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Mientras tantoLa tragedia demócrata

La tragedia demócrata


Joe Biden y Kamala Harris en el cementerio nacional de Arlington. Fuente: Wikimedia Commons.

 

El partido demócrata se encamina a un desastre sin paliativos. Centrado en un serio debate interno sobre la continuidad de Biden, el centroizquierda norteamericano intenta remontar su caída en las encuestas. Sin embargo, su problema va más allá de su candidato: la lógica política e histórica (lo que los americanos llaman los “fundamentals”) indica que van encaminados a la derrota en noviembre. 

Joe Biden actualmente tiene una popularidad del 37%. Desde 1945, sólo Harry Truman ganó su reelección con un índice de aprobación inferior al 45%. Trump perdió la Casa Blanca con un índice de popularidad del 43%. Esto es porque tradicionalmente las reelecciones se conciben como un referéndum sobre el presidente en el cargo. Aquellos presidentes que están en la cuerda floja suelen recurrir a una estrategia de demonización del rival para asegurarse su continuidad. Bush hijo tachó a Kerry como un traidor a los veteranos por su pasado como activista contra de la guerra de Vietnam. Obama caricaturizó a Romney como un capitalista sin escrúpulos alejado de la clase trabajadora por su etapa como directivo de fondos de inversión. En un principio, parecería que Trump tiene suficientes escándalos como para garantizar la reelección de Biden. Sin embargo, los problemas de la edad de Biden eclipsan cualquier tipo de polémica del magnate. A ojos del electorado las dudas que podían tener sobre la vejez de su presidente se confirmaron tras el desastre del último debate. Si sigue como candidato la percepción sobre su incapacidad para liderar el país se irá reforzando a medida que aumenten los tropiezos subiendo escaleras, los deslices en sus discursos o no llame por su nombre a sus interlocutores. Biden corre el riesgo de que esta campaña se convierta en un referéndum, no sobre su gestión, sino sobre su edad.  

Pero aunque milagrosamente Biden consiguiera rejuvenecer durante un par de meses, seguiría teniendo un serio problema de estrategia de campaña: se enfrenta a un rival con un discurso ganador. El mensaje de Trump es sencillo y se basa en tres ideas fundamentales: conmigo la economía iba bien, con Biden se ha disparado la inflación; conmigo la inmigración estaba controlada, con Biden hay una crisis migratoria; conmigo había paz en el mundo, con Biden ha aumentado el riesgo de guerra. En definitiva, con Trump las cosas iban mejor. Cualquier estudioso de la política estadounidense sabe que estas tres premisas son, cuanto menos, cuestionables. Durante el covid, Trump disparó la deuda pública hasta su máximo histórico y su bajada masiva de impuestos fue criticada por economistas como excesiva hasta el punto que los ingresos que se obtenían por la estimulación de la economía no suplían la pérdida de ingresos obtenidos por los gravámenes. Su política exterior fue errática y carecía de estrategia alguna y su política migratoria fue notoriamente cruel (especialmente polémica fue la decisión de separar a los niños migrantes de sus padres). Pero también cualquier estudioso de la política norteamericana sabe que el electorado medio no entra en este tipo de matices. El americano de a pie solo sabe que lo que hace cuatro años le costaba cinco dólares ahora le cuesta diez. Y eso es suficiente para perder una elección.

¿Se podría vencer a Trump cambiando el candidato? Sin duda las posibilidades aumentarían. El partido demócrata necesita a alguien mucho más joven y energético  que sea capaz aguantarle el pulso al magnate en un debate. Pero tampoco hay un reemplazo ideal. La sucesora natural es Kamala Harris, pero su impopularidad es mayor que la de Biden. Como miembro del equipo del presidente se le pueden achacar los principales errores de la administración, pero su condición de número dos implica que no puede argumentar que lideró los principales aciertos. Trump le podrá seguir echando en cara los problemas del país respecto a la economía, la crisis migratoria o la inestabilidad exterior.

Algunos medios de comunicación han sugerido otros candidatos, pero sería un suicidio. Un partido cuya base electoral consiste en mujeres y afroamericanos no puede apartar de lado a la primera mujer negra con posibilidades de llegar al despacho oval. Asimismo, no diría mucho de su confianza en su gestión los últimos cuatro años si apartan a las dos cabezas visibles de su administración.

En definitiva, a día de hoy la inercia política está del lado de Trump y el partido republicano. Esto no implica que su victoria esté garantizada en noviembre. Si algo ha demostrado la política estadounidense en el último siglo es que los milagros políticos existen y no hay que dar nada por descontado (¡Que se lo pregunte a Hillary!). Sin ir más lejos, en los últimos años el partido demócrata ha desarrollado una infraestructura electoral que le ha permitido remontar las elecciones más difíciles. Pero una buena infraestructura no puede salvar a un mal candidato con un mal discurso. Y a medida que pasa el tiempo, la ventana de oportunidad de recuperación se va cerrando. 

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