Putin; no es necesario un líder fuerte sino una OTAN y una UE fuertes (las que hoy reclama Josep Piqué en la Vanguardia, Líneas Rojas y Creíbles) dentro de un ordenamiento jurídico internacional claro. Aunque lo que sí es necesario son líderes valientes. El ejemplo del vicepresidente M. Pence yendo en contra de su presidente y de la violencia que le amenazaba, declarando la victoria de J. Biden en las elecciones americanas. Y el ejemplo de V. Zelenski, hoy tan presente. Siempre la figura del débil frente al matón, que tanto excita el imaginario colectivo del antihéroe.
En lo que hay una gran coincidencia es en que Putin ha aprovechado un momento de especial debilidad de Occidente. La popularidad de Biden en momentos bajos mientras su atención se centra en el Pacífico y China; el Reino Unido enfrentado con la UE; presidentes recién electos en Alemania e Italia; unas economías debilitadas por la pandemia; y el precedente de la toma del Capitolio americano como referente de fondo. Lo que es más insondable es entender si también Putin pasa por momentos inciertos. Si su acción es, como la de los terroristas, un acto a la desesperada, una huida hacia delante, o hacia ninguna parte, perseguido por el deterioro en casa. Porque, entonces, no debiéramos olvidar que esos terroristas son capaces de inmolarse. ¿O es eso mismo parte del arsenal dialéctico con que juega el agresor? La cuestión a prueba es si el sistema ruso posee también mecanismos de seguridad que le obliguen al lider a deponer su actitud. Algo que no sabremos en algún tiempo. Mientras, no hay que olvidar que lo que hoy se vive en Ucrania es posiblemente un primer acto de otras agresiones que impogan el predominio ruso en una zona vital para ambas partes, lo que debiera conducir a un rearme tan necesario como no deseado.
Desgraciadamente, el mejor escenario previsible es, como con la pandemia, enterrar a los muertos y retornar a un estado lo más similar posible al que prevalecía antes de la agresión, sin que sea ya el mismo nunca; ceder posiblemente un área de soberanía a Rusia y detener su escalada recuperando el suministro de gas y levantando sanciones. La paz con una libertad permanentemente amenazada; geopolítica del realismo cínico e impotente; ¿alguien da más?