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La última invasión… militar

Ayer se conmemoraron los 20 años desde que Estados Unidos invadiera Panamá con la disculpa de sacar del poder a Manuel Antonio Noriega, alias “Cara e’piña”. Según los libros de historia esa fue la última invasión militar del vecino del norte al patio trasero Latinoameriano. En total, fueron 63 las veces que Washington envió a soldados a “defender sus intereses” por estas tierras sin Dios desde la primera, el 31 de octubre de 1833, cuando lo hizo para “proteger” a unos empresarios gringos.

Cuando se habla de invasión, hay que utilizar siempre el apellido de militar porque Estados Unidos tiene la mala costumbre de inmiscuirse en todo en Otramérica aunque sea de saco y corbata. De hecho, la pasada semana, también en Buenos Aires, el secretario de Estado adjunto para América Latina del gobierno de Estados Unidos, Arturo Valenzuela (de origen chileno), se permitió el lujo de cuestionar la “seguridad jurídica” de Argentina y cómo esto es un problema para los empresarios de su país. También cuestionó las “políticas sociales” de algunos de los países de la región (imagino que refiriéndose al “eje del mal” Latinoamericano: Venezuela-Ecuador-Bolivia.

Nada ha cambiado en el fondo. En Colombia, el embajador mono (así llaman a los blancos en el país del Divino Niño), William Brownfield, es un opinador habitual que hace días decretó el inicio del postconflicto en un país que se desangra cada día contradiciendo con terquedad las noticias bondadosas de los medios internacionales sobre el gobierno de Álvaro Uribe y las cortinas de humo de supuestas guerras con Venezuela.

En Panamá, sin embargo, el recuerdo de la invasión que retrotrajo al país 30 años, no ha incluido declaraciones de la embajadora, Barbara J. Stephenson, prudente ella ante el aluvión de artículos en la prensa local en que se reclama 20 años después del 20 de diciembre de 1989 justicia básica. Aunque parezca increíble, hoy todavía no se sabe cuántos muertos dejó la Operación “Causa Justa” (algún día hay que descubrir quién es el “nombrador” de los operativos militares gringos). Dependiendo de la fuente se empieza en 400 (según los estadounidenses) y se termina en 8.000 (según las asociaciones de familiares de víctimas).

La amnesia es la política oficial de Washington frente a las barbaries que cometió en el hemisferio durante los setenta y los ochenta. Nadie pide perdón, nadie cuestiona lo que se hizo ni cómo se hizo. Ahora, donde funcionaba la tétrica Escuela de las Américas del Comando Sur –ese centro que distribuyó torturadores por todos los rincones de América Latina- hay un Hotel Meliá sin una sola referencia al pasado; donde estuvieron las bases militares extranjeras durante 85 años está la sede de Naciones Unidas o hay puertos recreativos; donde murieron panameños en defensa de la soberanía nacional se llena de polvo y smog un triste monumento conmemorativo… memoria: cero.

Las invasiones siguen… ahora son diferentes. La mayoría tiene marca corporativa: empresas mineras y petroleras, de generación y transmisión de energía… Acá, en Latinoamérica, queda mucho que explotar y cuando el ruido de sables cesó los gerentes aparecieron. Para proteger todo, las nuevas bases camufladas. En Colombia y en Panamá, dos de los pocos gobiernos que acompañan la política de Washington, se están inaugurando 18 bases policiales o militares de supuesto control del narcotráfico. No son estadounidenses, pero la formación y los equipos sí. Algo se aprendió en los años oscuros: hay que ser políticamente correctos para evitar la mala publicidad.

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