La editorial Trama publicó, a finales del pasado año, un espléndido y sugerente libro, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, obra del editor, escritor y crítico literario Ernesto Ferrero. El libro fue publicado por primera vez en Italia hace quince años, lo que no le resta actualidad alguna, entonces con un título que parece más apropiado: I migliori anni della nostra vita (Los mejores años de nuestra vida).
Se trata de la crónica de la editorial Einaudi y de los hombres y mujeres que hicieron posible su creación y consolidación. El primero de todos, Giulio Einaudi, “El Editor”, como le llamaban todos sus colaboradores, fue el fundador, cuando tenía 21 años, de la Editorial a la que puso como nombre su apellido. Einaudi era, según Ferrero, el hombre más inteligente que había conocido, un genio, que hablaba poco, que no tenía aspiración alguna de escritor, cosa rara entre los editores, de pocas palabras, distinguido, snob con ojos de hielo y manos fuertes. Cuenta también de su gran carisma y capacidad de liderazgo, de su olfato de editor, de su interés por todo lo que sonara a novedad y, sobre todo, de su capacidad para crear un ambiente de camaradería en la Editorial: “Trabajar con él fue un premio enorme, algo que te mantiene con vida”. Pero no faltan las críticas para el “Rey Sol”, o “El Príncipe”, como también era conocido entre los suyos, críticas por sus juicios despectivos, su inclinación a llevar siempre la contraria, su fría cólera, su “egoísmo patriarcal” y a veces, pocas, asoma el rencor, sobre todo al final, cuando sus defectos, según el autor, se hacían insoportables: “Todo lo que antes había amado en él, alimentaba ahora un sordo rencor”.
Einaudi no inició la tarea editorial solo, Santorre Debenedetti, puso el dinero, y su padre, el senador Luigi Einaudi, que en 1948 alcanzaría la presidencia de la República, y el senador Luigi Albertini, le dieron su apoyo y el empuje necesario para empezar. Pero, sobre todo, contó con la ayuda de amigos, alumnos, compañeros de la Universidad en la que había impartido clases y que abandonó como protesta contra el régimen fascista. Algunos de ellos son nombres esenciales de la literatura del siglo XX, personajes míticos, como los Ginzburg –Leone, quien tuvo la idea de la editorial, y Natalia, su mujer, la tímida que hablaba claro al “Editor”–; Cesare Pavese, “El hermano infeliz”, que sentó las bases de la Editorial, y que Ferrero describe como un trabajador incasable y puntilloso, que empezaba temprano a trabajar y se iba a la una en punto, “porque a esa hora su hermana […] llevaba la sopa a la mesa”. El capítulo dedicado a Italo Calvino, el alumno predilecto de Pavese, lleva el título de una frase de Borges referida a él: “Lo he reconocido por el silencio”. Ferrero cuenta cómo el escritor argentino dijo la frase cuando al encontrarse en Sevilla con Calvino y su mujer, Esther Judit Singer, ésta, después de unos minutos de conversación, le dijo a Borges que Calvino estaba con ella, a lo que Borges respondió con la memorable frase, que además dice mucho del escritor italiano: callado, distante, “tanto que a veces hería”, pero que no era más que timidez. Severo en las valoraciones que hacía de los manuscritos, y, sobre todo, feliz por trabajar en la editorial. Giulio Bollati, “El Maestro” (con mayúscula), director general de la casa durante muchos años y el reverso en todo del “Editor”, es otro de los colaboradores y también lo fueron Carlo Levi, Norberto Bobbio, el después famoso actor Raf Vallone y otros muchos, que aparecen en esta crónica, que a veces se lee como una novela: “Era una familia complicada, pintoresca, a veces conflictiva. Pero hablábamos el mismo idioma”, dice Ferrero en una entrevista a El País.
Ferrero también se detiene en algunos de los escritores próximos a la editorial, italianos casi todos, que visitaban frecuentemente la sede, como Elsa Morante, Pasolini –“cuyas apariciones eran una descarga de inteligencia e inquietud”–; Leonardo Sciascia, la conciencia crítica de Italia, Claudio Magris y, sobre todo, Primo Levi, licenciado en química y escritor de domingos, como se definía él mismo, a quien la Editorial había rechazado en 1947 el manuscrito de Si esto es un hombre, un error del que Ferrero habla con toda sinceridad, con la misma sinceridad y simpatía que habla de su persona, tierna y sencilla, pero, sobre todo, una persona solitaria.
Todos los citados, y otros más, desconocidos para el que esto escribe, pero igual de interesantes, hicieron posible que Einaudi se convirtiera, primero, en una luz en la noche del fascismo italiano y más tarde, sobre todo a partir de los años sesenta, con su internacionalización y sus alianzas con Gallimard, Seix Barral o Rowohlt en Alemania y otras, en una de las editoriales de referencia de la Europa del confuso siglo XX.
La tribu Einaudi es también la crónica de una forma de entender la edición y la selección de libros, hoy creo que desaparecida, o casi desaparecida: “publicar libros de los que nadie ha oído hablar, a despecho del mercado y que diez o veinte años después se vuelvan indispensables”, afirma Ferrero que eso exactamente es el estilo que define a Einaudi, que solo se podría tener no repitiendo lo que ya existe, con el único objetivo de agradar al público, y sí “adelantándose al tiempo y sacando a la superficie lo que ya está debajo”. Esa era la principal tarea del mítico “comité de los miércoles” –“el teatrillo de los miércoles”, lo llama el autor–, del que formaban parte los pesos pesados de la editorial y que, según señala en el prólogo Manuel Rodríguez Rivero, era una especie de cerebro colectivo, “por el que pasaba todo y en el que todo se juzgaba”: traducciones, cubiertas, el texto de las solapas y las contracubiertas, la incorporación de colaboradores y, claro, lo que se iba a publicar. Norberto Bobbio, que era uno de los integrantes, dijo que era una maravillosa escuela donde mantenerse al día, y Ferrero señala que cuando se escriba la historia de la Editorial las actas de aquellas reuniones serán un documento de valor extraordinario para escribirla.
El contraste de ideas como forma de entender el trabajo editorial tuvo éxito y pronto Einaudi se convirtió en un fenómeno editorial cuyo funcionamiento fue adoptado por muchas otras editoriales, por ejemplo, en España, Seix Barral y Alfaguara contaron con “comités de lectura” al que aspiraron pertenecer muchos críticos y escritores. Pero esa forma de entender la edición no obtenía los mismos resultados a finales de los setenta y principios de los ochenta, por muchas razones: las exigencias de un mercado más competitivo, el cambio en los gustos de los lectores, al que contribuyó una crítica literaria más interesada en otro tipo de publicaciones; el abandono de muchos de sus colaboradores, entre ello, el propio Ferrero; la crisis de la izquierda a la que pertenecía; los problemas financieros, provocados, en parte, por un catálogo excepcional, sobre todo el internacional, pero excesivo y, por último, el protagonismo del Editor que “hacía lo que le venía en gana”. Einaudi dejó de ser lo que había sido y entró en crisis. El final debió ser triste para los numerosos einaudianos, a los que, por cierto, el autor dedica el libro, porque desembocó en la compra de la editorial por el grupo Mondadori de Silvio Berlusconi en 1994: no podía haber alguien más ajeno a lo que había significado Einaudi, ni a su forma de hacer. Cinco años más tarde murió El Editor.
Al comienzo del libro, Ernesto Ferrero señala que lo primero sobre lo que tiene que escribir es sobre la felicidad, la suya, claro –“tuve la certeza de que, gracias a un inesperado milagro, había sido acogido en esa región mítica donde crece el árbol de la felicidad”–, pero también la de todos los que trabajaban en la editorial, es lo que se desprende el libro, había una vocación de felicidad: “éramos felices, fueron los mejores años de nuestra vida”. El propio Einaudi, que, según Ernesto Ferrero, nunca nombraba la felicidad, pero que la quería como ninguna otra cosa, se preguntaba en una de las conversaciones con Severiano Cesari reeditadas en Trama en 2009: ¿No es este un trabajo que debería ser feliz? Y se contestaba diciendo que sí: “la felicidad es encontrar antes que nadie, hombres y libros capaces de modificar su percepción del mundo, nuestra percepción”. Pero no hay felicidad sin sombras, y las de la editorial fueron dolorosas y permanentes, como la tortura y el asesinato a manos de la Gestapo de Carlo Ginzburg, el incomprensible suicido de Cesare Pavese en el Hotel Roma –“algo que nos afectaba tanto que ni siquiera podíamos mencionarlo”–, o las muertes, que parecieron suicidios, de Pasolini y Primo Levi, dos autores de la editorial, que, ya lo hemos dicho, eran algo más que autores.
Hay en el libro un aire de melancolía por lo que se perdió y que se echa de menos, cada día más, sobre todo se echa de menos la esperanza de que se podían hacer bien las cosas, las palabras bien escritas y que los libros estuvieran más de quince días en la mesa de las novedades de las librerías. Queda la memoria, dice Ferrero, –“la memoria y la historia empiezan cuando todo lo demás se detiene”–, de las mañanas inmóviles y claras como el cristal: “Alguien coloca en el carrito las tazas blancas de juego de té Rosenthal. Mila, con el rostro quemado por el sol, toma asiento y saca un libro del pesado maletín que lleva consigo. Bobbio se prepara para escuchar con la misma satisfacción de quien está a punto de asistir al espectáculo de fin de año de una escuela modélica… En la calle Biancamano, no le falta de nada a nuestra felicidad”.
Ernesto Ferrero, La tribu Einaudi. Retrato de grupo, prólogo de Manuel Rodríguez Rivero, Trama Editorial, Madrid, 2020.
ISBN : 978-84-121874-9-6
https://www.tramaeditorial.es/libro/la-tribu-einaudi/