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Mientras tantoLa Varsoviana

La Varsoviana


 

Uno oye “barricadas” y es aparecérsele Víctor Hugo o incluso Víctor Manuel y señora cantándole al anarcosindicalismo. Se pensaba que a estas alturas la barricada era un ideal, un verso, una canción o una metáfora, pero sigue siendo física como la montaña de trastos de ‘Los Miserables’. En España todo el mundo condena (¿qué será condenar?) la violencia, por lo que hay que atender a los matices. En el PSOE han esperado cinco días para eso, dice Valenciano que por el luto de Suárez, pero no se le ha visto la mantilla o al menos el negro o el silencio absoluto del duelo, que son cosas que en el PP, por ejemplo, siempre tienen a mano. La condena adquiere significados más allá del puro lenguaje, incluso del político llevado hasta los límites de la atmósfera de su definición, donde uno empieza a perder la perspectiva del paisaje para adentrarse en el espacio exterior. No se sabe si tras las barricadas se esconde algún Marius enamorado, quizá un listo Gavroche (desde luego no son esos portavoces del sindicato de estudiantes, tan faltos de una primera colonia Chispas) pero no lo parece porque los miserables, no los pobres sino los delincuentes, sí se muestran (o no, todo es según se mire) con sus rostros tapados y sus piedras y palos allí donde hay tumulto. A algunos la kale borroka les trae bonitos recuerdos de juventud como aquello de Arzalluz y sus “cosas de chavales”, ese romanticismo visto desde la Soyuz como si el pueblo gravitase igual que sus políticos. Uno ha visto entre las llamas (el escape del “ambiente festivo”, con la misma presión de ‘El submarino’ de Wolfgang Petersen, que difunden algunos medios) chavales tan jóvenes como uno mismo, que pronto ya no cumple los treinta. El luto del PSOE (partido sentido donde los haya) por Suárez no le ha impedido pedir explicaciones indignado por la brutalidad de la policía, el organismo cuyos individuos hoy son objeto no sólo de sorna sino de caza. La autoridad cuestionada por norma podría ser un problema de educación de nuestros mayores, como para que además sepan calibrar su efecto en “los chavales”. Muchos de aquellos aún siguen en el puente hacia la madurez (uno mismo ya se incluye entre ellos), una meta cada vez más recóndita, sin una guía clara, sin unos fundamentos, asimilados antes de empezar a cruzarlo, que sirven, entre otras cosas, para saber quienes son Víctor Manuel y señora, y por qué cantaban la versión de la Varsoviana: «Negras tormentas agitan los aires… alza la bandera revolucionaria…», o quién era Víctor Hugo, quien, como Suárez, también tuvo funerales de Estado.

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