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‘La traviata’, sí, se puede

Imagen usada para el cartel de la producción de "La traviata" de Verdi en el Gran Teatre del Liceu - Temporada 24-25
Imagen usada para el cartel de la producción de «La traviata» de Verdi en el Gran Teatre del Liceu – Temporada 24-25

Cuando se va a ver una nueva producción de La traviata de Verdi por enésima vez, como la que se acaba de estrenar en el Gran Teatre del Liceu, la pregunta es qué puede ofrecer. ¿Una dirección musical más allá de la excelencia? ¿Una dirección de escena que contextualice en el hoy el amor romántico del siglo XIX? ¿Las voces del momento? ¿Bálsamo para esas masas operísticas que reclaman ópera italiana y bel canto una y otra vez? ¿Combinación de todas o alguna de estas cosas?

Son preguntas que al final acaban siempre en lo mismo. El comentario del desempeño del director, la orquesta y los cantantes. El escándalo o no de la puesta en escena. Más escandaloso para el público masivo de la ópera si la apuesta fuera claramente por la denuncia del heteropratiarcado, la prostitución, el machirulismo y el demonizado amor romántico.

Escándalo que iría a mayores si se acompañase  de unas escenografías que la situasen en el lumpen actual. En el que muy posiblemente la tuberculosis de la protagonista sería convertida en sida. O menos escandaloso, pero aburriendo a morir, si siendo conservador y poniendo el ojo en la taquilla se hace un montaje de los de siempre, es decir, decimonónico y más o menos acartonado.

Así que el reto está en contar esta historia de amor correspondido, pero no admitido y condenado por la sociedad por las clases sociales y los oficios de cada uno de los componentes de la pareja protagonista.

Ella es lo que hoy se llamaría una escort de lujo, buena para el retozo sexual pero no para el amor verdadero. Y él es el hijo de un noble, que se puede divertir todo lo que quiera y adquirir destreza sexual, satisfacer todos sus apetitos incluidos el sexual, pero no el amoroso.

Pero pasa lo que pasa. Que el corazón tiene razones que ni el cuerpo, ni la razón, ni la sociedad entienden. Y Violeta, la escort protagonista, que piensa que el amor es como una flor que un día florece y al poco se ha muerto, experimenta por primera vez el amor con mayúsculas que nada tiene que ver con lo que ella pensaba que era. Será la primera sorprendida, pues se consideraba inmune a esta neumonía romántica y quien sabe si hasta un invento o una patraña a tenor de su experiencia. Aunque una vez infectada, se da cuenta que es difícil resistirse a ser devorada por ella, a curarse.

Pues bien, si alguien quiere saber cómo con esta historia se puede hacer una producción tradicional complaciendo a todo tipo de públicos, incluido el público profesional que es la crítica, solo tiene que acercarse estos días al Gran Teatro del Liceu.

Y complace porque el equipo artístico, con Verdi y su letrista a la cabeza, no cuentan un amor imposible que va más allá de la vida. No. Sino que cuentan y cantan el misterio humano por el que hay personas que se atraen sin ningún motivo aparente. O sin otros motivos o razones que no pudieran encontrar en otras muchas personas que tienen a su alrededor.

Ese es el misterio que todo el equipo artístico se empeña en buscar en la ópera, es decir en la música y en la letra. Una búsqueda que para ser fructífera artísticamente tiene que ser hecha con conocimiento y con técnica, por supuesto, pero que no será fructífera si no se da cuenta que ese conocimiento y esa técnica solo son medios, herramientas.

Pues bien, aquí Giacomo Sagripanti, como director musical, David Mc Vicar mediado por el reponedor Leo Castaldi, como director de escena, Nadine Sierra, como la soprano protagonista, Javier Camarena, como el joven noble enamorado, Artur Ruciński, como padre del enamorado, saben que están al servicio de ese misterio. Y se ponen de tal manera al servicio de ese misterio que cuando se escucha algún comentario técnico sobre el canto, la dirección musical incluso de la artística se escucha como fuera de lugar.

De todos ellos, sin duda alguna, la que entiende mejor la extrañeza que provoca el saberse afectado por ese tipo de amor inexplicable, por ese misterio, es Nadine Sierra. De ahí que su lectura de la partitura sea de matricula de honor e hiciera de la noche del estreno una de esas noches operísticas inolvidables.

Pero todo su trabajo sería insuficiente si no estuviera excelentemente acompañada. Por un Camarena que no ha encontrado un mejor medio para recuperar la voz y la presencia en escena, esas formas tradicionales de ser como cantante que tiene, que últimamente parecía perdida. Bienvenido sea y que se mantenga.

Y Artur Ruciński, también entiende bien este misterio. Su dueto cuando acude a casa de Violeta a solicitar que deje a su hijo suena más que a una petición a Violeta, una plegaria pidiendo un milagro a un Dios caprichoso e incierto, más grande que el ser humano, y siempre un misterio. Un misterio que parece conocer muy bien y para el que sabe que cualquier ofrenda es insuficiente.

Todos ellos en un contexto musical que curiosamente no se percibe como tal. Sagripanti ha sabido en esta ocasión crear eso que ahora se llama un espacio sonoro y que seguramente está en la partitura verdiana. Aprovechando de la forma de entender la música hoy para hacer sonar al Verdi de siempre. Con el que consigue el run run de una sociedad que se divierte, que rara vez se calla, sobre el que se vehiculan ideas, deseos, sentimientos, pensamientos que fracasan al enfrentarse al misterioso ser humano.

En este sentido, David Mc Vicar, lo que hace es ayudar a desvelar, dotar de acciones y espacio para que ese misterio se pueda ver y aprehender. No trata de ponerle palabras, o anotaciones. Sino generar las condiciones para que el misterio pueda ser visto y oido. Revelado por los que tienen la capacidad musical para hacerlo. Dota de espacios y acciones que reman a favor de los interpretes y de la música, aunque hay algún momento, como la salida de Violeta de la fiesta de Flora a la que ha acudido para que Alfredo se enterase por los hechos que le ha dejado, que chirrían por obvios, aunque sí se ha preocupado porque incluso estos momentos si no son bellos que sean bonitos.

Es por eso que la noche del estreno, tanto Nadine Sierra como Camarena estuvieron a punto de hacer varios bises. Es por eso por lo que el maestro reponedor del montaje fue aclamado y no abucheado como suele suceder. Es por eso por lo que el público, aplaudió a Sagripanti con más que cariño. Es por eso, por lo que elevó la intensidad del aplauso cuando salió Camarena. Y es por eso, por la que el público no pudo por menos de levantarse en masa cuando Nadine Sierra salió a saludar.

Una noche que demostró que por mucho que se reponga La traviata, no está todo dicho. Y que si es un clásico es porque le queda mucho por decir a los humanos. Y es que los misterios son siempre inefables y los seres humanos siempre estamos intentando desentrañarlos sin éxito. Aunque sí los sintamos y nos los podamos hacer sentir unos a otros, sobre todo si quienes los muestran están buscando la excelencia artística.

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