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La última copa

 

Ese paseíllo del hemiciclo siempre le ha recordado a uno el callejón de una plaza de toros (y más con sonido ambiente), y la puerta por fuera la entrada de un colegio, con prisas y risas y el humo de los pitis. Se escuchaba el primer discurso del debate en una televisión lejana, y a su término han grabado a Rajoy diciendo algo así como que está muy esperanzado ante el futuro; entonces se ha descubierto qué canal era porque a la presentadora le ha salido una groupie de dentro: “ahí tienen las palabras del presidente”, o el seguimiento íntimo del hombre que recuerda a cuando en Estados Unidos aparece un tipo muy firme y serio que parece que va a cantar un aria y, de pronto, exclama: “¡The President of the United States of America!”, mientras por detrás se abren dos puertas babilónicas.

 

En España (o en el país del presidente, según el líder de la Oposición) la solemnidad se da, si acaso, intramuros y en determinados medios de comunicación. Hoy, y mañana, la lucha está en el hemiciclo, pero también en los periódicos, radios y televisiones. Sería de agradecer, incluso de felicitarse, que fuera una lucha de matices entre parlamentarios brillantes, pero al final lo que resulta casi siempre es una trifulca de patio con los calcetines colgando de por medio. En ocasiones se escuchan algunas frases ingeniosas, como en Twitter, pero lo de hoy (aunque se ha estado escuchando igual que si entrara y saliera una y otra vez de un túnel) ha sido un poco aquello de salir de noche, con grandes expectativas por norma, y volver a casa derrotado y arrepintiéndose de la última copa.

 

Lo que tiene la Macroeconomía es que con ella no hay manera de pasárselo bien, y si encima el otro no puede dejar de hablar, con asombrosa vehemencia, de los problemas y las desigualdades del mundo, ese amigo cenizo (y con el aspecto de Rubalcaba) ante el que nadie quiere quedarse a solas, dan ganas de irse con los de las camisetas, a los que, de criticarles, en lugar de chaqueteros tal vez cupiese llamarles camiseteros por la insistencia. A pesar del plan, se ha visto entrar a Coscubiela enseñando a los fotógrafos la suya con un gesto de exhibicionista, y se ha pensado que quizá no fuera tan buena idea. Uno casi nunca se entera del contenido quizá porque le presta demasiada atención al continente. Puede que por eso, en cuanto al ganador del debate, antes que con el triunfalismo moderado o con la desesperación impostada, se queda con el sueñecito de Llamazares o con la mano de Moragas.

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