La banana nace en Asia meridional. Ahí se hace mayor, madura, y decide conocer mundo, como toda fruta de dios. Se va a Europa. Pronto se le queda pequeña y decide arriesgarse y saltar el charco; aparece en América en el siglo XVI (Colón llevó en sus barcos algo más que delincuentes y curas). En ese nuevo continente pasa a ser explotada por miles de esclavos que se dejan la salud en los campos de cultivo. Y no para que se las coman ellos o sus familias, sino para que sean ingeridas de cuatro en cuatro por los habitantes de arriba, del hemisferio norte. Como ven la banana era una inmigrante ilegal. Viajaba sin papeles. Paulo Nazareth también es un inmigrante, legal (en todos los sentidos), y que viaja con papeles. Aunque sin zapatos.
Nazareth es un artista brasileño que un día consigue una residencia artística en Brooklyn, Estados Unidos. Podría haber buscado el primer vuelo en clase turista hacia el norte, en lugar de eso decide optar por lo más lógico: recorrer toda América Latina por tierra hasta llegar a Nueva York. Quiere conocer la realidad suramericana y centroamericana, convivir y conocer ese contexto y buscar identidades entre la ciudadanía latinoamericana. Y si existe una identidad comunitaria en Latinoamérica ha de estar ligada al concepto de migración. Nazareth tenía que llegar a su residencia en Brooklyn en dos meses. Tardó más de seis. Este artista mulato, alto, con el pelo a lo afro, simpático y divertido se entretuvo en el camino. Su obra de arte es el proceso, todas las acciones que ha ido realizando en cada país que ha visitado, las relaciones, los intercambios. Y todo eso, como decía, sin zapatos. Su pieza principal es Noticias de América: básicamente, acumular el polvo sobre sus pies. Por eso, como decía, Paulo no lleva zapatos. Esa pieza incluye otros proyectos como el dibujo de noticias de periódicos, colección de objetos curiosos, elaboración de carteles con mensajes sarcásticos (como “Vendo mi imagen de hombre exótico”), aprendizaje de idiomas, etcétera.
Coincidí con él en un pequeño pueblo maya de Guatemala. Era de noche y había un corte de electricidad. Comenzó a llover, así que Paulo tuvo que echar a correr como un loco porque temía que el agua acabara con su obra de arte: la tierra acumulada en sus pies tras meses de viaje. Una capa gruesa, negra y sorprendentemente inolora formaba un calcetín natural sobre sus dos grandes pies. Los vecinos del pueblo, con una media de estatura de un metro cincuenta, se quedaban mirándole como si fuera un marciano con tutú. Yo me moría de risa.
Durante su ir y devenir por América ha trabajado como pescador, limpiador, pintor o vendedor ambulante. Y esa experiencia laboral nos lleva a la banana. En el viaje tuvo la idea de conducir una furgoneta repleta de bananas hasta una feria internacional de arte en Miami. Su relación con la banana viene de antes: “creo que las bananas aparecieron en mi obra hace como 3 o 4 años. Deseaba introducir las bananas en el mercado de arte, ese fue mi primero proyecto. Imágenes, dibujos, fotografías, grabados, textos… así empecé en el negocio de bananas. Yo fui vendedor ambulante; vendía limón, aguacates, frijoles, colorantes comestibles, helados, palomitas de maíz, panes y otras cosas. Esa pieza, si así puedo llamarla, me parece que dialoga con muchos otros trabajos”.
Otro viaje para la banana, éste con un sentido poético y artístico relevantes. Y estético: la furgoneta era verde, llevaría las bananas recién recogidas (verdes) que, en el trayecto, madurarían (amarillas); “al principio la idea era una combi verde llena de plátanos verdes volviéndose amarillos/una combi amarilla llena de plátanos verdes volviéndose amarillos. Algo estético, que me parece muy bonito, con referencias conceptuales a Brasil y a todas las demás repúblicas de bananas, los países que sufrieron las dictaduras de derechas pos-guerra fría y el fantasma del comunismo…”.
Dos tercios de la banana consumida a nivel mundial se cultivan en Suramérica. Brasil es el mayor productor. El comercio ha cambiado desde el inicio de la explotación de la banana a gran escala, pero no tanto. La banana conquistó el mundo a través de unas cuantas empresas monopolistas estadounidenses a partir del siglo XIX. Sobre todo la United Fruit Company que, aparte de concentrar el mercado de una manera voraz, provocaba y desprovocaba golpes de estado, guerrillas y demás intrigas palaciegas en sus ratos libres. Abrimos la cáscara de una banana y aparece un soborno. Abrimos otra y aparece un terrateniente feliz. Ellos no quedarán como los malos de la película de la historia, sino los dictadores sudamericanos (tan bien caricaturizados por Woody Allen en su película Bananas), como si éstos cayeran de las palmeras. De la práctica corrupta en los países centroamericanos (siempre, insisto, hostigada por Estados Unidos, sus gobernantes y sus empresas) proviene el término “república bananera”. En origen, ese despectivo calificativo servía para señalar a los países que favorecían la explotación de sus trabajadores en latifundios donde no estaban muy interesados por reducir la jornada laboral, utilizando un eufemismo.
Como digo, la situación no ha cambiado tanto (¿no se han preguntado nunca por qué un plátano o una piña es tan barata?): cinco empresas monopolizan el 75% del mercado de la banana, entre ellas Dole, Chiquita y Del Monte (Estados Unidos), aunque son ahora los grandes supermercados los que dictan las leyes. Es el mordisco de los poderosos al jugoso negocio de la banana. Las condiciones laborales son penosas, con jornadas de doce horas seis días a la semana, los sueldos miserables. La persecución sindical constante. La industria es la que utiliza más agroquímicos del mundo, después del algodón, con lo que esto implica en la salud del trabajador y del medio ambiente. Pero los empresarios siguen fingiendo sexo oral con una banana para poner cachondos a los gobernantes. La producción a pequeña escala es más sostenible, y la compra inteligente, en pequeñas tiendas, y el comercio justo la solución… ¿pero quién quiere pagar más por un plátano? De acuerdo con el instituto de investigación CIRAD, sólo el 12% del precio final de venta se queda en los países productores. A los pequeños agricultores, el 7.5%, a los trabajadores de las plantaciones, el 3.1%.
Paulo Nazareth conduce su furgoneta llena de bananas en dirección a la frontera. Su acción reivindica una justicia poética para la banana, que no tiene culpa de nada. Ella, que está tan rica, tiene tantas propiedades, se usa de maneras tan diversas… no es la responsable de esclavizar a miles de americanos. El artista lo sabe, o mejor dicho, lo ha ido aprendiendo durante el viaje: “en mi camino fui profundizando cada vez más en el tema histórico de las Américas. Me planteé llevar plátanos de Colombia, después planeé llevarlos en barco desde Ecuador cruzando el canal de Panamá, viajando hasta Miami… Pero llegando a Guatemala me di cuenta de la importancia histórico/política de Guatemala y su revolución socialista en la historia reciente de las Américas. Quizá sería ahí en guate donde nació la república bananera, la idea de las dictaduras modernas de América Latina. En Centroamérica vi que había muchas armas, en las calles de El Salvador y Guatemala era común ver la rusa AK47 y otros tantos rifles y pistolas israelitas… ahí las armas son un negocio, la inseguridad es un negocio, así como los plátanos y, por qué no decir, el arte también se convierte en otro negocio mas”. A raíz de una reflexión en torno al comercio de la banana derivamos hacia una discusión sobre el mercado del arte. Paulo llega a Miami, y en esa feria internacional aparca su furgoneta. Reparte las bananas entre los coleccionistas, clientes, galeristas y demás fauna autóctona del mercado del arte. El artista, desde hace ya mucho tiempo, ha dejado de hacer arte. Ahora se dedica a hacer productos. Lo que en Andy Warhol era ironía en Koons o Murakami es mercantilismo. Por cierto, Warhol fue el creador de la portada del disco de The Velvet Underground en la que aparece una banana. Porque él, entre otras cosas más o menos interesantes, se dedicó a retratar a los protagonistas más famosos de su época. Y la banana era y es la rock star de las frutas.
Así que por qué no llegar a una feria y vender plátanos como piezas de arte. Si el contexto es el que justifica la etiqueta “arte”, por qué no poner esa etiqueta en los plátanos medio podridos de Nazareth. Hay que ser cuidadosos a la hora de reflexionar sobre el arte: analizar si detrás de un proyecto existe un discurso. En este caso lo hay: lo que convierte a esas bananas en arte es precisamente su estado en pudrición. Se han podrido mientras viajaban de Suramérica a Estados Unidos. Paulo ha realizado el mismo viaje de las bananas (del sur al norte) para provocar ese diálogo: sobre el comercio, ¿lo consiguió? “Tuve buenas reacciones, la pieza fue una de las mercancías mas buscadas en esa importante feria de arte de Miami, críticos y público, todos se acercaron. A la gente le gustan las bananas, le encantan. Muchos mosquitos también se acercaron, la pieza olía rico, muy rico… un dulce olor a plátano maduro impregnaba el aire, invadía espacios ajenos y no respetaba fronteras preestablecidas. Tuve muchas felicitaciones, muchos clientes… algunos ladrones que me robaron plátanos. Mucha buena gente de todas partes pero algunos ignorantes, porque los ignorantes, estúpidos, imbéciles no tienen patria, nacen en toda parte, en todo lugar, en toda cultura, en cualquier tiempo… son minoría, pero desconfío por lo bien organizados que están y por eso nos parece que son un montón. Pero no, no lo son… quizá sean solo una familia, no más… todavía no hay estudios sobre eso. Uno de ellos me llamó cerdo sin ética. Era uno de esos ignorantes burgueses latinoamericanos acostumbrado a explotar a su gente y que no puede verse como uno entre ellos, con tierra latinoamericana en los pies… Al final la feria fue un éxito con mucha gente comiendo bananas”.
Desconozco cuántos de aquellos visitantes al espacio de la feria ocupado por Nazareth realmente entendieron el mensaje. Imagino que pocos, ya que este tipo de arte comprometido, político, tiene una mayor acogida a través de su posterior documentación por parte de lectores que no forman parte del círculo artístico. Porque el arte no habla sobre el arte, sino sobre la vida. Esa es la dirección hacia la que se dirige Paulo Nazareth: “mi deseo es apuntar hacia la conversión de la vida en un negocio, en una mercancía. Nadie pone atención al otro en verdad, solamente mira el arte, mira al artista, mira a la gente como una mercancía. Mi pieza puede apuntar hacia eso, y apuntarse hacia sí misma diciendo que por más que grite y critique ese negocio mi obra será convertida en una mercancía”. Una paradoja. Como en un intento de denunciar el mercantilismo absolutista un discurso queda desactivado por el contexto en el que se presenta. Paulo Nazareth regresa a Brasil con su furgoneta vacía, pero llena del aroma a banana podrida.
Fuentes:
Eurosur.org
Bananalink.org.uk
Foro Emaus
COLSIBA: Coordination of Latin American Banana Workers’ Trade Unions (Sólo en español)
Aseprola – Asociacion Servicios de Promocion Laboral (Sólo en español)
US Labor Education in the Americas Project (US/LEAP)
Corbana – National Banana Corporation of Costa Rica
Database of UPEB – Union of Banana Exporting Countries
Juan José Santos es crítico de arte y curador. Colaborador de revistas internacionales especializadas en arte contemporáneo como Artnexus, Artpulse o Dardomagazine. Actualmente es editor de Arte al Límite. En FronteraD ha publicado La erosión que forma playas deforma sueños: Andrés Asturias, Eder Castillo. El Guggenheim hinchable y Superhéroes beados: Iron Man. Mauricio Esquivel. @andyjuanjol