Al estanque de mi patio se acercaba cada tarde una urraca. Ceremoniosa, se inclinaba y bebía un trago de agua mientras era observada por el pez anaranjado que nadaba distraído. Una tarde el pico del ave rozó el dorso dorado del pez. Y la urraca notó que era bueno. Desde entonces ya no hay ningún pez en mi estanque, porque ése era el último.
Al sistema sanitario español se acercan cada día trajeadas urracas, con ademanes solemnes. Beben del sistema pues son nuestros proveedores. Se quejan, con razón, de cobrar lento, pero saben que al final acaban cobrando.
Con demasiada frecuencia degustan la carne de peces sonrosados, y en ausencia de crítica, se los comen. Pero puede que sean los últimos, rien ne va plus.
Los proveedores de tecnología diagnóstica, implantes, óptica, productos desinfectantes y consumibles en general de los hospitales trabajan frecuentemente con unos márgenes desorbitados.
No repercutieron sus ahorros cuando subió el euro (la mayoría de sus productos son importados y se pagan en dólares), jamás bajan sus precios cuando, en el transcurso de los años, toda la inversión tecnológica ha sido amortizada; masacran con costes muy altos a los pequeños centros y no abaratan lo suficiente a aquellos hospitales muy grandes que hacen pedidos de las mil y una noches. Tampoco han reducido sus márgenes al profundizarse la crisis económica, cosa que sí ha hecho la industria farmacéutica.
El verdadero problema, del que ellos también tienen que ser conscientes, es que ya no hay más peces en el estanque.